Los sindicatos son organizaciones muy importantes para conseguir una sociedad más equitativa debido a su interés por la justicia social. Sin embargo, esta función está siendo cuestionada como consecuencia del aumento de la desigualdad desde hace varias décadas en sociedades ricas y supuestamente desarrolladas en las que los sindicatos siguen reteniendo parte de su influencia.
Aunque el aumento de los desequilibrios salariales suele venir asociado a los cambios en los factores económicos (el cambio tecnológico, la globalización, la movilidad del capital, etc.), existe un debate abierto sobre si las políticas y los contextos institucionales de cada país sirven o no de colchón para frenar el aumento de la desigualdad (Baccaro 2008, Pontusson, Rueda y Way 2002, Kenworthy y Pontusson 2005).
Este artículo pretende hacer una comparación entre los países liberales y los países corporativistas con el objetivo de observar si las diferencias en las instituciones laborales han influido o no en el aumento de la desigualdad. Algunos países, como el Reino Unido, son economías liberales de mercado, en las que los derechos laborales están más liberalizados y los sindicatos asumen un papel residual.
Sin embargo, otros países europeos como Dinamarca o Suecia tienen una economía social de mercado en la que existen instituciones corporativistas sólidas y en las que los sindicatos cuentan con una mayor representación en las instituciones y una mayor densidad sindical. La desigualdad golpea a todos ellos pero lo hace con diferente intensidad.
Según un informe de la OCDE (2011), en todos los países las diferencias entre el 10% más rico de la población y el 10% más pobre aumentaron, pero en unos países, como el Reino Unido, ese aumento fue mucho mayor que en otros, como en los países nórdicos o de la Europa continental.
Existen dos cuestiones que pueden haber influido en este resultado. Primero, los países corporativistas parten de una situación de igualdad mayor gracias al pacto social que se fraguó después de la II Guerra Mundial entre el capital y el trabajo. En aquellos años se le atribuyó a los sindicatos, junto a los partidos de izquierda, demócratacristianos y socialcristianos, un rol clave en la creación de los Estados de bienestar y en la consecución de derechos laborales y sociales para las clases trabajadoras.
Aunque en los países liberales también se desarrolló el Estado de bienestar después de la IIGM, su consolidación nunca llegó a ser tan profunda como en los otros. A esto se le suma el que tampoco se consolidasen derechos laborales y de representación sindical al mismo nivel que en los países corporativistas. En los años de crecimiento económico de posguerra, el pleno empleo hizo que los países liberales pudiesen igualar a los corporativistas en equidad pero esto no duró mucho tiempo.
El segundo factor que influye en que la desigualdad sea diferente entre los países liberales y corporativistas está en relación con los cambios ocurridos a raíz de la crisis de los 70, como la aparición del neoliberalismo y la globalización.
La desigualdad golpeó más fuerte a los países liberales en esa época por la desaparición del pleno empleo, por la inexistencia de instituciones laborales como la negociación colectiva centralizada y otros derechos laborales y sociales, y por la falta de sindicatos fuertes y de Gobiernos de izquierda relativamente largos. Estos factores sí posibilitaron que en los países corporativistas se pudiesen seguir manteniendo sociedades más igualitarias.
Entonces, ¿por qué la desigualdad salarial ha aumentado también recientemente en los países corporativistas? Esto es porque si bien, en las décadas posteriores a la IIGM, las organizaciones sindicales tuvieron una función clave en la regulación de la relación entre el empleo y los salarios, con objetivos redistributivos (aumento de salarios para las capas más desfavorecidas), esto cambió también a partir de mediados de los 80 y principios de los 90 en los países corporativistas.
Con la crisis de los 80 y más tarde con la entrada de los países en el mercado común europeo, emerge una nueva herramienta de negociación tripartita en esos países entre los Gobiernos, los sindicatos y los empresarios: los pactos sociales. Estos pactos tenían el objetivo de conseguir economías más competitivas y se basaron en la cesión por parte de las organizaciones sindicales en temas de moderación salarial.
Esta estrategia de contención de salarios también se ha mantenido con el tiempo en el terreno de la negociación colectiva. Así, para garantizar el empleo, las organizaciones sindicales han seguido comprometiendo el aumento de los salarios y cediendo en temas de flexibilidad.
En este sentido se puede hablar de una pérdida de carácter redistributivo de la negociación colectiva. El desamor entre los sindicatos y la igualdad comienza cuando las negociaciones colectivas y los pactos sociales pierden su carácter redistributivo y pasan a tener un carácter legitimador. Es decir, los sindicatos participan en las negociaciones con el objetivo de legitimar su papel institucional pero no para conseguir más igualdad.
Es lo que se conoce como el desplazamiento de objetivos de Michels. Aunque los países corporativistas siguen teniendo una densidad sindical alta y unas instituciones laborales sólidas, éstas han ido modificando sus fines con el paso de los años.
Aun así, la relación de pareja entre sindicatos e igualdad parece salvarse, a pesar del aumento de desempleo y de las diferencias salariales, por el papel del Estado de bienestar. Una cosa es la desigualdad salarial y otra la desigualdad una vez que el Estado ha realizado las transferencias correspondientes a los ciudadanos en temas como protección de desempleo, pensiones, etc. Los países que cuentan con unas políticas de bienestar generosas, que suelen ser países con instituciones corporativistas sólidas y sindicatos fuertes, ofrecen mejores resultados con respecto a la igualdad.
Esto no significa que el Estado de bienestar no sea redistributivo en los países liberales. De hecho, si tomamos dos casos paradigmáticos como son Reino Unido y Dinamarca a finales de los 90, la redistribución a través de los impuestos y de las transferencias era similar; sin embargo, los índices de redistribución en el caso danés eran más altos, ya que la desigualdad en el mercado era menor. Es decir, los países liberales parten de una situación de desigualdad en el mercado mayor, por lo que el efecto redistribuidor del Estado de bienestar no puede llegar a igualar a los corporativistas.
En conclusión, mientras los sindicatos sigan manteniendo como estrategia la defensa del Estado de bienestar podrán seguir teniendo un papel, aunque indirecto, en la consecución de sociedades más equitativas. El interrogante se abre ante los recientes recortes de los Estados de bienestar y en cómo éstos están influyendo en el aumento de la desigualdad. De esto y de la habilidad de los sindicatos para crear herramientas alternativas a la negociación colectiva depende el que la crisis de pareja entre los sindicatos y la igualdad se quede sólo en eso, en una crisis, y no llegue al desamor.