No nos engañemos, nos gobierna Nicolás
Debo de ser de las pocas personas que cree a Nicolás. Su historia es delirante, sí, pero es que así de delirante es la política que hace el Partido Popular. Nicolás exagera, claro; o quizá se le ha ido la cabeza: demasiado joven para tanta influencia. Por supuesto que se da a sí mismo mucha más importancia de la que realmente tiene o tenía, pero lo cierto es que las reuniones, los conocidos, los contactos, la posibilidad de hacer negocio, todo eso es verdad.
Los desmentidos del PP en este asunto vienen a ser como decir “todo es mentira, salvo alguna cosa”. Nunca sabremos lo que había de verdad y lo que había de mentira o exageración porque al chico le van a mandar a galeras, pero yo puedo decir que sé que una gran parte de lo que cuenta es cierto porque lo he vivido muy de cerca. Y no, yo no deliro.
En este asunto, como en otros muchos de la política española, el Partido Popular se beneficia de que la realidad resulta casi increíble para la mayoría de la gente no relacionada con los círculos de poder, por lo que basta con desmentir para que la gente se crea el desmentido. Pero si Nicolás miente en algunas cosas, también mienten los desmentidos.
La realidad es que todo el mundo le conocía, todo el mundo se ha reunido con él y no le hacía falta colarse porque le invitaban a todas partes. Sobre esta historia yo puedo aportar un punto de vista vivencial para asegurar que lo que cuenta Nicolás no es más que la manera en que funciona el Partido Popular, que está lleno de Nicolases de todas las edades.
Fui presidenta de una asociación no muy grande pero que durante algunos años estuvo en el centro del debate social y político. Eso me permitió tener relación política e incluso personal con cargos públicos de todo tipo, desde concejales hasta diputadas pasando por toda una pléyade de cuadros medios de los ministerios. He estado decenas de veces en el Senado, en el Congreso, en despachos de diputados y diputadas. Me he reunido con ministros/as y también he estado en la Moncloa varias veces. Durante algunos años he comido en muchas ocasiones en el comedor del Congreso y he paseado por ministerios e instituciones políticas como parte de mi trabajo de entonces.
Una vez que una persona, en mi caso en función de mi cargo, se introduce en ese mundo político institucional, comienzan a llegar invitaciones a todo tipo de recepciones y reuniones; unas estrictamente políticas y muchas otras que no lo son pero en las que sí se hace política, o lo que ellos llaman política. Hay recepciones cada vez que viene un mandatario extranjero, hay recepciones por las fiestas regionales, municipales, estatales, constitucionales, religiosas; hay reuniones de partido, reuniones de secretarías, reuniones electorales, congresos, congresillos, reuniones de agrupación, reuniones de famosos, inauguraciones de todo: desde una rotonda hasta un monolito. Y con el tiempo te das cuenta de que, a estas cosas, siempre van los mismos.
Nicolás empezó como empiezan muchos en el PP aunque, para su desgracia, algo falló en su progresión hacia un ministerio o una gran empresa. Quizá lo que haya ocurrido es, simplemente, que los tiempos están cambiando y que se empieza a descorrer el velo que durante todos estos años ha impedido ver la realidad de la política española, y especialmente al Partido Popular, como lo que es: el partido heredero del franquismo que hace la misma política que se hacía en la dictadura.
El Partido Popular está lleno de gente que entró siendo muy joven, que supo agarrarse como una garrapata y que consiguió trepar a base de pegarse a los importantes, hacerse el simpático, resultar servicial, estar en todas partes, resultar gracioso/a y hacer la pelota sin límite. Es un partido que está lleno de “groupies”.
En el caso de Nicolás su propia madre le llevó a la FAES con catorce años, igual que hay madres o padres que llevan a su niño a un club de tenis para que aprenda a jugar y se haga rico. Los padres ya no quieren que sus niños o niñas sean médicos o abogadas, lo que quieren es que encuentren un camino para hacerse ricos y la política es uno de ellos; quizá el más sencillo porque no hace falta ningún mérito personal; a la vista está. El niño se hizo simpático en la FAES y desde allí fue trepando según se situaba de acompañante de alguien importante.
