Que una crisis económica conduce al aumento del descontento con la política entre los ciudadanos es casi un axioma. La experiencia histórica parece apoyar tal aseveración. Recuerdo cómo, al estudiar las grandes revoluciones, las que generaban mayores cambios políticos eran explicadas, fundamentalmente, por la existencia de una mala coyuntura económica que, llegada a un cierto punto, resultaba ser el detonante que hacía salir al pueblo a la calle. Los antiguos señores feudales temían más que una guerra el encadenamiento de años de malas cosechas. Igualmente, no podríamos entender la historia política del siglo XX sin prestar atención a los periodos de crisis económica. No es, por tanto, sorprendente que el aumento de la pobreza, cuando implica un empeoramiento de las perspectivas de futuro, impacte en la satisfacción con el régimen político, de modo que, en un contexto económico convulso y sin previsión de mejora a corto plazo, los ciudadanos son más proclives a exigir cambios políticos. Es lo que ocurre en el caso español.
Si observamos el gráfico mostrado a continuación podemos ver cómo la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia y la mala percepción de la situación económica parecen ir de la mano.
Hay que tener en cuenta que no se han utilizado indicadores económicos objetivos, como podrían ser la evolución del desempleo o de la deuda pública. El hecho de elegir como indicador de la situación económica la percepción de los individuos responde a la necesidad de tener una visión clara de la coyuntura real. Los datos macroeconómicos son importantes en relación a cómo son percibidos por los ciudadanos y cómo creen que les afectan. De este modo los cambios económicos a nivel nacional pueden tener nula incidencia en relación a la satisfacción con la democracia a no ser que tengan claros efectos en el plano individual.
Como vemos, los periodos de crisis económica suelen distinguirse claramente como momentos de mayor descontento con el régimen democrático y esto queda confirmado tras el análisis de la correlación de estas series temporales según el cual, la satisfacción con el funcionamiento de la democracia y la valoración de la economía están estadísticamente asociadas. Sin embargo, el gráfico pone de manifiesto que hay una diferencia entre crisis anteriores y la actual. Nunca antes la satisfacción con la democracia alcanzó valores tan bajos, ni hubo un consenso tan claro sobre la mala situación económica.
Así, en el año 2012 menos de un 30% de los encuestados dicen estar satisfechos con el funcionamiento de la democracia, de los cuales solo un 2,5% dicen estarlo mucho. En cuanto a la economía, en 2012 y 2013 no llega siquiera al 1% quienes opinan que la situación económica es buena o muy buena, mientras que los que la consideran mala o muy mala están en torno al 90%. Esto implica, por un lado, que la crisis actual ha tenido un impacto mucho mayor en los ciudadanos que los altibajos sufridos en períodos anteriores y, por otro, que la percepción de la situación económica muestra tan poca variabilidad que casi es posible concluir que se ha convertido en una constante que podría no bastar para explicar por qué sigue aumentando el descontento con el funcionamiento de la democracia. Tanto es así, que si analizamos los últimos años vemos cómo la relación estadística entre satisfacción con el funcionamiento democrático y economía desaparece. Puede que la crisis sea el detonante y que tenga un profundo impacto en el descontento, pero en el contexto actual no es suficiente para explicar la insatisfacción de los ciudadanos con la democracia.
Por otro lado, el descontento es generalizado y se evidencia en todos los grupos ideológicos. Sin embargo, la evolución ha sido distinta y la bajada en la satisfacción con el funcionamiento de la democracia, aunque dramática, si que parece estar condicionada por la identidad ideológica.
En el gráfico anterior se observa cómo el año 2007 representa un punto de inflexión en la valoración de la situación económica. A partir de entonces se dispara la sensación de crisis y, en solo dos años, el porcentaje de quienes consideran la situación económica mala o muy mala pasa del 27,75% a un 70,9%. Este cambio de tendencia no es igual de acusado en la satisfacción con la democracia que cae posteriormente.
Al prestar atención a la ideología de los ciudadanos puede observarse una pequeña recuperación de la satisfacción con la democracia en aquellos que se ubican en la derecha en 2008, una leve disminución en 2009 y, a partir de entonces, cae de manera más pronunciada hasta alcanzar el 39%.
El descontento de los ciudadanos de centro e izquierda se inicia más tarde, ni siquiera parece que las reformas de mayo de 2010 incidieran fuertemente en su satisfacción con la democracia (hay que tener en cuenta que la encuesta es de noviembre de 2010). Es entre ese año y 2012 cuando se hunde, especialmente en el caso de la izquierda que representa el grupo ideológico más descontento con el funcionamiento de la democracia. La caída en la izquierda es tan abrupta que un año después de la victoria del PP en las elecciones generales los que estaban satisfechos con el régimen político son menos de la mitad que dos años antes.
Frente a los datos, la izquierda es el grupo más crítico y su satisfacción con la democracia está afectada por la situación económica pero en menor medida que el centro y la derecha. En el pasado, cuestiones políticas, como por ejemplo el rechazo a la Guerra de Irak, podrían haber incidido de manera más contundente en los ciudadanos de izquierda que la situación económica. Así, en 2003, momento económico que es percibido como bueno entre los ciudadanos, el porcentaje de personas satisfechas con la democracia en la izquierda es equivalente al de la derecha en 2010, año en el que un 75,68% de los españoles indican que la situación es mala o muy mala.
La crisis económica ha incidido en el desencanto ciudadano con la política, sin embargo, sus efectos no son tan determinantes como en otros momentos. Un contexto económico tan devastador como el actual no basta para entender la creciente desafección política. Esto se pone de manifiesto al observar que, dependiendo de la ideología, los tiempos y la contundencia de los cambios en relación a la satisfacción con la democracia son muy distintos e independientes de la percepción de la economía.