“¿Matar al padre? Sí, a besos, pero para tranquilizarle”
Se lo conoce como editor más que como traductor; sin embargo, Miguel Aguilar (Madrid, 1976) ha traducido, entre otros autores, a Cyril Connolly y George Orwell. Si bien es hijo de su padre, Miguel Ángel, si atendemos a su perfil intelectual y progresista, Miguel es mucho más apaciguado y se acuartela a una distancia prudente de la polémica que vertebra a Aguilar Sr. Se define como una persona serena, incapaz incluso de recordar disputas paterno filiales. Ecléctico pero riguroso, ha editado un libro del cardenal Rouco Varela pero también lo esencial de Christopher Hitchens en castellano, todo en Debate, donde ejerce como director editorial desde 2006.
Diario Kafka: ¿Cómo era la relación con tu padre cuando vivías en la misma casa que él?
Miguel Aguilar: Muy cordial. Fue una infancia bastante aburrida por lo cordial.
DK: ¿Tu padre jugaba contigo, por ejemplo al fútbol?
MA: No, no, la parte deportiva era un poquito distinta (risas). Mi padre nunca ha tenido una inclinación deportiva muy marcada. Mi abuelo tuvo doce hijos, era otra época... Y a todos los hijos varones los iba haciendo socios del Real Madrid a medida que nacían. Creo que mi padre jamás fue al Bernabéu, y de hecho al poco tiempo su hermano menor le acabó robando el carné, le cambió la foto y el nombre, y es el que lo ha usado.
DK: Tu infancia es en Madrid, ¿no?
MA: Sí. Tertulias, charlas... Creo que mis padres nos incorporaron desde muy pequeños a su mundo adulto, digamos, y nosotros (tanto mi hermana como yo) nos acoplamos de una manera bastante cómoda y sin problemas. De pequeños teníamos unas sillitas de tamaño de niño pequeño y cuando había gente en casa nos decían “id a por las sillitas” y entonces íbamos por ellas y nos sentábamos con ellos y tomábamos parte de la tertulia con ellos, con adultos. No nos enterábamos absolutamente de nada, pero bueno, estábamos ahí y escuchábamos de una manera muy seria... No sé qué pensaban [de ello] los amigos de mis padres... (risas).
DK: ¿Qué recuerdos tienes de ese paisaje? Estar sentado con tu hermana en las sillitas y ver una tertulia en la que estaría hablando de política, de literatura...
MA: Tengo pocos recuerdos, la verdad. Por ejemplo, recuerdo que de vez en cuando venía [Adolfo] Suárez a cenar a casa. Entonces no salíamos con la sillita, pero salíamos a saludar. Yo, que era muy tímido, lo pasaba muy mal, pero conseguía componer el gesto, salía, le daba un beso a Suárez y luego nos íbamos otra vez.
DK: ¿Tenías conciencia de que ese señor era importante?
MA: Sí, sí.
DK: ¿Qué edad tenías?
MA: Debía de ser después del 82. Yo tendría seis o siete años, una cosa así. Recuerdo quién solía estar, pero no recuerdo de qué se hablaba. Sí que recuerdo no sentirme extraño sentado en torno a esa mesa. De la misma manera que no echo de menos haber jugado más al fútbol con mi padre, esto tampoco lo veo con extrañeza. Me imagino que de pequeño lo vives con naturalidad. Con tu padre no juegas al fútbol sino que vas a tertulias (risas). Suena un poco absurdo, pero...
DK: ¿Qué peso crees que ha tenido el hecho de que tu padre tuviera una imagen pública? ¿Ha afectado eso a la educación de sus hijos?
