- Hoy Eduard Güell nos introduce un texto publicado en Policy Network con quien Agenda Pública ha llegado recientemente a un acuerdo de colaboración. Concretamente Agenda Pública es la responsable de los artículos sobre España que aparecerán en el observatorio State of the Left.
- En el artículo que publicamos Roger Liddle afirma que hablar para el interés público en contra de cualquier forma de interés específico puede ser de vital importancia para cortar de raíz el actual rechazo a la clase política - pero el “populismo de izquierdas” no se puede abrazar a expensas de la credibilidad económica.
Este texto es una traducción de Eduard Güell del artículo 'Can a modern 'Left populism' rescue social democracy?' de Roger Liddle.Eduard Güell'Can a modern 'Left populism' rescue social democracy?'Roger Liddle
La socialdemocracia sigue en una situación preocupante, en cualquier lugar de Europa. En septiembre, la socialdemocracia alemana sufrió su segunda peor derrota desde el 1945. Una semana después, las elecciones generales en Austria confirmaron el declive de los socialdemócratas y el partido que orgullosamente dominó la política de posguerra en Austria, ahora a duras penas es capaz de reunir - con la ayuda del primer partido del centro-derecha - el 50% de los votos para poder renovar su gran coalición.
No ha habido ningún giro a la izquierda en la política europea, a pesar de la crisis financiera global y de los devastadores efectos que la fallida de la economía de mercado ha supuesto. Las esperanzas de los que criticaron las políticas de la “Tercera Vía” en la década de 1990, y se auto-convencieron de que éstas marcarían un punto de inflexión propiciando que una socialdemocracia más tradicional podría volver a irrumpir, se han desvanecido. En la época de la austeridad, los electores se sienten más cómodos con el centro-derecha y dudan de las promesas de los partidos socialdemócratas (fundamentadas en una lógica keynesiana) y de que ellos puedan promover un retorno más rápido al crecimiento. Parece evidente que las situaciones difíciles no son del agrado de los votantes, sin embargo, parece que las aceptan a regañadientes.
En la conferencia de Brighton del Partido Laborista, Ed Miliband se comportó como un hombre decidido a desafiar este pesimismo y romper el ciclo de derrotas y decadencia de la socialdemocracia europea. Este artículo analiza las perspectivas del nuevo “populismo de izquierdas” que él proyectó, no sin valentía. En el artículo, se argumenta que Miliband acierta de pleno en que un nuevo estilo de hacer política es necesario para cortar de raíz el cinismo que impregna el debate público. Sin embargo, para triunfar electoralmente, sus “promesas” tendrán que 'sumar' de manera convincente. Los laboristas sólo serán convincentes si demuestran ser económicamente competentes. Y el Partido Laborista sólo ocupará el centro político si evita cualquier impresión de un retorno a la política del “nosotros” y “ellos” del pasado, y en su lugar, enmarca su enfoque en hablar del “interés público” en contra de todas las formas de “interés especial”. En todos estos puntos, el Labour aún tiene trabajo por hacer.
Un discurso definitorio para Ed Miliband
Primero, los elementos positivos de la intervención del líder laborista. Como muchos antes han destacado, el discurso de Miliband fue un gran ‘tour de force’ improvisado, desalentando los rumores de descontento con su liderazgo que han planeado en los periódicos durante las vacaciones de verano. El discurso también supuso el advenimiento de un nuevo estilo de hacer política. Sus anteriores discursos habían sido conceptuales - subrayando sus ideas de ‘capitalismo responsable’ y ‘One Nation’, más bien pareciendo estar en una exposición de los fabianos.
El discurso de Miliband hizo tres cosas:
En primer lugar, incorporaba un análisis: las estructuras dinámicas del capitalismo global no pueden seguir ofreciendo un escenario de prosperidad entendida en un sentido amplio, incluso en el caso de que se produjera un retorno al crecimiento económico. La combinación de los rendimientos crecientes del talento, el impacto que supone que la mano de obra sea de hecho global -y que consecuentemente los ciudadanos menos preparados en los países desarrollados vean disminuidos sus salarios- y las consecuencias asimétricas de la financiación, dan credibilidad al argumento.
