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El cuerpo es el que piensa

Chantal Maillard

“Menstruación”, “período”, “regla”: eufemismos cartesianamente construidos para evitar referirse directamente al sangrado vaginal que una mujer experimenta (en cuerpo y “alma”) de acuerdo con los ciclos lunares. Metonimias, en realidad, en las que el referente se significa dando un rodeo por sus circunstancias temporales: “período”, “menstruo”, “mes”, “regla” designan tan sólo los intervalos regulares en los que se repite un fenómeno al que no se designa. ¿Es tal, en nuestra cultura, la repugnancia a acercarse al cuerpo que ni siquiera nos atrevemos a rozarlo con la palabra? ¿Es acaso más turbia o más sucia esta sangre que aquella, tan profusamente descrita y mostrada, que resulta de la violencia? ¿Es acaso más íntima? No sé de algo más íntimo que la muerte, y no tenemos, sin embargo, reparos en mostrarla bien sangrante. Parece que eso que los franceses llaman “estar indispuesta” (être indisposée) forma parte del ancestral tabú: la sangre que el organismo de una mujer desecha señala a la hembra que en esos días no está en condiciones de contribuir al crecimiento de la manada. Y eso, la manada, la animalidad, es algo que hemos querido olvidar. Pero, lo queramos o no, somos animales, lo cual, dicho sea de paso, según lo entiendo nos ennoblece y no al revés, pues en lo animal reside lo que nos queda de inocencia.

Lejos estamos de las sociedades en las que el sexo femenino era objeto de culto, que tenían por divinidad a una diosa y bien interiorizado el ritmo de las estaciones. El cuerpo-mente es un péndulo natural. El hilo, su vaivén, traza una historia que, de mes en mes, nos devuelve a un cierto estar-en-el-mundo, un cierto acomodo al ritmo de la naturaleza. Somos, en esos períodos, un poco más reales: ajustadas a un mundo en el que toda existencia es cíclica, rítmica, moviente, impermanente e inestable. Sabemos entonces hasta qué punto el ideal de una razón “pura” es una falacia construida por mentes enfermas que quisieron jugar a solas la partida.

Pensamos con el cuerpo; sentimos con el pensamiento. Ponemos en palabras una sensación y acto seguido se vuelve senti-miento: realidades lingüísticas. La distinción dice tan sólo el grado de sutileza de la materia.

A menudo he pensado que la ecuanimidad del sabio solamente la podría alcanzar una mujer que hubiese alcanzado la menopausia. Potencialmente fértiles a lo largo de toda su existencia, los varones tienen para ello serias dificultades; los innumerables métodos ideados por ellos en todas las tradiciones para lograr la neutralización de las pasiones lo atestiguan. Con el péndulo detenido, en cambio, neutralizada la voluntad de perdurar, la matriarca estaría en condiciones de aconsejar sabiamente. Y así tal vez, tal vez así...