MA: Para la educación que nos dio, creo que no. Nosotros fuimos al Colegio Británico en Madrid, porque para mis padres no hablar inglés había sido un obstáculo o algo que les había limitado en cierta forma. Luego mi hermana y yo nos fuimos a estudiar a Inglaterra. Cuando me fui, en el año 94, en la última legislatura de González en la que ya la crispación era muy palpable, mi padre como tertuliano opinaba sobre los temas. Se producía ahí una tensión con mis compañeros, que más bien tendían a estar en desacuerdo con mi padre…
DK: Evidentemente…
MA: Sí, no es que yo fuera un exiliado político ni muchísimo menos (risas), pero sí es verdad que el ir a un sitio donde a tu padre no lo conocen, donde eres un anónimo, era bastante tentador. Ese no fue el único motivo por el que me fui, pero me imagino que eso tuvo que ver, en parte. Además de eso, el hecho de que tu padre conozca a tanta gente es una considerable ventaja, aunque en ocasiones sea una pequeña desventaja porque también hay gente con la que se ha peleado o no se lleva bien. Esa gente puede estar mal predispuesta hacia ti, pero también y sobre todo tú puedes estar muy mal predispuesto hacia ellos (risas). Pero en conjunto creo que es una inmensa ventaja, porque hay mucha gente con la que no te tienes ni que presentar, solo dices “soy hijo de...”. Porque en mi caso, además mi madre [Juby Bustamante] también tenía una proyección pública importante. Digamos que naces conociendo a muchísima gente.
DK: ¿Tienes la sensación de que tu padre, por su profesión absorbente, no te prestó toda la atención que te debería haber prestado?
MA: No, no tengo esa percepción. Mis padres trabajaban los dos, pero nunca lo sentí... También es verdad que mi padre durante largos periodos no tenía una ocupación fija sino que era freelance, lo cual le dotaba de cierta flexibilidad y hacía que estuviera más. Pero incluso en los momentos en que trabajaba muchísimo, cuando fue director de EFE o cuando fue director de El Sol, no tengo la sensación de que no estuviera allí. Estaba presente en la medida en la que yo le necesitaba.
DK: Estás armando un relato donde parece que no hubiera desencuentros generacionales, ¿no los hubo?
MA: Viéndolo desde ahora no tengo esa sensación. Mis padres son bastante tolerantes. Me echaron del colegio un par de veces por pequeños problemas de indisciplina —eran suspensiones, expulsiones temporales—, pero incluso en esos momentos... A mí me echaban pero yo pensaba que yo tenía la razón, entonces la primera vez mi padre me dijo “mira, escribe un pequeño informe y explicas lo que ha pasado y cómo lo ves tú”. Y entonces cuando mis padres fueron a hablar con el director para que les contara lo que había pasado, mi padre no tuvo mejor idea que darle al director el informe que yo había redactado porque él consideraba que estaba muy bien contado todo, y el resultado es que casi me echan definitivamente (risas).
DK: Has dicho que tienes once tíos, eran doce hermanos con tu padre. ¿Qué distancia ideológica había entre tu abuelo y tu padre?
MA: Mi abuelo era un médico de la burguesía acomodada madrileña, y digamos que mi familia paterna es una familia madrileña conservadora, en su gran mayoría votante o simpatizante del PP y en ese sentido digamos que somos un poquito distintos. Lo que pasa es que creo que tanto mi padre como yo somos bastante moderados en las opiniones y en el carácter, entonces es difícil llegar a una disputa. Mi abuelo murió antes de que yo naciera. No sé qué tipo de relación tenían [mi padre y él], me imagino que sería una relación cordial, porque tampoco sé que hubiera una ruptura ni nada de eso. Mi padre fue disidente democrático durante el franquismo, pero no era comunista, era una oposición casi ética. Yo creo que no llegó a militar en ningún partido político. Era una disidencia que ejercía desde el periodismo más que desde la política, yo creo que en parte porque el periodismo era una manera de hacer política en ese momento, ¿no? Pero no era trotskista, ni prochino ni nada de eso, era una oposición a la dictadura en general. Y luego pues sí, con un tinte socialdemócrata, pero no era en absoluto radical ni abogaba por la propiedad colectiva de los medios de producción ni nada de esto. Entonces me imagino que con su padre podría tener sus diferencias. Mi abuelo, por lo que me han contado, tampoco era un franquista enfurecido, era una persona conservadora que en la guerra no combatió porque era médico, pero que, por ejemplo, al final de la guerra, cuando a los médicos se les ofrecía levantar el acta en los fusilamientos para hacer méritos, él se negó, no quiso participar, o sea que era una persona del franquismo sociológico que se dice.
DK: ¿Recuerdas algo en lo que te iniciara tu padre?