En segundo lugar, el discurso intentó redefinir el reto político que tiene tanto el Labour como partido como el Reino Unido en general. Los conservadores, por su parte, han enmarcado el debate político alrededor de la austeridad, que afecta a todos los ciudadanos y para la cual no hay alternativa posible, dicen. Miliband, debe tratar de centrar el debate en la presión que sufren las clases medias y el coste que supone para las familias trabajadoras vivir en este escenario. El argumento de Miliband es que pese a la cruel realidad de la austeridad, un gobierno encabezado por el Labour podría actuar para combatir la crisis de un modo que el partido conservador no haría, porque los Tories siempre van a defender los intereses de las grandes corporaciones y los estratos más ricos de la sociedad.
Y por último, Ed Miliband ha demostrado que sus pretensiones son serias y fundamentadas con un conjunto de promesas políticas. Por ejemplo, defendiendo que un gobierno Labour congelaría los precios de la energía durante veinte meses, mientras se elaboran las reformas a favor de la competencia en el mercado energético. Así, se prevendría que las seis grandes corporaciones que monopolizan el mercado doméstico del gas y electricidad pudieran dejar sin suministro a algunos consumidores.
El populismo de izquierdas como respuesta al menosprecio de la clase política
En el “proceso de Amsterdam” para repensar la socialdemocracia que realizó Policy Network después de las elecciones del 2010, debatimos extensamente con nuestros compañeros holandeses la gran alienación que sienten todos los ciudadanos respecto los partidos institucionalizados y sobre si una posible vía para redireccionar esta dinámica podría ser un estilo político más populista. No tengo ninguna duda de que esta alienación es realmente profunda. La he sentido literalmente cara a cara en cientos de conversaciones que he tenido en la entrada de Wigton, una pequeña localidad obrera de 5000 votantes que gané a los Tories en las elecciones del pasado mayo en el condado de Cumbria. Muchos creen que nuestra sociedad es injusta, pero la izquierda se engañaría a si misma si pensara que existe una situación de irritación generalizada en contra de las crecientes desigualdades y “el rico”. Las actitudes son mucho más complejas. Nadie defenderá a los banqueros, pero la percepción de injusticia del ciudadano medio británico es en contra de la inmigración y su patente abuso de los servicios sociales, y por tanto lo canalizan hacia la clase política, ya que están en contra de cualquier élite.
Muchos han llegado a la conclusión de que el voto que puede marcar la diferencia es, entre los menos favorecidos, el de los jóvenes con salarios más bajos, el de las familias monoparentales y el los ciudadanos con discapacidades. Pero sólo los pensionistas de clase trabajadora y las mujeres ancianas, también de clase trabajadora, se mantienen firmemente leales al Partido Laborista. Por tanto, lo que indudablemente existe es un resentimiento significativo hacia la clase política, donde se incluyen no sólo los “ricachones Tories” sino también el liderazgo, pasado y presente, del Labour.
Esta situación consecuentemente ha fortalecido la burbuja del UKIP. Considero un grave error asumir con comodidad que el UKIP extrae más votos de los Tories que del Labour: el UKIP es particularmente fuerte entre los adultos cercanos a la jubilación, generalmente hombres, votantes de clase trabajadora con empleos decentes -muchos de ellos habrían votado felizmente al Labour en 1997, 2001 e incluso en el 2005, pero desertaron el partido en masa en el 2010. No hay demasiadas evidencias que indiquen que van a volver a votar al Labour: el Partido Laborista ha recogido el apoyo entre los ciudadanos que votaron al Lib Dem en las últimas elecciones generales, especialmente entre aquellos menos identificados con el partido en las actuales dinámicas política y socialmente volátiles que conforman la moderna “middle Britain”.
