- Los laboristas llevan décadas dominando el mapa político de Escocia, pero ahora pueden convertirse en un actor marginal. Según el Centre for Economic Performance de LSE, el programa Labour sobre gasto público se solapa en muchos aspectos con el SNP, pero para muchos escoceses los laboristas se parecen demasiado a los conservadores.
¿Se acuerdan? Hace menos de un año el Reino Unido dio una lección de madurez democrática cuando los escoceses decidieron en referéndum sobre su posible independencia, en una campaña serena pero apasionante. Los escoceses hablaron de manera clara: Venció el no por una diferencia de 10 puntos. Sin embargo, aquella sentencia ha durado muy poco. El Partido Nacionalista Escocés (SNP) perdió esa batalla pero quiere ganar la guerra. Esta semana se lo recordará a británicos y observadores extranjeros.
Si hay una idea clara que se solapa en todos los análisis sobre el Reino Unido y las elecciones generales que se celebrarán este jueves, es la que se refiere al éxito electoral y político que espera al Partido Nacionalista Escocés (SNP). Sólo se habla de ellos y la amenaza que representan para la unidad del Reino Unido y la influencia que podrían tener sobre el próximo gobierno. ¿Cómo es posible que los claros perdedores del referéndum sean ahora los grandes vencedores?
Según todas las encuestas, el SNP obtendrá la gran mayoría de los escaños que se disputan en Escocia este jueves (59 del total de 650 que componen el Parlamento Británico). Los cinco millones de escoceses representan el 8% de la población del Reino Unido, pero son, desde hace tiempo, el centro sobre el que gira la política británica. El sistema electoral mayoritario (first-past-the-post) les dará un empujón extra: si logran un 4% del total de votos del conjunto del Reino Unido, podrían alcanzar hasta el 8% de los escaños en Westminster. El SNP será el tercer partido político (por detrás de conservadores y laboristas pero por encima de los liberal demócratas). Dada la creciente fragmentación que espera al nuevo parlamento, serán decisivos en la formación de gobierno.
¿Significa el abrumador éxito del SNP que los escoceses han cambiado bruscamente de opinión sobre la idea de separarse del Reino Unido? No parece el caso. Saben que su pertenencia al Reino es beneficiosa. La riqueza generada por el petróleo en el Mar del Norte es repartida en el conjunto del Reino Unido, pero Escocia se beneficia de abundante inversión estatal. Una encuesta reciente en The Economist revelaba que un 48% de los escoceses piensan que el actual marco les resulta económicamente beneficioso, frente a un 33% que piensa lo contrario. En otras encuestas los índices de apoyo independentista se mantienen planos. ¿Por qué entonces ahora va a arrasar el SNP?
El nuevo liderazgo del SNP ha jugado un papel importante. Tras la derrota en el referéndum, el histórico líder Alex Salmond cedió el testigo a Nicola Sturgeon, actual líder del SNP y primera ministra de Escocia. Sturgeon ha sido la gran estrella revelación de la campaña, al estilo de Nick Clegg en 2010. Para algunos venció en el debate electoral a siete (el único propiamente dicho de la campaña); para otros sencillamente dominó el encuentro. Su carisma es extraordinario y se mueve además como pez en el agua entre sus conciudadanos, que la ven como una “mujer normal”. Una cualidad fundamental en una era en la que la antipolítica tradicional (que se nutre sobre la idea de que los políticos viven en otra galaxia) pesa cada vez más también en el Reino Unido.
Los laboristas llevan décadas dominando el mapa político de Escocia, pero ahora pueden convertirse en un actor marginal. Conviene recordar que el comienzo del devolution, descentralización del Reino Unido, comenzó de la mano de Tony Blair. Las primeras elecciones para elegir al parlamento escocés se celebraron en 1998. Las dificultades laboristas de mantener sus escaños en Escocia se reflejan bien en la incertidumbre que pesa sobre si el influyente Douglas Alexander, responsable de política exterior del Partido Laborista, logrará vencer a Mhari Black, su rival del SNP de 20 años de edad, al oeste de Glasgow.
Muchos escoceses votarán al SNP porque quieren expresar su rechazo a la austeridad. Los nacionalistas escoceses entonan un discurso clásico socialdemócrata, enfatizando la protección de los servicios públicos. Su éxito es el de presentar al SNP como la antítesis de Cameron, algo clave teniendo en cuenta que los conservadores siempre han sido minoritarios en Escocia y son muy impopulares estos días. Según el Centre for Economic Performance de LSE, el programa Labour sobre gasto público se solapa en muchos aspectos con el SNP, pero para muchos escoceses los laboristas se parecen demasiado a los conservadores.
En todo caso, la tensión disgregadora del Reino Unido es evidente y Escocia será uno de los asuntos principales que dominará la agenda del nuevo gobierno que se forme tras las elecciones. Aunque muchos no votarán al SNP pensando en la independencia, Sturgeon y los suyos saben bien cual es su horizonte. La encuesta de The Economist antes mencionada aporta otro dato interesante: el 48% de los británicos (incluyendo los escoceses) piensan que Escocia será independiente en 20 años, frente a 34% que opina lo contrario. El año que viene se celebran elecciones para elegir al Parlamento escocés y, aunque parezca sorprendente, el SNP considerará la posibilidad de llevar en su programa la celebración de un nuevo referéndum sobre la independencia.