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GRÁFICOS: Por qué Podemos sólo habla de la casta

Aquellos que tratan de replicar o desacreditar la estrategia de Podemos de rehuir el debate izquierda/derecha y substituirlo por el conflicto anti-casta (los de abajo contra los de arriba) suelen recordar que este es exactamente el discurso propio de los populismos antiguos y modernos, y que con él se esconde el origen real del círculo dirigente de este proyecto, proveniente de la extrema izquierda anticapitalista. Que ambas ideas sean ciertas no resta eficacia ni racionalidad a la estrategia electoral de Podemos. En realidad, este partido trata de sacar el máximo rendimiento del peculiar contexto político en el que ha surgido, y demuestra haber sido muy hábil en actualizar la orientación atrapalotodo (catch-all) que debe ejercer todo partido aspirante a ganar las elecciones o convertirse en actor político relevante. En todo caso, lo que se podría reprochar o matizar es que esta apuesta de Podemos es arriesgada, y que resulta tan vulnerable que su triunfo solo podrá consolidarse si es capaz de destruir el sistema de partidos contra el que se ha rebelado. Podemos no puede aspirar solo a posicionarse entre el resto de partidos. Debe destruir el statu quo para luego poder reconstruirlo desde el centro y como arquitecto clave del nuevo edificio. ¿Por qué?

Como partido nuevo y ajeno al sistema de partidos existente, Podemos afronta dos obstáculos casi insalvables, que pocos partidos suelen superar: carece de recursos suficientes (especialmente grave para un partido creado desde la izquierda) y, peor, se encuentra con todos los ‘terrenos de caza electoral’ ocupados (o incluso sobreocupados). Algo propio de los nuevos partidos, entre los que (por cierto) no cabe situar a los integrantes de la coalición Syryza. El primer obstáculo (falta de recursos) solo se soluciona transitoriamente con el apoyo de actores con capacidad financiera suficiente o bien con la suerte casi propia de la lotería: así cabe entender el significado de las elecciones europeas de mayo de 2014, sin las que difícilmente hoy existiría Podemos tal como lo conocemos.

El segundo obstáculo solo se puede salvar si se altera, también transitoriamente, la línea de competencia tradicional en las sociedades industriales contemporáneas, resumida en nuestro país bajo el eje izquierda-derecha. Pero esto es casi imposible para un partido nuevo y sin fuerza institucional, incapaz de influir en la definición de la agenda política. La oportunidad solo puede venir de la mano de circunstancias excepcionales: un cambio súbito y drástico del contexto o un fallo fenomenal de la oferta política de los partidos existentes, o de ambas cosas a la vez. España 2010-2014.

Gracias a la concatenación de estas circunstancias difíciles de imaginar en tiempos sosegados, Podemos ha podido superar la barreras a la competencia que suelen detener a los nuevos partidos en las fronteras del sistema, allí donde llegí UPyD y donde resulta difícil subsistir.

El problemas es que Podemos no puede conformarse con haber superado esa frontera. Sigue siendo un cuerpo extraño, y tanto sus competidores como los propios electores lo ven como tal. Así que su subsistencia exige mantener la dinámica ascendente: obtener más recursos (mediante la entrada en las instituciones, desde las que pueda beneficiarse del presupuesto público y de los cargos de decisión) y sostener la alteración excepcional del eje de competencia hasta que alguno de los partidos que ocupa los terrenos donde compiten desaparezca o casi: en este caso, PSOE o IU.

¿Podría Podemos mantener este camino si se decidiera a hablar en términos de izquierda-derecha, lo que obligaría a entrar en una cierta concreción en términos de políticas públicas (ma non troppo, this is Spain)?

De hacerlo, las posibilidades de éxito o incluso supervivencia se reducirían notablemente. Por supuesto, esta afirmación es una especulación imposible de contrastar. Sin embargo, los datos del último barómetro del CIS nos sugieren algunos indicadores indirectos que muestran las debilidades de Podemos en la competencia izquierda-derecha. Mencionemos dos de ellos.

Si la ideología o la cercanía de partido pesaran en la decisión del voto en las próximas generales más que el voto de protesta anti-estblishment, Podemos debería disputarse el espacio como fuerza de izquierda con IU, con el consiguiente riesgo de verse perjudicada por los frenos del sistema electoral que nos mencionaban Montero y Lago esta semana. El primer gráfico muestra como los electores de centro y centro-izquierda (posiciones 4 y 5, donde se encuentra casi la mitad del electorado) siguen ubicando al PSOE más cerca de sus preferencias que a Podemos.

Para evitar el eje izquierda-derecha, el discurso de Podemos se centra en dos temas que parecen preocupar excepcionalmente a los ciudadanos: la corrupción y la casta política. Como muestra el segundo gráfico se trata de dos problemas “colectivos”, que los ciudadanos mencionan como problemas de España pero que apenas les afectan personalmente, a diferencia cuestiones como la sanidad, la educación o cuestiones económicas más específicas (paro aparte), que no son el primer problema de España pero afectan mucho más al ámbito próximo al individuo.

Mientras se mantenga este ‘frame’ alejado del eje izquierda-derecha, Podemos podrá tratar de seguir mejorando sus opciones electorales en el centro izquierda, como muestra el gráfico. Con permiso, o colaboración pasiva, del PSOE. En esas condiciones, Podemos podría incluso superar las trabas que el sistema electoral pone a los terceros partidos en circunscripciones medianas o pequeñas: hasta el momento, Podemos ha sabido crecer por igual en diferentes ámbitos territoriales (metropolitanos, urbanos y medianos), lo que sugiere sorpresas para aquellos que fían toda esperanza al sistema electoral en último extremo.

La pregunta que queda ante esta perspectiva es qué sucederá en el momento en que el eje izquierda-derecha vuelva a estructurar la competencia. Dependerá de si Podemos habrá tenido tiempo o no para derribar al PSOE de su espacio. Destruir un sistema para volver a construirlo.