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Julia Jiménez, escritora: “Todo es posible en el mundo rural. Incluso la emoción y el suspense en la novela negra”

La escritora Julia Jiménez.

María Bosque Senero

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¿Quién es Julia Jiménez Carrera?

Nací en Zaragoza en 1967 (hace ya un montón de años), pero mis padres, mis hermanos y toda mi familia provienen de un pequeño pueblo del Moncayo soriano, Borobia. Mis padres emigraron a Zaragoza en los años sesenta y al poco tiempo nací yo. En la Almozara, un barrio que en aquellos años limitaba al sur con el Ebro, al norte con las vías del tren, al oeste con unos descampados y al este con una fábrica química que le daba nombre. Visto así, el barrio no era lo que se podría calificar como bonito, pero recuerdo como luchaban los vecinos por que fuera cada día un poco mejor y lo consiguieron. ¡Míralo ahora!

¿Cuál es el vínculo de una joven zaragozana con la Alemania de principios de los años 90?

Estudié Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza y cuando acabé, España vivía otra de sus infinitas crisis económicas. Así que hice las maletas y me marché a Alemania. Había empezado a estudiar alemán y me pareció que un año allí sería suficiente para volver y dar clases de alemán. Me equivoqué en que solo sería un año. Fueron tres, que cambiaron mi vida en muchos sentidos y habrían sido más (tenía pensado volver al país germano para intentar trabajar en un Instituto Cervantes) si no hubiese sido porque sí que acerté con lo de las clases de alemán. Cuatro meses después de estar de nuevo en Zaragoza ya estaba trabajando. En el Instituto de idiomas, en la actualidad el Centro Universitario de Lenguas Modernas y hasta hoy.

Cuando vi que las posibilidades de profesora de alemán en el Instituto de Idiomas (CULM) se consolidaban, estudié Filología Alemana en la Universidad de Valencia. Fue un poco agotador trabajar y estudiar a la vez. Pero mereció la pena.

Ahora es profesora del Centro Universitario de Lenguas Modernas de la Universidad de Zaragoza, institución de la que estuvo al frente durante 8 años. ¿Es un buen momento para los estudios de Humanidades?

Debería serlo. Siempre debería serlo. Las humanidades son inherentes al alma humana. Son fundamentales, en todo el sentido de la palabra. Aunque resulte muy simple, incluso los planteamientos matemáticos o físicos más básicos requieren de una buena capacidad de comprensión de lectura y a menudo, después, la competencia de transmitir lo que se ha aprendido. Hay sabios con unas capacidades docentes nulas. Por lo que respecta, por ejemplo, al diseño de los lugares donde vivimos, las ingenierías o la arquitectura, necesitan o necesitarían de un amplio conocimiento del ser humano y de sus necesidades: lugares agradables donde se pueda vivir y respirar. A la economía, según mi opinión, le falta un poco de filosofía y a la psicología, quizás, un poco de literatura.

¿Y para los idiomas?

Aunque sea una imagen muy utilizada, los idiomas son puertas a mundos y culturas diferentes al nuestro. Muy diferentes, incluso. Conocerlos, intentar comunicarse con ellos es una forma de atravesarlas, de salvar diferencias, de hacer un esfuerzo por acercarse a eso que desconocemos y de respetarlo.

Pero aprender un idioma es un proceso lento, que requiere mucha dedicación. Y de tiempo y de paciencia, vamos muy escasos en estos momentos en los que todo se puede conseguir con varios clics y en pocos minutos. Internet y los ordenadores han permitido otras formas de aprender idiomas y el acceso a materiales que antes ni imaginábamos. Sin embargo, dominar una lengua extranjera es todavía un ejercicio de esfuerzo e interacción.

Quizá por eso, en nuestras aulas, el número de personas interesadas por aprender un idioma ha ido disminuyendo en los últimos años. O tal vez sea porque se perciben como algo de lo que se puede prescindir.

¿Siguen siendo los idiomas necesarios para el futuro?

La respuesta a esa pregunta es una gran incógnita. Las perspectivas tecnológicas nos llevan a pensar que podremos implantarnos un chip o dispondremos de un aparatito con el que podremos comprender cientos de idiomas, o incluso todos los idiomas del mundo. Cada uno hablará su lengua y sin esfuerzo nos entenderemos todos. Por supuesto, esos mecanismos nos traducirán (o nos traducen ya) también la palabra escrita y así, cuando estamos en un país extranjero, sabemos que vamos a entrar a un restaurante y no a unas letrinas.

