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Dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar: cómo la vocación creativa se convirtió en una trampa

Dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar.

Marina López Baena

26 de noviembre de 2024 22:08 h

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Precariedad, autoexplotación, 'trabajo gratis' o falsos autónomos son algunas de las realidades que se vienen a la cabeza cuando hablamos de empleos creativos. Esos que a menudo se relacionan con la ya archicitada frase “dedícate a lo que te gusta y no tendrás que trabajar”. Empleos que como apuntaba la filósofa Remedios Zafra, pensadora fundamental en estas temáticas que servirá de guía en este artículo, en El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital (Anagrama, 2017) se nutren de la “implicación entusiasta” que sostiene a quienes se dedican a estas profesiones. Este “entusiasmo” convive con una vulnerabilidad económica y con la normalización de que “unos ganan siempre y otros viven del entusiasmo y la vocación, justificando que se trabaje gratis o se pague por trabajar”.

“La vocación fue un error de cálculo milennial que nos inculcaron”, dice Ane Guerra, fundadora de la agencia Letraherida, guionista y presentadora del podcast Women at Work y autora del libro La Maldición del Sandungo (Proyecto Estefanía, 2024). La periodista intuye aquí una cuestión generacional: la misma generación que recibió la falsa promesa de “estudia una carrera que así encontrarás trabajo” absorbió también el mandato de encontrar una vocación y que esta pudiera y debiera ser monetizable para hacer de ella su profesión. El problema es que esta unión de “vocación” y “profesión” sentaba las bases de la domesticación de una generación que se resume bajo la tramposa expresión “¿cómo vas a quejarte si tienes la suerte de 'trabajar de lo tuyo'?”. Un mantra que favorece la ocultación de las tensiones inherentes al trabajo en la sociedad capitalista y que dificulta la identificación y denuncia de situaciones abusivas.

Ese “entusiasmo” del que hablaba Remedios Zafra impactó en una generación moldeada para rendirse a la vocación. Hablamos con siete profesionales millennials de diferentes sectores creativos para conocer de primera mano cómo han calado estas cuestiones en sus carreras.

Empezar a trabajar 'de lo tuyo'

En los sectores creativos está normalizado que para 'hacerse un hueco' haya que realizar trabajos gratis o concadenar becas y prácticas escasamente o nada remuneradas que son, en muchos casos, un eufemismo para “trabajo gratis”. Esto lleva, como apunta Marina Gomes, estilista, diseñadora de moda y creadora de la marca Nanke en conversación con elDiario.es, a que los primeros pasos de la mayoría de profesionales del sector se tengan que compatibilizar con empleos en otros sectores y especialmente en sectores precarizados como la hostelería, el reparto, la atención al cliente o las ventas.

Esther Galván, fotógrafa, editora de vídeo y una de las impulsoras del estudio de fotografía Tres Espinas, explica según su experiencia que la normalización del trabajo gratis se combina con “pagar por debajo de lo que se debería”. Así, si en muchos casos los empleos fuera del sector –que son los que te mantienen económicamente– son precarios y los trabajos que encuentras en el sector son o también precarios o directamente trabajo gratis, ¿quién puede sostenerse hasta que llegue su oportunidad?

Para la fotógrafa la respuesta es obvia y es una cuestión de clase que explica por qué tantas personas no solo tardan tanto en “trabajar de lo suyo”, sino que en muchos casos directamente nunca lo consiguen: “Si tú tienes que pagar un alquiler vas a dar prioridad al trabajo que te da de comer, aunque no sea creativo, y eso hace que quienes vengan de hogares más privilegiados tengan más fácil hacerse un hueco”. Quienes tienen más recursos económicos, como ayudas familiares o viviendas en propiedad, podrán asentarse más rápido en el sector profesional mientras otras serán directamente expulsadas o tendrán un camino de mayor precariedad. 

Pluriempleados para seguir profesionalizándose

El caso de Sergio (pseudónimo) resume muchas de estas trayectorias profesionales: durante más de diez años trabajó como falso autónomo, con las repercusiones que ello conlleva, en una institución cultural pública que llegó a obligarle a “trabajar a escondidas” cuando había riesgo de inspección laboral. Actualmente, compagina un salario prácticamente mileurista por cuenta ajena en el sector cultural con proyectos como freelance que se acercan más a su vocación.

