La menstruación es una ausencia. Es la evidencia de lo que no fue cuando todo estaba preparado para que fuera.
En el cuadro El origen del mundo, de Gustave Courbet, llama la atención también una ausencia: que el pintor haya omitido el rostro de la modelo. En una tela diminuta, de 55 x 46 cm, el pintor centra la atención de la imagen en el triángulo de vello púbico en cuyo vértice desemboca el sexo y a los lados se abren las piernas en las que apenas se vislumbra el rastro de alguna vena. La piel es tersa, suave, luminosa y según la vista asciende, obligada por el encuadre piramidal que escogió el autor, nos topamos con el ombligo hasta llegar a un seno que solo se deja ver parcialmente ya que la sábana lo cubre. Y nada más.
En la misma época que Courbet pinta esta obra, los críticos franceses veían en el rostro de la Mona Lisa a una femme fatale. ¿Era la mirada de la Mona Lisa de Leonardo la que se ocultaba en el cuadro de Courbet?
Según consta en el capítulo ‘Vida de Leonardo’ que Giorgio Vasari incluyó en su libro Vidas, publicado en 1550, la obra fue encargada por el mercader florentino Francesco del Giocondo y la imagen es el retrato de su esposa Lisa Gherardini. Por ese motivo el cuadro es conocido como Mona Lisa, ya que entonces se utilizaba el apelativo “Mona” o “Monna” para las mujeres casadas. Pero un estudio reciente realizado por el historiador romano Roberto Zapperi atribuye el cuadro a la imaginación de Da Vinci. Según Zapperi, Giuliano de Medici, hijo de Lorenzo El Magnífico, tuvo un hijo natural al cual reconoció y al que llamó Ippolito. Ya nacido el niño, Giuliano contrajo un matrimonio de conveniencia y, durante el viaje de bodas, Ippolito fabulaba que su padre regresaría en compañía de la madre que aún no había conocido. Ante la lógica decepción del pequeño, Giuliano decidió encargar el retrato para regalárselo a su hijo. En abril de 1515, en Roma, ateniéndose a la tradición florentina de encargar retratos de parientes difuntos, Giuliano ordenó a Leonardo la realización del cuadro. Como no tenía la máscara mortuoria de la difunta madre biológica del niño, Giuliano le dio libertad a Leonardo para realizar la obra basándose en su descripción verbal y en el deseo de que no estuviera ausente el tema de la maternidad. Da Vinci le imprimiría una sonrisa que expresaría el afecto reconfortante de la madre por el hijo, envuelto de cierta melancolía.
Freud, en un estudio sobre la sexualidad de Leonardo, posa su mirada en los cuadros que pinta Da Vinci en un mismo período: en todos los rostros, el de la Mona Lisa, Santa Ana, la Virgen e incluso San Juan Bautista, ve rastros de la misma sonrisa aunque con los matices lógicos de cada personaje. Le llama la atención que tanto la madonna como su madre, Santa Ana, tengan la misma expresión, la misma sonrisa maternal pero no tan enigmática como la de Mona Lisa, e infiere que se trata de la sonrisa de la madre de Leonardo. Freud se basa en la biografía de Vasari y cree que Leonardo ha reinterpretado la expresión de Lisa Gherardini para acabar pintando su propia imagen materna. Lo que ignora, a la luz de la tesis de Zapperi, es que Giuliano Médici le encargó a Leonardo una imagen maternal sin darle ninguna referencia visual. A quien pinta Leonardo es a su madre.
Los críticos franceses veían, entonces, en la Mona Lisa, la cara que oculta la sábana en El origen del mundo. Es decir, una femme fatale. Una madre. Una mujer.
Goya, a diferencia de Coubert, que omite el rostro, y de Leonardo, que solo pinta un busto, nos ofrece un desnudo integral, es decir, con mirada incluida: Maja desnuda. El historiador de arte Fred Licht sostiene que al mirarla se siente el eco de Marlene Dietrich cantando “Yo solo sé amar y nada más”, y añade “la Maja Desnuda es el prototipo perfecto de una mujer peculiarmente moderna que más de un siglo después será representada por la protagonista de El ángel azul”. Robert Hughes, quien cita a Licht en su obra Goya, destaca la desafiante sexualidad de la Maja desnuda y aporta un hecho digno de destacar: Goya pinta en este cuadro los primeros rizos de vello púbico femenino en el arte occidental. Un vello que al llegar a Coubert crecerá desmesuradamente pero perderá la mirada. La mirada de la mujer que va unida a la menstruación que, dijimos, es ausencia. Pero además es un inicio, un ciclo que se renueva y en torno al cual mora el deseo que no es otra cosa sino, también, un síntoma de ausencia.
Nada tan actual como Goya; tanto, que Licht ve en la Maja desnuda a Marlene Dietrich y uno, al observarla hoy, se desplaza con esa mirada al lugar donde coloca su propio deseo. Jacques Lacan afirmaba que el deseo no tiene objeto; sin embargo, él fue el último propietario de El origen del mundo de Coubert.