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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Me quedo contigo

Mónica Maristain

Si me das a elegir entre Los Chunguitos y Manu Chao, me quedo con Deprisa, deprisa, film de una época irrepetible: Carlos Saura hacía buenas películas, los hermanos Salazar eran jóvenes y sus primas de las Azúcar Moreno todavía no se habían hecho famosas a fuerza de pelearse en los platós televisivos.

Si me das a elegir, por ejemplo, entre la ternura proverbial de Antonio Muñoz Molina —un tipo al que hay respetar y querer sólo porque sabe mucho de jazz y cada dos por tres firma artículos condenadamente buenos dedicados a la memoria del prócer Thelonious Monk— y la mala uva de Enrique Vila-Matas, quien en la reciente edición del Hay Festival Xalapa paseó su misantropía y su bad milk por las muy atribuladas rutas veracruzanas, me quedo con la Elvira Lindo post-Manolito Gafotas, tan interesante novelista que es la susodicha.

Sin embargo, ya sabemos que en la vida no todo es “Gary Oldman ven a mí”; por el contrario, muchas veces nos tenemos que tragar algunas cucharadas de aceite de ricino y no precisamente a causa del estreñimiento malsano a que nos condenan las ingestas de alimentos perniciosos. En este punto vale una digresión: un amigo solía decir, okey, me tomo la cucharada, pero una al día, hay que dosificar las cuotas de veneno a que estamos destinados.

En México, la tierra florida en donde se escribe esta columna, los hablantes suelen confundir el significado de último con el de ultimátum. Así, no faltan quienes inician las conversaciones con un rotundo “ultimadamente”, cuando en realidad quieren indicar “últimamente”.

La verdad es que última y ultimadamente, en un espacio de tiempo que no alcanzamos a precisar con justeza porque cuando nos levantamos el dinosaurio seguía allí, nos inflan las ínfulas de los fatuos escritores inflamados por una industria editorial, la española, que nos quiere vender el gato, la liebre y los ratones también.

Aficionados a las burbujas que luego los dejan desocupados, les quitan su frágil condición de europeos y los incita a votar febrilmente por el PP, los hijos de la desnaturalizada Madre Patria han vivido, desde los Juegos Olímpicos del 92 a las fechas, un fervor nacionalista justificado muchas veces y otras absolutamente ridículo, como cuando en alguna carrera de F1 no participa Fernando Alonso y el titular del domingo, de todos modos, es ¡Fernando Alonso!

La literatura no es la excepción. Por eso, nos hemos atrevido a hacer una serie de apreciaciones bajo el título ¿Te enteras?, sólo para “medirle el agua a los camotes”, como se dice en México, a saber:

- En Latinoamérica hay cientos de cronistas mejores que Quim Monzó.

- Para que Enrique Vila-Matas gane el Nobel, primero tendrá que escribir un libro de verdad, desde la primera a la última página.

- Javier Marías no es el mejor novelista de la lengua española. Antes parece un señor muy enojado que rechaza premios y da consejos todas las semanas en una revista que antes se leía mucho y ahora se padece más. Desde hace 10 años, las novelas de este señor parecen ser la misma, con distinta portada, claro, porque Alfaguara —ya se sabe— no se mide en gastos.

- Qué lindo que Jaume Vallcorba haya comprado los derechos de Georges Simenon, pero si eso le da categoría de prócer y lo lleva a ocupar todas las portadas de los suplementos literarios, sepan que el escritor y editor mexicano Rafael Pérez Gay tiene todos los derechos de Rubem Fonseca desde hace años y a él nadie lo llama editor legendario.

- Los editores legendarios de la lengua española hace rato que, como Fernando Alonso, no corren muchas carreras y pierden el título de la Fórmula Uno, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez…

- Si la prensa española y las listas de menores de 39 insisten en decirnos qué debemos leer los latinoamericanos, haremos una con los autores españoles que no deben leer los españoles.

- ¿Quién es Andrés Barba?