El segundo lago más grande de Bolivia se convierte en un desierto salino
Los restos de un mar ancestral en el corazón de Sudamérica se están convirtiendo a ritmo acelerado en un recuerdo: una extensión blanca de sal ocupa varios kilómetros con tan sólo una pequeña mancha de aguas rojas salobres en su extremo sur.
El lago Poopó llegó a ser la segunda mayor extensión de agua de Bolivia pero cuando ahora preguntas cómo llegar al lago, los locales te corrigen.
“Te refieres al exlago; las salinas”, dice Arminda Choque, de 23 años, mientras que espera a las puertas de una clínica dental móvil en Llapallani, una comunidad de casas de adobe y paja en mal estado habitada por los indígenas urus-muratos, que han vivido de la abundante pesca del lago desde tiempos inmemoriables. “Quiero que mis hijos se marchen y vayan a la universidad. Aquí no hay futuro para ellos”.
El lago –que alberga unas 200 especies de pájaros, mamíferos y peces– siempre ha fluctuado en tamaño. Sin embargo, los períodos de sequía se han hecho más largos en los últimos años.
En noviembre de 2014 millones de peces y pájaros murieron de forma repentina, descomponiéndose allí mismo. Para finales de 2015, el lago que llegó a cubrir 2.400 kilómetros cuadrados se secó por completo, al parecer para siempre. Muchos culparon de la catástrofe al cambio climático.
De la pesca a las granjas
Ahora, barcos pesqueros se astillan y oxidan sobre la sal entre redes de pesca enredadas y plumas mugrientas de flamencos. En Villa Ñeque, un pueblo que dejo de ser costero hace años, Vicente Valero, de 48 años, duda si merece la pena reparar su canoa.
“El agua solía llegar hasta aquí”, dice Valero. Recuerda viajes de toda una semana, durmiendo bajo las estrellas en su barca, arrojando dulces al agua como ofrendas de Cuaresma. “Ahora estamos criando animales y cultivando quinoa. Las primeras cosechas han sido pobres”, admite Valero.
Los urus no son de naturaleza agraria, dice Apolinar Flores, un experto legal de Cepa, una ONG local. Los urus “tradicionalmente nunca han mantenido más que una pizca de tierra”: pescaban, cazaban y practicaban el trueque. Los que ahora intentan cultivar comida entre sus vecinos del pueblo aymara se enfrentan a menudo a la discriminación y a la pobreza.
Muchos han migrado a poblaciones cercanas, normalmente para trabajar como mano de obra diurna. Algunos han logrado cierto éxito y citan cómo han reavivado vínculos culturales con el grupo de urus-chipaya del oeste, una comunidad mayor.
Otros se ven forzados a reubicarse más lejos. Muchos temen que una de las sociedades más antiguas de América también desaparezca ahora que tan sólo quedan 800 urus-muratos en las inmediaciones del lago Poopó, con una cultura basada principalmente en la pesca.
“La muerte del lago está matando las esperanzas de la gente de un futuro en la región”, dice Clayton Whitt, un antropólogo de Vancouver. “Es demasiado horrible de contemplar”.
Salinas a tiempo completo
En Colchani, 150 kilómetros al sur, Aureliano Mauricio Valero, de 42 años, llena bolsas de plástico con sal junto a su esposa y su hija. Afuera, en la salina de Uyani, unas cuantas de docenas de antiguos vecinos cortan bloques grisáceos de sal a mano.
“Entre nosotros tres podemos llenar unas 5.000 bolsas al día”, dice Valero, consiguiendo 125 bolivianos (unos 15 euros). Valero solía trabajar en el lago durante los períodos de sequía, pero cuando volvió hace dos meses con su familia, lo hizo para siempre. Recuerda pescar de niño, echando sus redes por la noche.
“Disfrutábamos trabajando”, dice Valero. “Nuestro trabajo es el lago Poopó y ahora que está seco, estamos como huérfanos”.
Unas pocas lluvias a principios de 2017 rellenaron parte del lago de manera intermitente, sólo para evaporarse rápidamente en cuestión de semanas. Cada vez se reconoce más que la subida de las temperaturas no es la única causa culpable.
Mala gestión
La extracción de agua de ríos cercanos reduce el tamaño del lago, explica Tom Perreault, geógrafo de la Universidad de Siracusa. La gran cantidad de agua empleada por las minas próximas al lago y la contaminación que producen también conllevan un efecto catastrófico, añade Perreault.
En una visita a Huanuni, una mina estatal de estaño y la de mayor tamaño de Bolivia, the Guardian observó que los deshechos de la minería se tiran directamente al río Huanuni. El afluente, de un color amarillo enfermizo, fluye río abajo hacia el lago Poopó.
El gobierno de Evo Morales ha “culpado exclusivamente al cambio climático por la desaparición del lago, mientras que ignora otros factores”, cuenta Perreault a the Guardian vía correo electrónico. Esto permite “echar la culpa a países industrializados, principalmente a EEUU, y evitar asumir responsabilidades por el secado del lago o por su rehabilitación”.
Un programa de 14 millones de euros financiado por la Unión Europea y operativo entre 2010 y 2015, “sólo pareció tocar la superficie de los problemas principales del lago”, dice Whitt. La oficina del programa en el edificio gubernamental en Oruro está cerrada.
Al lado, su antiguo director, el ingeniero de aguas Eduardo Ortiz, duda que se renueve la financiación. Cuando se le pregunta sobre las medidas que tomaron, se quita las gafas y rompe a llorar. “No teníamos los recursos ni la competencia para cambiar la situación y ahora hasta mis amigos me culpan por no haber salvado el lago”, dice Ortiz.
Las medidas más recientes tomadas por el gobierno incluyen el dragado de ríos e intentos de contener la contaminación, pero pocos creen que sea suficiente. Es poco probable que Morales adopte normativas que puedan afectar a los mineros de la región, un grupo de apoyo clave para el presidente.
“Incluso si el lago se recupera, puede que haya poca gente en las comunidades urus para beneficiarse”, dice Perreault. Algunos quieren que el ejemplo del lago Poopó sirva de aviso al lago Titicaca, también bajo riesgo.
Otros todavía albergan la esperanza de volver a navegar por el lago. “Somos pescadores”, dice Valero. “Y cuando hay peces, hay trabajo”.
Traducido por Marina Leiva