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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Escrachin

Max Pradera

He decidido, de manera totalmente arbitraria y sin consultar con Anson, Cebrián ni otras ilustrísimas eminencias de la Real Academia de la Lengua, admitir en nuestro diccionario el anglicismo scratch, que significa “rayar” o “arañar”. Por el mismo precio, también lo he españolizado, con lo que escrachin pasará a denominar, a partir de hoy, tanto la técnica del DJ de mover el disco de vinilo hacia delante y hacia atrás sobre un tocadiscos, como las presiones (por analogía sonora con el hoy tan popular escrache) que le hace un músico a un político por el procedimiento de cantarle impertinentes coplas allí donde menos se lo espera.

Uno de los primeros escrachins (aún no he decidido si el plural será escrachines) de los que tengo noticia fue el realizado por mi tío Chicho Sánchez Ferlosio al responsable de Cultura en el Ayuntamiento de Cádiz en los años ochenta, un individuo que al parecer aún sigue peligrosamente en activo y que responde al nombre de J. J. Gelos. Como narra el propio Chicho en Mientras el cuerpo aguante (el pintoresco documental que rodó sobre él el cineasta Fernando Trueba), mi talentoso aunque excéntrico tío había viajado desde Madrid a la ciudad de las chirigotas para cantar allí junto con Krahe, Sabina y otros dos artistas. La contraprestación económica era todo un monumento al despilfarro: cincuenta mil pesetas para todo el grupo, incluido el hoy multimillonario Sabina. Y eso que España siempre ha sido –hasta que llegó la crisis– el país de Europa donde con más largueza se han remunerado las actuaciones en directo. Chicho y sus mariachis ofrecieron el recital, pero a la hora de pagar, los del Ayuntamiento se hicieron los remolones. Él se ofreció entonces para quedarse de retén en Cádiz, encargado de recaudar, y como el irresponsable Gelos no se diganaba a dar la cara, escribió unas coplillas con las que hizo escrachin al oscuro funcionario tras el que se escudaba el no menos tenebroso Gelos. Tras la sola lectura de los versos, el escudo humano se avino a pagar diez mil pesetas. La coplas, (que el lector encontrará aquí a partir del min. 13' 50'') empezaban:

Permítame usted que hable

yo he venido aquí a cobrar.

Si lo piensan demorarquién se va a hacer responsable ¿eh?

Y cuando Chicho, un par de días más tarde, le mostró al moroso que las coplas tenían también música, el Ayuntamiento se avino a saldar de inmediato la totalidad de la deuda.

John Lennon, al que Richard Nixon consideraba un peligrosísimo subversivo, (por su oposición frontal a guerra de Vietnam) planeó en 1972 una macrogira de conciertos concebida para hacer escrachin (a distancia) al Presidente allí donde este tuviera previsto intervenir durante su triunfal campaña para la reelección. Lennon descubrió el poder que tenía su música como arma política cuando el año anterior había logrado con la canción John Sinclair que el Tribunal Supremo de Michigan pusiese en libertad a un hombre así llamado, condenado a diez años de prisión por posesión de dos cigarrillos de marihuana.

Pero el acoso al que le sometió el FBI (su teléfono fue intervenido y empezaron a seguirle misteriosos vehículos de lunas tintadas allá adonde iba), unido a la amenaza de expulsarle de los Estados Unidos por antecedentes penales como consumidor de cannabis, hicieron que Lennon se achantase y anunciase públicamente que no participaría en el boicot de la campaña a Nixon.

John Lennon, Chicho Sánchez Ferlosio... Ya sabéis, los típicos nazis.