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Miedo televisivo I: 'Hermano Mayor'

Bob Pop

La fotógrafa de guerra Christine Spengler confesó una vez que le asustaba que la presencia de su cámara en los escenarios de conflicto pudiera generar aún más violencia, que le aterraba que los combatientes quisieran posar su osadía ante el objetivo y una escena tensa pudiera convertirse en una escena sangrienta solo por lograr ser protagonistas de una buena foto. Algo así dijo Christine Spengler, y algo similar pienso yo cada vez que veo 'Hermano Mayor'.

Hay quien opina lo contrario; que si no fuera porque hay una cámara delante, sería aún más tremenda la bestialidad adolescente de quienes protagonizan este programa que simula funcionar como un mecanismo televisivo redentor (aunque no sea más que gore light rematado por un dobladillo de encaje de autoayuda, para disimular). Me da igual si ellos, Christine Spengler o yo tenemos razón.

A mí, 'Hermano Mayor' me da mucho miedo. Por la rabia que convierte en espectáculo. Porque hay dolor, porque hay una cámara grabándolo todo sin poder hacer otra cosa que grabarlo todo y porque hay un equipo de edición que decide qué hostia le gustará más a los espectadores.

De 'Hermano mayor' me asusta pensar en la reunión del equipo de producción que planea qué insultos colocar dónde, qué amenazas lo petarán en audiencia o qué golpes contra las paredes dejarán a los espectadores clavados en el sofá. Todo lo anterior me espanta mucho más que los arranques de ira adolescente. Mucho más.

La fotógrafa de guerra Christine Spengler confesó una vez que le asustaba que la presencia de su cámara en los escenarios de conflicto pudiera generar aún más violencia, que le aterraba que los combatientes quisieran posar su osadía ante el objetivo y una escena tensa pudiera convertirse en una escena sangrienta solo por lograr ser protagonistas de una buena foto. Algo así dijo Christine Spengler, y algo similar pienso yo cada vez que veo 'Hermano Mayor'.

Hay quien opina lo contrario; que si no fuera porque hay una cámara delante, sería aún más tremenda la bestialidad adolescente de quienes protagonizan este programa que simula funcionar como un mecanismo televisivo redentor (aunque no sea más que gore light rematado por un dobladillo de encaje de autoayuda, para disimular). Me da igual si ellos, Christine Spengler o yo tenemos razón.