MA: La lectura. Yo nací en una casa llena de libros. Mis padres, los dos, leían mucho, estaban siempre con un libro, eso es responsabilidad de los dos. Probablemente la ironía o cierta manera de expresarme sí que puede ser un... bueno, siempre puedes decir que es genética más que entorno, pero bueno, de una manera o de la otra yo creo que eso viene por su lado.
DK: ¿Te obligaban a leer o era el ejemplo?
MA: Era mímesis, yo creo.
DK: Claro, era mímesis en un mundo en el que solamente había la 1, el VHF o los libros.
MA: Y además en una televisión pequeña, en blanco y negro, que era una mierda. Eran muy amigos de muchos editores y muchos escritores, con lo cual vives rodeado un poco de ese ambiente. Por ejemplo, mi padre tiende a obsesionarse con libros y pasó una época en que se obsesionó con Clausewitz; entonces yo con ocho años intentaba leer De la guerra una y otra vez, nunca pasaba de la página tres me imagino (risas), pero bueno, lo seguí intentando porque era lo que mi padre leía y decía todo el rato que era maravilloso y yo me metí a ello, mi padre me animaba a ello y luego hablábamos de Clausewitz.
DK: ¿Tú le has puesto algún libro en la mano a tu padre?
MA: Lo he intentado, pero...
DK: ¿Sin éxito...?
MA: Bueno, algunas cosas sí y otras menos. También digamos que a él le llegan cosas de muchos sitios distintos, y que muchas de esas cosas que más le pueden interesar a él a mí me interesan menos. Y viceversa: cosas que a él le pueden interesar mucho yo las veo con un poquito más de distancia. Pero bueno, por ejemplo el libro famoso de Janet Malcolm de El periodista y el asesino le gustó mucho.
DK: ¿Políticamente eres afín a tu padre?
MA: Sí, a grandes rasgos sí. No comparto todo lo que él dice, hay diferencias, pero creo que son diferencias más de matiz que de profundidad. Yo soy mucho más pro cultura de la transición —por utilizar la terminología de Guillem Martínez— de lo que realmente me tocaría ser por generación o por entorno. Pero en gran parte porque he crecido en ese medio y realmente he conocido a muchas personas importantes para ese momento, y creo que entiendo por qué hicieron lo que hicieron, qué es lo que les movía y en gran parte comparto lo que les movía y las decisiones que tomaron en esos momentos, y también inevitablemente porque mi padre fue parte de eso, y uno tiende a defender lo que hacen los suyos.
DK: O sea que el radical es tu padre.
MA: Probablemente sea más radical que yo, sí. Pero vamos, es un radicalismo muy llevadero. Lo que es quizás más osado en sus planteamientos o en las cosas que dice.
DK: ¿Ésa ha sido tu manera de matar al padre?
MA: Matarle a besos, a base de tranquilizarle (risas). Sí, quizá yo sea más pactista en ese sentido.
DK: Bueno, sí, cuando se excita tu padre...
MA: Sí, es verdad que mi padre puede ser bastante incendiario. También es verdad que su profesión le pide ser más incendiario y a mí la mía más cauto y más moderado.
DK: Cuando tengas hijos, si los tuvieras, ¿los educarías de manera semejante a como tu padre os educó a vosotros?
MA: No me parece un mal modelo. Esas cosas hasta que no pasan no sabes cómo se hacen, pero así ahora mismo te diría que creo que no nos ha ido mal del todo.
DK: La generación de tu padre, por el hecho de haber sido educada durante el franquismo, tuvo una serie de prejuicios progresistas, izquierdistas y en algunos casos hasta hippies, una especie de sarampión libertario, que en algunos casos ha dado resultados nefastos. Oyéndote hablar, se diría que tu padre se salvó de ese sarampión. hippies
MA: Sí, yo creo que mi padre se salvó de ese sarampión. Por ejemplo, mi padre no ha fumado un porro en su vida. Mis padres nunca cayeron en esa especie de exceso que retrata Houellebecq en sus libros. Mi padre no era un rojo encendido, era un rosa pálido; y esa senda la evitaron, igual que la del radicalismo político, no cayeron en ningún extremismo. Pero vamos, sé de lo que hablas porque sí que lo he visto en mi entorno.