Como señala Sofía Pérez de Guzmán, profesora titular de Sociología del Trabajo en la Universidad de Cádiz en su artículo Nuevas culturas del trabajo: entre el emprendimiento y la precariedad, esta situación es frecuente: profesionales con pluriempleo creativo en jornadas de más de doce horas diarias empujados por la precariedad, ya que solo así pueden ahorrar o simplemente sostenerse económicamente, y motivados por el condicionamiento simbólico que capitaliza “el entusiasmo” con la promesa constante de un futuro mejor. En palabras de Sergio: “Con casi 40 años tengo la sensación de estar constantemente invirtiendo en mi futuro”.

La periodista Ane Guerra, por su parte, define su carrera, que va desde guionista y colaboradora en medios hasta docente y locutora, con la expresión “caos profesional.” Esta situación obliga a una continua inversión de tiempo, dinero, energía y motivación en extenuantes procesos de selección, en la creación de proyectos, en la formación continua o en el desempeño de funciones dispares.

Con casi 40 años tengo la sensación de estar constantemente invirtiendo en mi futuro

Sergio (pseudónimo) trabajador del sector cultural por cuenta propia y ajena

A este “caos profesional” tenemos que añadir la precariedad del sector donde, aunque sea por causas no fraudulentas, son frecuentes las propuestas de trabajo autónomo y los proyectos de corta duración. Sara Donoso, doctora en Historia del Arte, comisaria e ideadora del proyecto ¿Está usted aquí? Vulnerabilidad y emociones en el ámbito artístico contemporáneo comparte que “si a la inestabilidad le añadimos la situación de vulnerabilidad a la que estamos sometidas las trabajadoras autónomas, se genera el caldo de cultivo perfecto para verte sumida en una continua crisis profesional que puede repercutir en nuestro equilibrio vital y emocional”.

Además, los ritmos del sector creativo marcados en muchos casos por la búsqueda constante de proyectos, la mutitarea y la inmediatez –lo que es actualidad o tendencia quizás no lo sea mañana– son ajenos no solo a los ritmos creativos sino a los propios ritmos de los cuerpos que crean. La Dj y artista multidisciplinar Brava bromeaba en conversación con este medio definiéndose como “mi propio jefe ultracapitalista explotador” y recalcaba que no solo trabaja las dos horas que está en el escenario, “soy mi propia community manager, mi creadora de contenido, directora creativa, o sea siempre hay algo que hacer y es chungo parar porque es algo que nace de ti”.

Viñeta cedida por La Mandanga

Viñeta cedida por La Mandanga

La normalización de 'trabajar gratis'

“Cuando una propuesta empieza por 'tenemos poco presupuesto', 'te enviamos artículos a cambio', 'te daremos visibilidad'... ya sé por dónde van y a veces ya ni contesto”, cuenta la humorista gráfica y diseñadora Noemí Rebull, “La Mandanga”. La experiencia y la edad, y también la estabilidad laboral, facilitan según la creadora lidiar con estas propuestas para 'trabajar gratis' que acompañan a las profesionales creativas durante toda su trayectoria.

Estas prácticas, que son normalizadas por las propias empresas e instituciones y posibilitadas por un sistema social que no pone en valor las producciones y trabajos creativos, instrumentaliza de forma consciente la precariedad del sector y la cada vez mayor dependencia del alcance y visibilidad en redes sociales. Estas propuestas se sienten en ocasiones similar a un chantaje: 'si no accedo puede ser que no me vuelvan a llamar' o 'es una oportunidad única de que se conozca mi trabajo'. 

Pero existen otras formas encubiertas de 'trabajo gratis'. Con una búsqueda rápida en Google y LinkedIn podemos ver cómo entre las soft skills más demandadas por las empresas aparecen “resiliencia, proactividad, multitarea, flexibilidad…”, palabras que encierran una realidad: la normalización de la imposición de realizar cada vez más tareas o directamente asumir lo que anteriormente eran diferentes puestos y/o perfiles profesionales. Marina Gomes cuenta cómo en las sesiones de foto “cada vez te piden más que no seas solo la estilista, sino que seas estilista, maquilladora, costurera… pero pagándote lo mismo”.

Para Ane Guerra la obligación de tener presencia en redes y el propio funcionamiento de estas plataformas que premian a quienes más producen es una nueva materialización del 'trabajo gratis', en este caso, para las grandes empresas del sector: “Estamos trabajando gratis para Instagram, para X o para YouTube creando un contenido que antes era un oficio que se pagaba, con un nivel de intrusismo altísimo y una falta de filtros que preocupa”, afirma.

Presencia online y exposición 

Como indica esta periodista, “especialmente si eres una mujer de mediana edad o joven y a no ser que ya tengas un trabajo en algún medio, necesitas tener una presencia online, te guste o no te guste: más seguimiento, más posibilidades de que te llamen para algún proyecto”. 

