Hace apenas unas semanas se publicaba un reportaje en el periódico El País en el que, con el título “Cine contra viento y marea”, se hacía un diagnóstico de nuestra industria cinematográfica en estos momentos de crisis. El lector que llegado de un “planeta” lejano se acercara al reportaje podría fácilmente sacar la conclusión de que el cine español es cosa de hombres y que las mujeres en él son apenas la excepción que confirma la regla. De entrada, en la fotografía central que lo ilustra aparecen ocho directores de cine y una sola directora, como también es solo una mujer, Iciar Bollaín, la que ofrece su testimonio junto a una larga lista de colegas varones. Además se incluía el listado de películas españolas a competición en el festival de cine de San Sebastián, en el que observamos que de un total de 16 títulos solo 3 han sido dirigidos por mujeres. Y es curioso también como dos de esas tres producciones no sean películas de ficción sino documentales, lo cual nos abriría un interesante debate en torno a las causas de por qué en los últimos tiempos parecen ellas las más proclives a realizar ese tipo de cine. Una opción que tal vez tenga que ver con los obstáculos que siguen encontrando en una industria en la que continúa reflejándose con contundencia el patriarcado.
Aunque a estas alturas debería ser una obviedad, no está mal recordar en estos tiempos de “neomachismo” que el patriarcado se proyecta no solo en unas determinadas relaciones de poder en nuestras sociedades sino también en un determinado orden cultural basado en una diferenciación jerárquica entre hombres y mujeres. A partir de una serie de binarios que durante siglos han dominado nuestra percepción de la realidad – masculino/femenino, público/privado, producción/reproducción, razón/emoción- y de la consagración del hombre como referencia de lo universal, el patriarcado ha prorrogado la subordinación de las mujeres. Una posición que, pese a todas las conquistas que los países democráticos se fueron alcanzando en el siglo XX, se mantiene como demuestran los datos objetivos que nos continúan enfrentando el lugar privilegiado de nosotros frente al precario, y en muchas ocasiones invisible, que ocupan ellas.
El cine, que no es solo una industria sino que también es expresión cultural y, por tanto, espejo que refleja la sociedad y ventana mediante la cual nos asomamos al mundo, no permanece ajeno a esa especie de subsuelo que todos pisamos y que sigue marcando, muchas veces de manera imperceptible, nuestro lugar en el mundo en función del sexo. Un sexo que siendo inicialmente puramente biología se transforma en género cuando se inserta en un contexto de relaciones de poder y en un orden cultural que siguen siendo machistas. Desde una lectura de género es más que evidente que la fotografía de la realidad del cine español que nos ofrecía El País es un fiel reflejo de una sociedad en la que todavía las mujeres lo tienen más complicado para acceder a territorios considerados históricamente masculinos y que en general el poder – político pero también económico – así como la capacidad de generar referentes culturales continúan mayoritariamente en manos de los varones. Esta fotografía concuerda con la que de manera mucho más detallada nos ofrece el primer estudio internacional que se ha realizado sobre imágenes de género en el cine. El estudio, promovido por el Instituto Geena Davis sobre Género en los Medios, ONU Mujeres y la Fundación Rockefeller, ha sido realizado por varios profesores y profesoras de la Universidad del Sur de California. Los datos que arroja no hacen más que confirmar lo que desde la investigación de género llevamos años subrayando, en este caso además con la fuerza objetiva que dan unos porcentajes que ponen en evidencia como el sistema sexo/género continúa alimentando estereotipos y, lo más grave, como en el caso de las películas las mujeres continúan siendo invisibles o, en el mejor de los casos, devaluadas.
La investigación, en la que se analizan películas de 11 países con una relevante industria cinematográfica, se proponía explorar la visibilidad de las mujeres y hasta qué punto en el cine se continúan manteniendo determinados roles de género. Los resultados no dejan lugar a dudas. Una vez más el cine funciona como espejo de una realidad que solo muy lentamente parece transformarse a favor de las mujeres. De esta manera, comprobamos como menos de una tercera parte de los personajes con líneas de diálogo en las películas son mujeres. O como menos de una cuarta parte de la fuerza laboral que aparece en ellas es femenina. Cuando se trata de representar profesiones o trabajos con prestigio social, el predominio masculino es apabullante: abogados (90%), jueces (95%), médicos (85,2%), profesores (94,1%), periodistas (59,8%), deportistas (95,9%), clérigos (94.9%).
El estudio refleja a la perfección dos factores que evidencian como no hemos logrado revisar un “contrato social” que se apoya en un “contrato sexual” previo. Por una parte, el poder continúa estando mayoritariamente en manos masculinas. En las películas analizadas las mujeres apenas representan el 9,5% en puestos políticos de alto nivel, un 13,9% en los puestos ejecutivos, 11,3% en el mundo de los negocios y las finanzas o un 29,4% de administradores académicos. De manera paralela, y en lógica continuidad con su reducción a meros objetos, la sexualización de las mujeres se reitera en las pantallas. Así se desprende de datos como que el porcentaje de desnudos femeninos es de un 24.2% frente al 11,5% de masculinos, de cómo la belleza es un factor esencial en un 13,1% para ellas y solo en un 2,6% para ellos, o incluso como la delgadez se convierte en relevante en un 38,5% de las caracteres femeninos frente al 15,7% de los masculinos. Este último dato además se completa con el muy significativo de que la delgadez, y en general los demás factores que inciden en la sexualización de las mujeres según el estudio, se presentan en porcentajes mayores cuando se trata de personajes jóvenes.
Todos estos datos bastarían para hacernos reflexionar de qué manera el cine continúa invisibilizando a las mujeres o en todo caso situándolas en un lugar muy secundario. Porque no debemos olvidar que cuando hablamos de mujeres lo hacemos de la mitad de la Humanidad, no de un grupo, colectivo o minoría. Una mitad que todavía hoy, en pleno siglo XXI, sigue sin estar presente en condiciones de igualdad en el espacio público. Una mitad que solo está en la industria del cine a través de un 20,5% de mujeres que participan creativamente en ella (un 7% de directoras, un 19,7% de guionistas o un 22,7% de productoras). De ahí, como concluye el informe, la necesidad de reequilibrar este panorama, no solo incentivando la presencia mayor de las mujeres en la industria del cine, sino también haciendo un llamamiento a la creatividad. Porque quienes hacen una película no solo realizan una obra de arte sino que también realizan elecciones. Estas elecciones podrían ser a favor de un equilibrio masculino/femenino, de una menor sexualización de las mujeres y de un mayor peso a los personajes femeninos. Es decir, la elección podría ser a favor de la igualdad de género. Y no solo porque de esa manera las dos mitades estarían de manera más justa y equilibrada también en la pantalla, sino sobre todo por el enorme potencial educativo y socializador que tiene el cine. Y en este reto, como en otros muchos que hoy tiene planteada la humanidad, la pantalla debería ser más un aliada de la igualdad que una cómplice de la injusticia.