DK: Tradicionalmente, en España hay una endogamia en los bolsones conservadores pero a partir de la Transición esto se abre y aparece otro tipo de figuras. Es el caso de tu padre o el caso de Pradera. ¿Tú crees que hay en el paisaje a partir de la Transición lo que podríamos llamar un grupo de poder que se expresa con otro signo y que se vincula entre sí?
MA: Sí, lo que pasa es que no me parece justo decir que es después de la Transición. Pensad en Ortega y Gasset y su padre... Lo que pasa es que ahí se produce un corte radical. Si vives en el exilio, Juan Villoro, su padre, Luis Villoro, era una figura importante; y el hijo de Juan Marichal, Carlos, es muy prestigioso en México.
DK: El corte lo da la dictadura…
MA: Claro. Por eso durante cuarenta años no ocurre. Me parece que en cualquier ocupación hay una probabilidad más elevada de que el hijo de un periodista progresista acabe siendo periodista progresista o vinculado de alguna manera a alguna profesión liberal y con una opción política progresista. En el caso de las dinastías conservadoras hay una idea de proteger una serie de intereses creados, normalmente relacionados con el dinero, con intereses económicos que en el otro caso no ocurre tanto. Quizá a partir de la Transición sí que empieza a haber grupos de interés y grupos económicos con una orientación más progresista, como puede ser Prisa o ese tipo de cosas, pero como se ha acabado demostrando, al final el capital no tiene ideología sino que busca más bien su propia supervivencia. Lo que sí que puede haber es una afinidad. Yo con el hijo de Pradera, con Max, me llevo muy bien, y con gente equivalente, con Nacho, me llevo muy bien. Tanto como para hablar de una endogamia o algo así no, no da para tanto.
DK: ¿Estás insinuando de algún modo que el sector conservador defiende la propiedad y el progresista las ideas?
MA: Bueno, es una manera un poco radical de decirlo y te he dicho antes que yo no soy nada radical, pero sí, digamos que las ideas que defiende el sector conservador tienden a beneficiar al capital; bueno, partiendo de una distinción muy grosera que es que la izquierda es más redistributiva y que en la derecha prima la individualidad.
DK: ¿Cuál es la relación que mantienes con los amigos del PSOE de tu padre?
MA: El amigo de verdad de mi padre es Javier Solana, con el que hizo la carrera. Son amigos desde los 18 años, de la Facultad de Físicas. Con Javier tengo una relación muy cordial y le veo con frecuencia. Y le he publicado un libro hace un par de años. Mis padres tienen trato frecuente con exministros, más que con gente del partido, que no necesariamente están vinculados orgánicamente a él.
DK: ¿Qué es la familia para ti? ¿Es una organización social válida, importante, básica, el pilar de nuestra sociedad como diría Rouco?
MA: También he hecho un libro con Rouco (risas). Sí, es muy importante, sin duda alguna. Es un poco el..., no sé si diría el pilar. En la sociedad actual las familias coyunturales o eventuales o los agrupamientos por afinidad son casi más importantes que las familias heredadas, pero cuando se da cierta sintonía de intereses y de opiniones, se refuerza el vínculo heredado con el vínculo de afinidad, y en el caso de mi familia tenemos un poco esa suerte. No hay un conflicto generacional, no hay una discrepancia ideológica..., hay matices y nos da para discutir bastante de casi todo, somos bastante discutidores todos, pero se refuerzan los dos ejes, el de la genética o el cariño heredado y el de los intereses o aficiones comunes. Yo creo que es un refugio porque aunque te lleves muy mal con tu familia, por lo general la familia no te repudia, es un sitio adonde siempre puedes acudir y donde te van a recibir, a querer y a ayudar.
DK: ¿Eres abierto en cuanto a los modelos de familia?, ¿padre-madre, padre-padre, madre-madre..., cuál es tu posición ideológica?
MA: Ahí discrepo con Rouco, sí. Es decir, creo que hay suficientes ejemplos de familias tradicionales desgraciadas como para pretender que es el único modelo que puede funcionar. O sea, un modelo de padre-cabra me parecería más osado. Pero quitando extremos, creo que hay que ser un poco abiertos de cabeza.
DK: ¿A quién quieres más, a mamá o a papá?
MA: Cuesta, ¿eh? No sé, es distinto, depende de para qué.
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