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'Lehendakaris' literarios

Iban Zaldua

Los vascos no hemos tenido mucha suerte con los gustos literarios de nuestros líderes políticos. No tanto como los españoles, al menos: uno no puede menos que sentir envidia hacia presidentes a los que invitan a programas como Apostrophes y que son capaces de recitar de memoria a Antonio Machado, como Felipe González (que en esto no iba a ser menos que su Mr. Hyde, Alfonso Guerra). O que se lanzan a leer a Lord Byron en perfecto inglés (y nada menos que ante Tony Blair), como cuenta la leyenda que hizo en una ocasión José María Aznar. Aunque hay que reconocer que la siguiente generación de presidentes españoles deja un poco más que desear: José Luis Rodríguez Zapatero ha confesado en más de una ocasión su admiración por (glups) Haruki Murakami (pero, para compensar, llegó a prologar una edición de Ficciones, de Jorge Luis Borges), y Mariano Rajoy, como es habitual, no sabe o no contesta (o puede que esté “un poquillo cansado” hasta para leer).

Quizá es que la literatura ya no le sienta a la política tan bien como antes. O que a estas alturas los políticos no necesitan de subterfugios como la literatura para (re)afirmar su estatus.

No es que nuestros mandatarios autonómicos no hayan leído. Lo que pasa es que, hasta hace poco, parecía que no leían mucha literatura literaria: les iba más el ensayo y la historia. Lecturas útiles y ejemplares, de esas que cuadran tan bien con el espíritu del homo faber euskaro. Carlos Garaikoetxea, por ejemplo, se hizo nacionalista (vasco) leyendo a historiadores-novelistas decimonónicos como Arturo Campión y Hermilio de Olóriz, y da la impresión de que ha seguido consumiendo cosas del mismo pelo desde entonces. José Antonio Ardanza, cuando se marchaba de vacaciones, afirmaba que iba a dedicar sus horas de asueto a sus dos mayores aficiones, la lectura y la pesca (pero en casa siempre hemos sospechado que con lo primero se refería, sobre todo, a libros como Manual técnico para la pesca de la trucha con mosca ahogada o similares). Juan José Ibarretxe ya se soltó algo más la melena, pero, junto al consabido ensayo, cuyo título y autor solía evolucionar de entrevista en entrevista, la única escritora de ficción que mencionaba indefectiblemente era Toti Martínez de Lezea, nuestra Ken Follet de andar por casa. En fin.

(De los presidentes navarros, mejor ni hablamos…)

Hasta que llegó Patxi López.

Que, sin duda, es el lehendakari más literario de todos los que hemos tenido hasta ahora. En la toma de posesión de su cargo, en Gernika, leyó dos poemas, uno de Kirmen Uribe y otro de Wislawa Szymborska, hecho que fue muy comentado en su día: ningún otro lehendakari se había atrevido nunca a hacer algo semejante (además de a no jurar el cargo “humillado ante Dios”…) Pero es que con anterioridad, durante el proceso de investidura, ya había hecho referencia en su discurso a una larga lista de escritores entre los que figuraron Mario Onaindia, Fernando Aramburu, Ramón Saizarbitoria, Estepan Urkiaga Lauaxeta y (un poco traído por los pelos) el mismísimo Joseba Sarrionandia (el escritor que huyó de la cárcel tras ser condenado como etarra y que dio tantos quebraderos de cabeza a López, años después, al ganar el Premio Euskadi de Ensayo, con su obra ¿Somos como moros en la niebla?)

En cualquier caso, el autor fetiche del período de gobierno de Patxi López fue el escritor ondarrés Kirmen Uribe, que ya antes de que López fuera investido había recibido el Premio Ramón Rubial a la Creación Cultural (creado por la fundación del mismo nombre, afín al Partido Socialista de Euskadi) y, ya durante su mandato, ganó el Premio Nacional de Narrativa por su novela Bilbao-New York-Bilbao.

(Y tan fetiche fue que hasta el propio Uribe se ha quejado, tras perder López el poder, de la utilización política que se hizo de su obra en aquella época).

En cualquier caso, a partir de aquello se ha convertido en misión imposible llegar a ser lehendakari sin hacer profesión de buen gusto literario.

