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The Guardian en español

OPINIÓN

Los días de suerte de los hombres mediocres están contados

Imagen de archivo de Donald Trump y Hillary Clinton

Jessica Valenti

A muchos de mis amigos feministas les gusta un bolso que tiene escrito: “Señor, dame la confianza de un hombres blanco mediocre”. Es un guiño descarado a un escenario familiar para la mayoría de las mujeres: un hombre grandilocuente pero lamentablemente poco informado que está convencido de que es mucho más inteligente que tú.

Esta fue la dinámica que se pudo ver en las pantallas durante el primer debate presidencial. Tal y como escribió un periodista del Washington Post en Twitter: “Por fin, el todo el país verá cómo una mujer aguanta educadamente escuchando las malas ideas del hombre fuerte que habla sobre los asuntos que ha tratado toda su vida”. Clinton estaba bien informada y preparada; Trump fue volátil y, en ocasiones, poco coherente.

A pesar de la evidencia de que se tambaleó de mala manera en la noche del lunes, Trump se pasó todo el día posterior fanfarroneándose de una victoria e insistiendo de que sus molestos resoplidos se debieron a que el micrófono estaba averiado o manipulado. E incluso dobló su apuesta al insultar a una ex miss universo, cuando Clinton señaló que él la había llamado “miss cerdito”, porque según había explicado en Fox News había ganado “una gran cantidad de peso”.

¡Dios, dame esa confianza!

Para las mujeres como Clinton, a las que se les recomienda que rebajen un poco el nivel de su inteligencia para no parecer desagradables, el debate y sus efectos marcan un prometedor cambio en cuanto a la manera en que las mujeres inteligentes son percibidas. Finalmente, un hombre que estaba claramente menos preparado y tenía menos talento que su oponente femenina fue calificado como tal. Finalmente, una mujer que se ha pasado toda su vida haciendo sus deberes no estuvo obligada a ser una arpía condescendiente. De hecho, lo mejor de Clinton fue que, a diferencia de Trump, está “preparada para ser presidenta”.

Y el miércoles por la mañana, con numerosas encuestas mostrando que Clinton dominó el debate, el exsenador de Virginia, el republicano John Warner, también le apoyó: “Durante toda su vida se ha preparado, ha hecho su trabajo, ha estudiado”.

Este es el momento para todas las mujeres a las que en algún momento han llamado mandona, para las “putas” sabelotodo, para las Tracy Flicks y las Leslie Knopes. Haber estudiado y ser una cerebrito casi nunca antes se había considerado una característica admirable en una mujer, pero sí esta semana.

Al menos para la mayoría. El presentador de Meet the Press, Chuck Todd, no pudo evitar destacar que Clinton parecía demasiado preparada, como si fuese cualquier cosa postularse para el trabajo más poderoso de todo el mundo. Y, a pesar de que las reacciones fueron positivas en general, qué fácil es olvidar cuánto trabajo le costó probablemente proyectar una cantidad exacta de confianza sin parecer arrogante, la fórmula precisa entre sonrisas y silencio para hacer frente a la mentira y la idiotez. Estoy segura de ella también tuvo en cuenta todo esto.

Y funcionó. Las bajas expectativas anteriores al debate sobre la actuación de Trump y la pose posterior al mismo fueron en vano. A pesar de las fanfarronadas y bravuconerías de Trump, este hombre mediocre llegó a ser exactamente lo que es: mediocre e insignificante. Y el gran sentido de legitimación de Trump y su autoestima no fue suficiente para ensombrecer el hecho de que Clinton es simplemente mejor, en todos los sentidos. Mejor debatiendo, mejor como líder, mejor a la hora de engañar a su oponente.

Para las mujeres de todo el mundo que detectaron todas las claras interrupciones de Trump o la paciencia ejercitada de Clinton, los últimos días les han dado la razón. Ahora el mundo está viendo lo que siempre ha estado presente y ese es un sentimiento demasiado grande para meterlo en un bolso.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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