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¿Para qué sirve el pacto de estado contra la violencia de género?

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Sara Mateos

No hay que hacer un Pacto de Estado para mejorar una ley. Ni para ampliarla. Ni para analizar en qué está fallando. Un Pacto de Estado lo define el carácter excepcional ante una circunstancia que supera los postulados partidistas o ideológicos, porque afecta a la sociedad en su conjunto de una forma trascendental.

No hay que confundirlo con la propia idiosincrasia de gobernar, del sistema parlamentario, en la que los partidos buscan el acuerdo de las Cámaras para sacar adelante una u otra propuesta. Ni con la propia exigencia de pedir ese acuerdo para el bien del país respecto de algunas cuestiones.

Un pacto de Estado va más allá y, además del carácter simbólico, debe articularse en torno a la actuación conjunta de todo el aparato institucional. Y eso requiere, para empezar a hablar, de dotación presupuestaria y asignación de recursos.  Nadie debería haberse sentado a hablar con el Partido Popular sin esta premisa.

El Pacto de Estado contra la Violencia de Género se reivindica por la urgencia y la emergencia ante las mujeres asesinadas. Ante la inacción del gobierno, con resultado de muerte. Nace de la extrema necesidad, vital en el sentido más literal, de que es imprescindible la total dedicación de todo el aparato institucional antes mencionado, a todos los niveles administrativos, con todos los agentes implicados, la dedicación de todos los recursos necesarios, a la lucha contra la violencia machista. Del mismo modo que se hizo con el terrorismo.

Pero asistimos a la escenificación del Pacto con la sensación de empezar de nuevo a tratar este tema. El maldito “día de la marmota” para la violencia de género. Como si, cual Sísifo, empujáramos la roca gigante hasta llegar a la cima de la montaña, y justo antes de alcanzarla, rodara de nuevo ladera abajo, para que al día siguiente volviéramos a recorrer el mismo camino con la pesada carga y el mismo final. Y al siguiente, nos encontráramos de nuevo al pie de la montaña. En un proceso frustrante.

Hace ya trece años, trece, se hizo una ley que aborda la violencia de género y la respuesta, integral que debe dar el Estado. Esa ley está aún sin implementar en su totalidad. Parte de ella no se ha desarrollado (prevención, formación...). De la parte que sí se ha llevado a cabo, se conocen sus limitaciones y carencias. Hay que ampliarla. Hay que aplicar el convenio de Estambul. Hay que mejorarla en todos los aspectos que se han detectado y se detecten en el futuro.  No hay que descubrir de nuevo el Mediterráneo. Es urgente que se tomen medidas. Nos están matando.

Desde que se puso en marcha la Subcomisión de estudios para el Pacto de Estado contra la Violencia de Género en el Congreso, en la que se han llevado a cabo  más de 80 comparecencias y se ha ampliado hasta tres veces el plazo para el informe final, han sido asesinadas 30 mujeres y 5 menores. Los presupuestos, lejos de incrementar la cantidad asignada a la lucha contra la violencia de género, la disminuyen progresivamente. Mantienen un recorte del 8,68 por ciento con respecto a 2011, cuando además, deberían  ampliarse para cumplir con el convenio de Estambul, ratificado desde 2014.  Nos encontramos ante la inacción por el análisis, como si no se supiera cuál es el principal problema: que no hay voluntad política y eso significa que no hay presupuestos ni recursos suficientes.

¿Cuántas de las conclusiones que se recogerán en ese documento llevarán publicadas en el BOE más de 13 años?  Seguramente las que se refieran a la prevención, a la formación de profesionales, a la coordinación de todas las instancias que intervienen los procesos de violencia de género, a la educación en igualdad, y hasta la publicidad.

Es urgente que se tomen medidas. Todas las que ya se conocen, mientras se siguen estudiando las que no. El compromiso es urgente. Pero un compromiso tangible, que se plasme en hechos y presupuesto, y no en palabras ni declaraciones vacuas.  

Comenzar este proceso sin dotación presupuestaria huele a muerta. Y sería una metáfora de mal gusto, si no fuera porque es la dolorosa realidad. Supone además un balón de oxígeno para el PP,  para que continúe sin implicarse y que parezca que lo está haciendo.  De nuevo, más maquillaje para tapar la violencia de género, hasta llegar a la tanotoestética.

Un Pacto de Estado es imprescindible.  Las pantomimas de Estado tienen el cupo cubierto.

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