Las propias plataformas premian a quien crea más contenido y castigan con el ostracismo a quienes no pueden mantener el ritmo impuesto. Esta presión, que se siente desde las implicaciones que supone para las posibilidades laborales futuras, se acentúa por lo público y cuantificable que resulta, como expresa Noemí Rebull: “Es difícil no compararse, a mí me genera a veces cierta frustración ver que compañeras están en un buen momento que les permite generar muchísimo contenido”. No es difícil caer así en una sensación de estar bajo observación, constantemente compitiendo y bajo juicio en una maratón de productividad impulsada y reforzada por las redes sociales.

La imposición de la presencia online, como señala Remedios Zafra en Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura (Anagrama, 2021), combina tareas de visibilidad y autopromoción que tienen al sujeto creativo como protagonista. Como se queja Esther Galván, esto exige también mostrar cierta intimidad y cotidianidad, aunque sea ficcionada, “ahora ya no puedes ser solo fotógrafa, ahora tienes que ser también creadora de contenido en el que te muestres no solo como profesional”. 

La obligación de mostrar tanto la faceta profesional como personal genera una relación problemática porque si el propio artista o creador es el 'producto a vender', la validación se recibirá no solo hacia la obra sino también hacia el propio sujeto. Para la freelance cultural Sara Donoso ha sido un aprendizaje frenar su hiperatención a la interacción con las redes sociales: “Buscamos la validación a través de un sistema de recompensas disfrazado de likes, comentarios, insights o número de seguidores y hace que sea complicado establecer límites y diferenciar entre trabajo y ocio”.

Estamos trabajando gratis para Instagram, para X o para YouTube creando un contenido que antes era un oficio que se pagaba, con un nivel de intrusismo altísimo y una falta de filtros que preocupa

Ane Guerra periodista

Sin embargo, existe una paradoja, la 'obligación de mostrarte' se establece dentro de la norma social conservadora. Esther Galván denuncia que cuando en sus contenidos más personales se posiciona políticamente o cuando en su trabajo las modelos son racializadas o tienen cuerpos no normativos no solo pierde alcance sino también seguidores: “Sabemos que el algoritmo es racista, machista, homófobo, transfobo, gordofóbico… pero también la gente”.

En la novela Soy Fan de Sheena Patel (Alpha Decay, 2023) se incluye la siguiente reflexión de la protagonista, profesional creativa: “Los discursos a nuestra disposición son los que se basan en nuestras identidades [racializadas] porque son esas historias las que reciben el visto bueno del mercado y las redes sociales”. Marina Gomes ha tenido esta experiencia en numerosas ocasiones; como diseñadora de moda pareciera que siempre tiene que estar haciendo referencia a su herencia africana y, para la artista, esta exigencia es parte de una práctica desde la blanquitud que solo le permite crear desde la diferencia y siempre que no tenga un discurso que pueda ser leído como “radical” –pudiendo entenderse como radical reclamar derechos básicos–. 

Ahora ya no puedes ser solo fotógrafa, ahora tienes que ser también creadora de contenido en el que te muestres no solo como profesional

Esther Galván fotógrafa

Colectividad contra la precariedad

En El Entusiasmo, Zafra escribe también que la individualización y la desmovilización son características definitorias de quienes ponen su entusiasmo en los empleos creativos. Las condiciones del sector favorecen así que sus profesionales interioricen este estado inestable y precario como un designio en el que poco queda por hacer.

Cuando preguntaba a las personas aquí entrevistadas sobre las posibilidades de salir de esta situación, la mayoría compartían la intuición de que la respuesta pasaría por hacerlo colectivamente; mencionando tanto desde las redes de amistad que pongan los cuidados en el centro como las posibilidades del sindicalismo y el asociacionismo. Algunas reclamaban, especialmente en un sector tan feminizado, recuperar un “feminismo incómodo” que transforme las prácticas y las estructuras, y otras reconocían la importancia de los espacios de encuentro para personas racializadas y queers. Hay quienes pedían romper el silencio sobre las condiciones laborales y las situaciones de acoso y discriminación, que no son casos aislados y donde la precariedad favorece en la misma medida su aparición como dificulta su denuncia tanto para mujeres como para personas LGTBIQ+.

Volviendo a Frágiles, de Remedios Zafra: “Al igual que aconteció frente al patriarcado, se requiere de la suma de voluntades, conciencia colectiva y contagio hacia la práctica y de una confianza renovada que nace de la conciencia solidaria y de la negativa de repetirnos sumisamente”.

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