Más allá de la impopularidad de la coalición, los Conservadores han estado brillantes jugando al populismo político característico de los tiempos actuales. La medida promovida por George Osborne de limitar a £26.000 al año las ayudas a los hogares es un gesto muy audaz, que fue entendido como un freno al gasto en políticas sociales, teniendo en cuenta que el ahorro de esta medida será muy pequeño. Osborne sabía que los lobbies no representados forzarían al Labour a oponerse, mientras muchos votantes laboristas con trabajo reaccionarían en la dirección opuesta, como demuestra la reacción más común: “si alguien me ofrece esa cantidad dinero, estaría riendo todo el rato mientras voy al banco. Me tengo que levantar cada día a las seis de la mañana y gano menos”. En este ambiente, los partidos socialdemócratas se enfrentan a un reto enorme para poder ser relevantes. Deben desarrollar su propia dosis política de populismo creíble.
En Brighton, se expuso una nueva política de “populismo de izquierdas”: por supuesto, no el populismo xenófobo que pretende despertar en los ciudadanos los peores miedos e instintos en temas como la inmigración y el “abuso” en servicios sociales, sino un populismo que hace promesas que apelan a la vida cotidiana de la gente, se dirige al enorme sentimiento de injusticia que sienten y ofrece un remedio que la gente puede alcanzar y entender. Puede que el UKIP intente hacer despertar el miedo entre la ciudadanía con historias inventadas de como veinte millones de trabajadores búlgaros y rumanos roban los trabajos de los británicos, se benefician del sistema de bienestar y abarrotan los hospitales. Los Tories pueden jugar a la política de los “benefits cap” para todos y hacer anuncios ofensivos alrededor de las partes más étnicamente diversas del Reino Unido, instando a los inmigrantes ilegales a presentarse para así poder enviarlos de vuelta a casa. El nuevo populismo de izquierdas que debe promover el Labour advertirá sobre los abusos de los monopolistas energéticos que están estafando a las familias británicas para beneficiar a sus bonus y a sus accionistas.
Evitar la trampa de la credibilidad
El actual liderazgo del Partido Laborista cree que al menos ha ganado el hecho de estar definidio. Si bien no ha habido un cambio radical en la posición del Labour en las encuestas, los ciudadanos al menos ahora entienden en que dirección va el partido: haciéndolo lo mejor que pueden, de una manera práctica y realista, para ayudar las familias trabajadoras cuyos estándares de vida han estado bajo presión durante cinco años o más para poder asumir las astronómicas facturas energéticas.
Sin embargo, esta nueva táctica sólo funcionará bajo ciertas condiciones.
En primer lugar, las promesas deben ser creíbles en sus propios términos. La prensa más conservadora ha sido predeciblemente apoplética sobre la propuesta de intervención del mercado de Miliband, mostrándola como un retorno al socialismo. La superficialidad de ese argumento fue expuesta por el diputado que preguntó al Primer Ministro Cameron por qué, si es legítimo intervenir en el mercado hipotecario a través del “Help to Buy” para facilitar a los jóvenes sin padres ricos obtener el 95% de las hipotecas y conseguir el primer peldaño para obtener una vivienda, no es legítimo por parte del gobierno intervenir para reducir las facturas energéticas. En un caso son los bancos los que rechazan el préstamo, en el otro, las compañías energéticas que abusan del consumidor.
Aunque las presentaciones simplistas ignoran la complejidad de las políticas públicas en juego. Los bancos no prestan: no prestan a los compradores de vivienda que no pueden reunir grandes depósitos, en gran parte, debido a las exigencias cada vez mayores impuestas sobre el capital como consecuencia de la crisis bancaria y en vistas de que los contribuyentes no sean los que soporten posibles rescates en un futuro. En el caso del sector energético, cualquiera que sea riguroso con el cambio climático (y Ed Miliband lo es) comprende que la generación de energía basada en el carbón tiene que disminuir aceleradamente en las próximas décadas -el uso del carbón está creciendo en estos momentos- y se hace difícil ver cómo se puede conseguir sin el mecanismo del precio como factor decisivo. Las facturas energéticas domésticas no deben crecer tanto como el aumento de precio necesario en el uso de carbón en toda la economía si promocionáramos más la eficiencia energética. En cualquier caso, el consumo de carbón debe ser frenado, y posiblemente la solución sea hacerlo a partir de una tasa a nivel europeo. Aquí yace la cuadratura del círculo.