Podría poner muchos ejemplos de chicos y chicas que empezaron así y han acabado, con suerte, en lo más alto. Los líderes suelen adoptar a unos cuantos incondicionales porque a veces les utilizan para hacer algún trabajo sucio dentro del partido, porque les caen simpáticos, porque muchos de nuestros políticos funcionan como estrellas del rock y siempre llevan un séquito que les dicen en todo momento lo bien que lo hacen. Si alguno de este séquito destaca o cae mejor que otro, enseguida comienza a ser invitado a todas las reuniones y recepciones. Y allí conocerá a todo el que es importante, desde el rey a un gran empresario.
Así, poco a poco, estos personajillos, si son espabilados, terminarán entrando en alguna lista política o se buscarán un puesto de trabajo en el partido o incluso en las instituciones. El objetivo de todos ellos es dejar de ser un “acompañante” para conseguir tener influencia propia, no delegada, su propio poder. La otra opción, además de la política, es la de los negocios, tipo Agag. Es relativamente fácil hacer negocios una vez que estás en estas recepciones, tienes don de gentes y ningún tipo de ética personal.
Lo mismo consigues que un ministro te cuente cómo van las negociaciones con determinado país, y así enseguida sabes cómo y dónde invertir, que te enteras antes que nadie de que va a salir a concurso público tal o cual servicio al que podrás concursar con la consiguiente ventaja. Simplemente caes simpático, estás en el sitio adecuado, conoces a alguien que conoce a alguien que te presenta a alguien y, al final, todo eso termina en un cargo público que reparte el dinero entre amiguetes. Aquí no hay ley ni control público que valga. Igual que en el franquismo, en España, y singularmente en el partido heredero de Franco, se tiene una concepción patrimonial de la política.
Claro que en esto también hay clases. Se pude empezar desde arriba como Agag o Urdangarin o se pude empezar desde abajo como un currante de la intriga y la corrupción. Hace unos días fui a una recepción oficial de estas que menciono y me encontré a Carromero, pululando alrededor de varios altos cargos. ¿Alguien se acuerda ahora de que Ángel Carromero se fue a Cuba más o menos becado por la Comunidad de Madrid para conspirar contra Fidel Castro? ¿Quién pagó el viaje de Carromero? ¿Qué se supone que hacía allí? ¿Quién le mandó? Si pensamos en Carromero conspirando en Cuba, nos daremos cuenta de que no es tan raro que Nicolás se creyera comandado para arreglar lo de Cataluña.
Recordemos que aquel chico tiene una trayectoria parecida a la de Nicolás. No estudió nada, no aprobó nada, no tiene ningún mérito que se sepa, excepto que desde muy joven se acercó donde debía: su único oficio conocido es el de pelota e intrigante oficial, pero ya ha conseguido cobrar un buen sueldo del partido. La ventaja que tuvo Carromero sobre Nicolás es que fue más discreto y, sobre todo, que cuando se descubrió su caso la opinión pública española no estaba tan ahogada por la náusea como ahora.
Empezar siendo un niñato que hace la pelota a Aznar y le ríe las gracias, y que enseguida te inviten a todas las recepciones político/sociales en las que se termina hablando de Guinea o de Cataluña y proponiendo soluciones al peso, es algo que he vivido yo misma rodeada de políticos profesionales cuya inteligencia, formación, compromiso social o político, está a años luz de los jóvenes que tienen que exiliarse porque aquí no hay espacio para ellos/as. No voy a dar nombres, pero todos los tenemos en la cabeza.
En la mayoría de los partidos, pero singularmente en el Partido Popular, porque la mediocridad es parte de su ADN, se premia el peloteo, el elogio de la incultura, la ambición desmedida y el desprecio a la inteligencia; esos son los únicos méritos que cuentan en la meritocracia particular del Partido Popular. En ese partido prima sobre todas las cosas la chulería y el presumir de mediocridad intelectual. Este es el país en el que se gobernó al grito de “muera la inteligencia”, los políticos del PP son los herederos de aquellos. Nicolás no es más que uno de sus hijos; quizá salió demasiado listillo o quizá comenzó su carrera en un mal momento. Pero todos ellos son, o han sido, Nicolases.