Como somos previsibles, me atrevo a pensar que con este tema pasará como con muchas de las transformaciones que están teniendo lugar alrededor de nosotros: un alto precio del que no siempre somos conscientes o que no nos parece tan caro; el comercio electrónico ha acabado con el de cercanía, la locura de las renovables con el paisaje, el turismo con la tranquilidad. Pese a todo, siempre hay una docena románticos que reivindican sensatez y un mundo mejor. Así que, a lo mejor, entre los damnificados por la inteligencia artificial surgirá un grupo de resistencia y si tenemos suerte y se animaran a aprender idiomas.

¿Le ha ayudado o le ha empujado de alguna manera su formación y el ser profesora de lenguas a escribir?

En realidad, fue al contrario. Siempre me ha gustado escribir. Lo hacía de pequeña y lo de adolescente, para enfrentarme a mis demonios y lo seguí haciendo hasta que otras cosas más urgentes ocuparon mi tiempo. Lo dicho, me gusta escribir y disfruto, sobre todo, creando a los personajes. Cuando fue imposible hacer periodismo (había que salir de Zaragoza y resultaba excesivamente caro) decidí estudiar Filología Hispánica y en concreto literatura.

A la hora de escribir, dar con la palabra adecuada es un arte, un juego de habilidad que trasciende la semántica. Hay que detenerse a observar los matices que diferencian una palabra de otra para optar por la más adecuada para cada contexto y eso quizás sí que tenga que ver con mi formación como profesora de idiomas. Es muy difícil, por no decir imposible, que dos palabras de dos idiomas diferentes signifiquen lo mismo. Explicar por qué palabras que en apariencia son sinónimas, en realidad no lo son, es adentrarse en un fascinante universo sociológico y cultural. La flexibilidad de la lengua para poder expresarnos, los diferentes registros sociales, los dialectos... dicen tanto de nosotros.

¿Por qué ser escritora? Se lo planteó en algún momento, ha sido algo que ha surgido con el tiempo…

Al principio, de más joven. Quizás me lo planteé, cuando participé en algún concurso literario. Escribir siempre ha sido una actividad muy mía, que no compartía con nadie. De tal manera que tampoco tuve apoyos que me animaran a seguir adelante. Después de varios intentos, que yo creí fallidos, lo abandoné.

Ha escrito varios cuentos. ¿Qué finalidad tenían y cómo se siente al verlos publicados?

Escribí dos leyendas, La fuente del Arca y El pequeño esquilador, que presenté al concurso de leyendas que se celebró en Borobia, Soria, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Gustavo Adolfo Bécquer. Con la primera quería, además, rendir un modesto homenaje a las mujeres de ese pueblo. Su silenciosa abnegación sirvió para sacarlo adelante mientras los hombres tenían que ausentarse durante temporadas a trabajar allá donde fuera posible ganar una miseria. Con El pequeño esquilador, el homenaje fue para mi padre, quien trabajó toda su vida para que tuviéramos una vida mejor que la que él había tenido. Y lo logró.

En 2023 saltó a la novela con un título sugerente: El colapso de la colmena. En él habla del mundo rural, de cómo un suceso inesperado impacta en la sociedad. ¿Con qué se va a encontrar la persona que se acerque a este libro?

Se va a encontrar, sobre todo, con la convulsión que supone en el ánimo de los habitantes un acto violento en una pequeña comunidad. El suceso, como tú lo llamas, provoca miedo y el miedo nos vuelve cobardes. La investigación, las sospechas, las confesiones abren al pueblo en canal y lo que se ve no es siempre lo mejor de nosotros. Pero también hay una pasión infinita por el mundo rural, eso sí, sin idealismos. No hay nada de bucólico en vivir en la Celtiberia.

¿Por qué esta temática y esta ambientación?

Es una novela negra porque desde hace años es mi género predilecto. Me gusta leerla y me gusta escribirla. Para mí, es la nueva novela costumbrista, el realismo del siglo XXI. No hay edulcorantes ni distopías. Es el ser humano, con sus miserias y con su generosidad. Pero, sobre todo, con sus miserias.