(Cabe preguntarse por las causas de esta relativa inflación literaria. ¿Una manera de acceder a una legitimidad que no le sobraba, precisamente? No olvidemos que el PSE fue la segunda fuerza política en los comicios autonómicos de 2009 y consiguió gobernar gracias a un pacto de legislatura con el Partido Popular. Y a que la izquierda abertzale más cercana a ETA no había podido presentarse a las elecciones, a causa de la aplicación de la muy ad hoc Ley de Partidos). (También puede tener que ver, se me ocurre, con su necesidad de compensar la diferencia de estatus académico frente a sus predecesores: López fue el primer lehendakari que no finalizó sus estudios universitarios, mientras que los anteriores eran licenciados en Derecho o Económicas; Ibarretxe, de hecho, se doctoró tras dejar el cargo).

De manera que, durante la campaña de las últimas elecciones al Parlamento Vasco, en otoño de 2012, los candidatos no pudieron soslayar las preguntas que les hacían los periodistas sobre sus gustos literarios. Ni siquiera las que les hicieron sobre sus gustos en lo que a la literatura en euskera se refiere, como fue el caso de la tanda de entrevistas que organizó el diario Berria, donde se les pedía, en la siempre cruel batería de preguntas breves, que mencionasen un libro.

Y, casualidad o no, esto fue lo que contestó Iñigo Urkullu, candidato del Partido Nacionalista Vasco y postrer ganador de las elecciones, a dicha pregunta (traduzco): “El último que he leído es Bilbao-New York-Bilbao, de Kirmen Uribe, en euskera”.

Y es que, como ya he defendido en algún otro sitio, la muy amable novela de Uribe es quizá la obra que necesitaba mucha gente, abertzale y no abertzale, de aquí y de allí, para empezar a reconciliarse con el País Vasco, en estos comienzos del período post ETA.

Algo que confirmó la respuesta que a la pregunta “¿Un libro en euskera?” ofreció el candidato del Partido Popular, Antonio Basagoiti, malévolamente transcrita por el periodista así: “[silencio largo] Bilbao-New York-Bilbao”. Punto.

Por desgracia, la encargada de hacerle la entrevista al (luego) derrotado Patxi López no especificó que el libro tenía que ser en euskera, de manera que respondió lo siguiente: “Cien años de soledad”. Que resulta más elegante, pero, además, podía interpretarse en clave metafórica: el Gobierno de López había tenido que afrontar su tramo final sin el apoyo parlamentario de su socio, el PP, y bajo los ataques constantes del resto de la oposición, hasta que se vio obligado a convocar elecciones anticipadas. Lo cierto es que, ya puestos, habría podido mencionar sin problema otra novela de Gabriel García Márquez, por ejemplo El coronel no tiene quién le escriba. O La mala hora.

Sin embargo, la respuesta que más me enterneció fue la que, en esa misma ronda de entrevistas, dio Laura Mintegi, la candidata de la coalición EH Bildu. Mintegi es escritora, autora de novelas de bastante éxito como Nerea eta biok o Sisifo maiteminez, y presidenta del Euskal Pen Kluba (el PEN Club vasco), lo que no deja lugar a dudas acerca de lo en serio que se tomó la izquierda abertzale el reto literario planteado por el anterior lehendakari (por lo menos después de que el estado decidiera que Arnaldo Otegi debía seguir encarcelado y, por lo tanto, no pudiera llegar a ser candidato…)

El dilema que se le planteaba a Mintegi era peliagudo: ¿cómo escoger un libro, uno solo, y, por consiguiente, a un autor, uno solo, de entre todos los que componen el parnaso vasco? No olvidemos que es una colega: ¿con qué escritor iba a quedar bien, a cambio de agraviar a todos los demás?

La solución que encontró fue, creo yo, perfecta: “[Pregunta] Un libro: [Respuesta] El que tengo por escribir”.

Es decir, su próxima novela, inconclusa aún. Con lo que cumplió con la máxima que todo escritor, vasco o no, suele seguir: si no es estrictamente necesario, jamás menciones a un competidor directo. Y menos aún para elogiarlo.

¿Qué hay más literario que eso?