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Cómo será recordado Chávez en Siria

Leila Nachawati

En el verano de 2006, Hugo Chávez viajó a Damasco, una visita histórica en la que fue recibido por decenas de miles de sirios agitando banderas sirias y venezolanas a su paso. El presidente de Venezuela se reunió con Bachar el Asad, refiriéndose a él como su “hermano menor”, su compañero de lucha “contra la agresión imperialista estadounidense”. Con la invasión de Irak fresca en la memoria y el rechazo al apoyo estadounidense y occidental a la ocupación israelí, Chávez era considerado entonces un amigo de los pueblos árabes. Siete años después, Chávez será recordado en Siria como el aliado incondicional de la dictadura de Asad que dio la espalda a las reivindicaciones populares de la población.

En mi última visita a Siria, en 2010, todavía podían encontrarse retratos del presidente venezolano en tiendas, restaurantes y peluquerías. A Venezuela y Siria las une una larga tradición de vínculos que se remontan a hace más de un siglo y que se reforzaron con la llegada de Chávez al poder. La emigración desde Siria, Líbano y Palestina a Latinoamérica comenzó a finales del siglo XIX, donde estas comunidades abrieron nuevas rutas comerciales alternativas a las ya existentes y se integraron en todos los ámbitos de la estructura social, política, económica y cultural de las sociedades latinoamericanas. Buena parte de los emigrados sirios se decantaron por Venezuela. Se calcula que cerca de un millón de habitantes del país tiene origen sirio, personal o familiar.

Algunos regresaron durante los últimos años a Siria, estableciéndose principalmente en Alepo, Tartus y Jaramana (en las afueras de Damasco), además de en Sweda. Destaca esta última ciudad, de mayoría drusa, por la mezcla que se palpa al recorrer sus calles entre dialecto sirio y venezolano, la presencia de ambos idiomas en cartelería y anuncios, los restaurantes y cafeterías donde se fusionan ambas gastronomías y donde puede escucharse tanto la salsa caribeña como la música de Om Kolthum.

Esta conexión de más de un siglo se consolidó a finales de los años 90 con una serie de acuerdos bilaterales cuando Hugo Chávez llegó al poder. Por entonces gobernaba Siria Hafez el Asad, padre del actual dictador, que encontró en Chávez un reflejo latinoamericano de su discurso de oposición a Estados Unidos, su condena de la ocupación israelí y su propuesta de alternativa a los planes geoestratégicos del Imperio, Estados Unidos, Israel y aliados. Este recurso mediante el cual ambos líderes se posicionaban como el azote del Imperio, uno en Latinoamérica y otro en Oriente Medio, ha sido el principal factor de unión y comunión entre ambos gobiernos.

Lo explicó mejor que nadie la antigua embajadora venezolana en Siria, Diah Nader al-Andari:

“Siria es al mundo árabe lo que Venezuela es para América Latina. Nuestra relación con Siria es de carácter estratégico. Más allá de la cooperación y la amistad, nuestros países comparten valores comunes y enfrentan los mismos retos, especialmente con respecto a la actual Administración de EEUU y sus políticas a la que ambos se niegan a someternos”
.

A pesar de este objetivo común, las diferencias entre la obra de ambos gobernantes en cada uno de sus países no podrían ser mayores. La llegada al poder del partido Baas en los 60, bajo el paraguas del socialismo y el panarabismo, vino acompañada de un discurso similar al que caracterizaría las políticas de Chávez.

Desde el año 2000, sin embargo, coincidiendo con la muerte de Asad y la llegada de su hijo al poder, el Gobierno sirio inició un proceso de reformas para la liberalización de la economía que desmanteló en pocos años el sistema sanitario y educativo público, con la privatización de colegios y hospitales y la imposición de tasas desorbitadas que dejaban fuera del sistema a la mayor parte de la población. Este proceso de reformas, que contaba con el respaldo de la Unión Europea, aumentó la brecha entre ricos y pobres de forma dramática. Es en esta brecha, sumada al control de las comunicaciones y la represión brutal de cualquier forma de expresión independiente durante décadas, donde se encuentra el germen de las movilizaciones de 2011 y la fractura entre quienes se habían beneficiado del statu quo y quienes demandaban un cambio.

Bajo el paraguas del discurso de un frente común contra el imperialismo, Venezuela mantuvo su apoyo tanto a Gadafi como a Asad cuando estallaron las movilizaciones en la región en 2011, deslegitimando los levantamientos en Siria y Libia y calificándolos como obra de intereses occidentales que orquestaban intentos de derrocar a los gobernantes de la región. Un discurso que casa perfectamente con la teoría de la conspiración a la que tanto el presidente libio como el sirio se aferraron durante años, negando que existiera cuestionamiento interno de sus políticas.

Dos años después del inicio del levantamiento en Siria, el número de asesinados supera los 70.000. Los desplazados y refugiados se cuentan por cientos de miles, mientras continúan los bombardeos contra ciudades enteras, con sus tesoros patrimonio de la humanidad. Zocos, museos, mezquitas, sinagogas, iglesias, castillos en las ciudades pobladas más antiguas del mundo forman parte de los escombros en los que el régimen sirio, incapaz de generar una respuesta no violenta a las demandas de la población, ha convertido el país. En este escenario, resulta grotesco e incomprensible el apoyo que Chávez ha brindado a Asad hasta el final, dando la espalda a las demandas de cambio de la población.

Entre los sirios, Hugo Chávez será recordado como el líder que redistribuía la riqueza entre los venezolanos mientras apoyaba el neoliberalismo en Siria, como el presidente electo por mayoría en su país que negaba a los sirios el derecho de elegir a sus propios representantes, como la vanguardia de un bloque geoestratégico preocupado por las amenazas externas que no tenía en consideración la opresión interna que durante décadas han sufrido las poblaciones de Oriente Medio y Norte de África.

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