Modestia aparte, elegí un escenario rural porque si Camilleri, ente otros, había sido capaz de dar vida a Vigata, un pueblo pequeño de Sicilia, o Camila Läckberg consigue atraer a millones de lectores a un pueblecito pequeño a orillas del mar en Suecia, ¿no cabía la posibilidad de que un pequeño pueblo de la Celtiberia española, esa región a cuya desaparición todos contribuimos, tuviera también un sitio en las estanterías y en los corazones de todos esos lectores? Rural noir, se podría llamar. Sé que la distancia hace que el Italia o Suecia parezcan más exóticos. Pero había que intentarlo.

¿Qué quería trasmitir con esta obra?

Qué todo es posible también en el mundo rural. Incluso la emoción y el suspense en las historias y, sobre todo, en la vida. No es una cuestión de tamaño, sino de actitud. Una investigación en un pequeño pueblo puede ser tan complicada o tan fácil como en una metrópolis. Solo que las distancias son más cortas. Pero eso, ya lo vio Agatha Christie hace muchos años. No estoy inventando nada nuevo.

No pretendía hacer un alegato panfletario contra la despoblación, pero sí mostrar las heridas por las que supura.

¿Cree que lo ha conseguido?

Me gustaría pensar que sí. Sobre todo, porque me lo han ido diciendo. El colapso de la colmena tiene un escenario concreto, pero también la capacidad de que ese escenario sea el pueblo de cada uno de nosotros. Los lectores y las lectoras identifican a muchos personajes, “yo ya le he puesto cara a más de uno”, me confesó un lector que vive a más de 400 kilómetros de donde la acción del libro tiene lugar. Por supuesto, quien habita, aunque sea de vez en cuando, en la Celtiberia siente lo que sucede más cercano. A eso contribuye también la forma de hablar de los personajes. Estos, aun siendo de ficción, tienen un poco de cada uno de los habitantes de un pueblo y por eso nos resultan familiares. Somos nosotros, al fin y al cabo, los que desfilamos por el libro.

¿En qué género se siente más cómoda y por qué?

Me siento muy cómoda en la novela negra. Me da la sensación de que todo es posible alrededor de un misterio. Se han roto las costuras del género y cabe desde la violencia desmedida, que a mí no me gusta, hasta la poesía. Me atrae el suspense, ese momento de duda al final de un capítulo en el que no sabes si cerrar el libro e irte o seguir leyendo hasta el final.

Y me gustan las series, donde puedes seguir a los mismos personajes año tras año, libro tras libro. A menudo, cuando acababa un libro que había disfrutado de verdad, sentía una pena profunda y deseaba que sus personajes siguieran viviendo más allá de sus páginas. Las series son una pequeña recompensa a esa ansiedad. Hay personajes o historias que no se merecen un segundo libro o una segunda historia, pero hay otros que deberían de ser eternos.

¿Cuáles son este momento sus próximos proyectos?

Dentro del Centro Universitario de Lenguas Modernas, se organizó el pasado mes de marzo una pequeña presentación de diez autoras de novela negra de cada uno de los idiomas que impartimos en el centro. En la biblioteca están los ejemplares en español y cuando ha sido posible, también en el idioma original. En estos momentos, estamos intentando traerlas a Zaragoza para conversar con ellas, para que nos cuenten como es su actividad como escritoras y también como mujeres. Con algunas va a ser imposible, por cuestiones económicas o por su edad, como Ingrid Noll que con sus más de ochenta años ha declinado nuestra invitación, pero ha accedido a que le hagamos llegar todas nuestras dudas o curiosidades sobre sus obras. No obstante, con toda seguridad tendremos a Adania Shiblí, autora palestina, con nosotras en noviembre. Y seguro que, en el 2025, también a alguna más.

Como escritora, he acabado mi segunda novela y me gustaría, claro, que viera pronto la luz. Ver publicado un libro es como un hijo o una hija que por fin se va solo y empieza a recorrer la vida sin ti.

Recomendaciones de la autora

Un tema musical: Á nos souvenirs del grupo francés Trois Cafes Gourmands, por seguir con el tema rural y con el entusiasmo de tener un pueblo.

Una película o serie: Serie: Babylon Berlin. Impresionante, la serie y el Berlín de entreguerras.

¿Papel o digital? ¡Uy, es difícil! Los libros, en papel. Pero también leo en formato digital, sobre todo en verano, por los mosquitos. Y por el cierzo. Si lees al aire libre, el cierzo pasa las páginas por ti, aunque no las hayas acabado.

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