En segundo lugar, el Labour debe fortalecer la percepción pública sobre su competencia en economía. El nuevo énfasis laborista sobre “el coste de vivir la crisis” me devuelve a la exitosa campaña de Harold Wilson en 1974. Los medios laboristas contaron con Shirley William, quien vació su cesta de la compra para explicar el aumento de precio de cada producto bajo el gobierno de los Tories. Entonces fue una estrategia política de éxito, pero tuvo unas consecuencias económicas y políticas desastrosas. En el mes de febrero de 1974, cuando el Labour inesperadamente obtuvo el poder, el nuevo gobierno intentó dirigir su mensaje de el “coste de vivir” en crisis aumentando las partidas en servicios sociales, como las pensiones, congelando rentas, manteniendo bajos los costes industriales nacionalizados (como el gas o la electricidad), aplicando subsidios a productos básicos como el pan y cortando el VAT. También intentó mantener el control de los precios en el sector privado, mientras confiaba en las buenas intenciones de los sindicatos a través del “contrato social” para moderar el aumento de salarios. El resultado fue la peor crisis de posguerra en las finanzas británicas, hasta la presente, y un colapso en el sector privado que llevó a muchas a empresas al borde de la bancarrota. El Labour ganó las segundas elecciones generales en el mes de octubre del 1974, habiendo empeorado los problemas económicos del país con consecuencias devastadoras a medio plazo para la unidad y credibilidad del partido. Así, la promesa de congelar el coste energético no sólo debe ser creíble, sobretodo no debe convertirse en un presagio de una mala política de planificación de intervenciones en el mercado.
Atacar a un enemigo impopular, y las compañías energéticas tienen pocos amigos, es por supuesto una buena estrategia. No obstante, no siempre es sintomático de buen gobierno. En la economía social de mercado, que es la que la mayor parte del Labour aspira a construir en el Reino Unido, es importante no convertir las empresas y los negocios en un enemigo. Por supuesto que las bases del partido y los sindicatos suspiran por un retorno de la política de clases, pero sería un error fatal.
Las inversiones empresariales mantienen la llave del crecimiento en este país - y en una economía globalizada, hay poco margen para que un gobierno laborista pueda prevenir a las empresas globales decidir invertir en otras partes de Europa o del mundo si consideran que son más atractivas. También es cierto que uno de los éxitos políticos principales al final del último gobierno laborista fue, desde un compromiso ideológico, cambiar el consenso existente en el Reino Unido de no interferir en el mercado a favor de una intervención industrial pragmática.
El CBI y la coalición que gobierna ahora han vuelto este cambio de consenso en un activismo industrial. Sería trágico si la consecuencia de pretender corregir el abuso en el mercado energético fuera volver las empresas británicas en contra de toda la aproximación de política industrial del Labour. De un modo similar, la cooperación entre empresas deviene necesaria si se pretende poner el ojo sobre los abusos del mercado de trabajo y construir nuevas alianzas sectoriales para acrecentar las habilidades de los trabajadores y garantizar un salario digno.
Luchando contra todos los “intereses especiales” que mantuvieron el Reino Unido atrás
El Partido Laborista hace lo correcto al prometer una intervención donde los “intereses especiales” se mantienen, para promover el interés público. Pero nuestros adversarios políticos y el público en general preguntarán a los laboristas si ante una oposición de los sindicatos continuaremos teniendo una línea sólida en los salarios del sector público (cosa que es central para la cuestión de la percepción en competencia económica), si ante las presiones de aumentar el gasto público nos tomaremos de manera seria la reforma de los servicios públicos en áreas como la sanidad o la educación y, sobretodo, si en la próxima conferencia del año que viene, el Labour está preparado para reformar radicalmente la relación con los sindicatos de manera adecuada al siglo XXI.
La habilidad política para vertebrar una defensa sólida del interés público en contra de los “intereses especiales que mantienen al Reino Unido atrás” es esencial si el Labour pretende luchar en las próximas elecciones por el centro político.
Roger Liddle, chair de Policy Network y miembro laborista de la Cámara de los Lords.