*Expresión ritual utilizada en el circo para jalear los números artísticos presenciados.
Claramente el circo es hoy por hoy una causa perdida; acaso por eso merece la pena militar en la defensa de un espectáculo menor, perdido en la periferia de las artes escénicas, errático en los meandros de la memoria y con perversas lecturas sicoanalíticas para sus escasos defensores.
El circo moderno es una manifestación relativamente reciente, tiene solo cien años más que el cine. Fue Astley, un caballista británico, quien reinventó por vez primera el circo en pista circular, quizás con un origen militar nacido de los caballeros que adiestraban caballos en los ejércitos europeos. Así se fue consolidando el circo ecuestre, e itinerante. Con compañías que actuaban en los grandes coliseos estables de las grandes ciudades europeas, los Kursaal, Tivoli, Unión, D´hiver, Central, o Price tejieron una importante red en las capitales europeas, y convirtieron el circo en un popular espectáculo de adultos alejado de los circos del otro lado del Atlántico más cercanos a las ferias y a los engañosos pabellones que presentaban monstruos humanos o fenómenos malformados de la naturaleza.
En España el circo tiene dos momentos estelares: el circo de origen cíngaro, procedente de centro Europa, con adiestradores de osos haciendo el camino, del periodo anterior a la guerra civil, y el circo de la escuela del hambre, que hacía volatines en las plazas de los pueblos y en los gimnasios de las ciudades. Era un circo tan épico como cutre, ejemplar en muchos aspectos, un circo genuinamente español con payasos musicales interpretando pasodobles. Payasos de la escuela zaragata, con entradas —así se llama a los números de augustos y cara blanca— de doble sentido y sal gorda que crearon una escuela clonesca singular, netamente celtibérica.
Aquel era un circo mínimo, esencial, “povero”, con contorsionistas y funambulistas con las mallas remendadas, no menos que los chapitós —lease carpas—, que enamoraron con sus vuelos circulares a miles de adolescentes de la España gris del franquismo.
Yo me afilié al viejo espectáculo al descubrir en la tapia de mi casa en un pueblo del norte un cartel multicolor de un circo viajero, cuando creía que mi país era solo en blanco y negro.
No hay que confundir el circo con ese mix musical que aúna el teatro, el cabaret y los musicales con un muy atractivo márquetin empresarial que convirtió al Cirque du Soleil en una propuesta escénica muy rentable.
El circo es endogámico, alejado del mundo real, una auténtica ciudad ambulante; el circo es tan promiscuo como conservador. Yo, ante el buen ismo animalista, defiendo el circo con animales artistas, auténticos trabajadores y soporte económico de muchas familias que miman y cuidan a elefantes y leones nacidos en cautividad y que se reproducen con frecuencia, al contrario de sus congéneres, en zoos estables.
Hoy el circo con fieras está perseguido, pero curiosamente, concebido como una propuesta infantil, son los números que despiertan más curiosidad e interés entre la república de los más pequeños.
No caben otras líneas en este texto solicitado. El circo merece un serial, el circo de las gentes del camino, itinerante, ecuestre y europeo, y en vísperas de su agónica desaparición anunciada tengo que subrayar un viva el circo, y añadir un gloria al circo español. Ale Hop!!!