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El día que sacamos a Franco del Valle de los Caídos

El Congreso vota el martes sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos

Isaac Rosa

Y llegó por fin el día de sacar a Franco del Valle de los Caídos. Ha costado años, leyes de memoria, recomendaciones de expertos, proposiciones parlamentarias, ofrecimientos de asociaciones, resistencias judiciales y del gobierno de turno, pero por fin en esta mañana primaveral se va a proceder a la exhumación del dictador, para entregar su cuerpo a la familia. Un día histórico, todo el país pendiente de televisores y redes sociales, numerosos curiosos se han acercado a la Basílica y cientos de nostálgicos franquistas cantan el 'Cara al Sol'.

Los operarios hacen palanca en la enorme lápida y a la de una, a la de dos y a la de tres, ¡plop! Todos los presentes se sorprenden al oír lo que parece un descorche o una lata de refresco al abrirse. Retirada la lápida, queda a la vista la sepultura como un enorme agujero negro, se diría sin fondo. De pronto empieza a temblar el suelo. ¿Un terremoto en la sierra madrileña? También las paredes, arcos y capillas tiemblan, y aquí y allá se van soltando piedras, losas, ladrillos, cruces, mientras todos salimos a la carrera de la Basílica. Pues sí, parece un seísmo.

El edificio, deteriorado por los años y la humedad, se resquebraja, caen los muros y bóvedas, y los pedazos de granito empiezan a girar alrededor de la tumba abierta, como el remolino de un desagüe. Por el agujero de la sepultura van desapareciendo todos los elementos arquitectónicos que se desprenden sin tregua, pues tras la basílica también se derrumban la abadía, la escolanía y la hospedería, cuyos restos son engullidos por el sumidero en espiral.

Ante el asombro de los telespectadores, el agujero se traga todo lo que hay alrededor: las estatuas de Juan de Ávalos, la Piedad descomunal, los evangelistas, las cuatro virtudes cardinales, los cuatro jinetes del apocalipsis, todos de cabeza al hoyo. y entre los restos de la cripta también los huesos de los combatientes franquistas cuyos familiares no quisieron retirarlos, incluidos los de José Antonio, presente.

Los monjes benedictinos huyen a la carrera, aunque alguno es arrastrado por el torbellino en el que también han quedado atrapados los cientos de franquistas que habían acudido a rendir honores, y muchos otros ultraderechistas que desde kilómetros a la redonda son atraídos como por un potente imán. Fíjense, ahí va también la Fundación Francisco Franco al completo, todos brazo en alto mientras son tragados por el irresistible vórtice.

De pronto, la gran cruz de granito, la más alta de la cristiandad, se desploma con estruendo, y sus pedazos giran un instante alrededor de la tumba abierta antes de desaparecer. Hay un momento de calma, no queda una sola piedra alrededor que no haya sido tragada (eso que nos ahorramos en dinero público y en dinamita), ya no queda nada que resignificar ni centro de interpretación ni “Valle de la Paz” posible, pero ¿han oído eso? Por todas partes se oye un chirrido insoportable: el de cientos de piedras arrastrándose hacia este epicentro. Desde todos los pueblos de España llegan cruces de los caídos, placas de calles, rótulos de caídos por Dios y por España, y hasta el Arco de la Victoria se desliza desde Moncloa por la carretera de la Coruña para lanzarse al fondo de la tumba.

Como una inundación, oleadas de tierra removida desembocan en el Valle desde todos los rincones y se vierten al interior del agujero: es la tierra que cubría las fosas comunes y que una vez retirada ha dejado en su sitio miles de cadáveres para ser identificados, entregados a sus familiares y honrados como merecen.

El tsunami franquista no termina, la capacidad de esta tumba para tragar restos fascistas no parece tener fin: en el remolino manotean los últimos torturadores vivos de la dictadura (incluido Billy el Niño), y no pocos torturadores de la democracia que aprendieron en aquella escuela. Junto a ellos, empresas que hicieron fortuna con el saqueo de la posguerra, con la mano de obra prisionera o con el favor de la dictadura, corruptos de entonces y de ahora, unos cuantos jueces y fiscales herederos del viejo TOP, aristócratas ennoblecidos por la dictadura, médicos y monjas que robaron niños, varios académicos de la Historia aferrados al diccionario biográfico, Martín Villa de la mano de unos cuantos elefantes de la Transición, una parte del Partido Popular con Rafael Hernando pidiendo que “dejen a los muertos descansar en paz”, obispos reaccionarios y el mismísimo concordato vaticano, los últimos restos de franquismo sociológico y, como esto no se pare, igual arrastra hasta la monarquía, vaya usted a saber.

Qué espectáculo, lo nunca visto. Ahora se entiende la resistencia que algunos han mostrado durante décadas para impedir que Franco salga del Valle de los Caídos. Pensábamos que su tumba era la clave de bóveda del franquismo y resulta que era el tapón del desagüe, la pieza cuya retirada iniciaría el desguace definitivo del franquismo.

Una vez tragado todo, los operarios proceden a recolocar la lápida y dan unos saltitos sobre ella para asegurar que está bien cerrada. Vámonos a casa.

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