La anécdota: un ciudadano liberado (curiosa palabra: ¿se trataba de una esclavitud?) de su condición de suplente en una mesa electoral porque disponía de una entrada para la final de la Champions.
Ampliemos el foco. Según datos de la Junta Electoral de Madrid –supondremos que si llueve en Madrid, llueve en toda España- se realizaron unas 5.000 peticiones “para librarse de esta obligación ciudadana”. Entrecomillo la frase del artículo de La Vanguardia. En realidad, este interesante artículo habla de 5.000 peticiones estimadas, lo que da lugar a un equívoco porque no distingue entre solicitudes estudiadas y aceptadas. Quedémonos con el dato de que un 20% de los 26.000 titulares o suplentes alegan algún motivo para ser eximidos.
La casuística es muy variada. La instrucción 6/2011 de la Junta Electoral Central entra en ella. Los casos siempre pueden presentar nuevas variantes, agravios comparativos. El futbol, sí; una boda, no, etc. Anécdota.
Un foco todavía más amplio; gran angular. Los internautas se pronuncian: “¿Y qué democracia es esta en la que te obligan a presentarte en una mesa electoral…?” y muchas frases por el estilo, con mayor o menor educación, y cariz antisistema. Sí, ya se sabe, Internet no es toda la opinión publica. Sin embargo, no resultará muy discutible que a buena parte de la ciudadanía –incluso para muchos que no han alegado ninguna razón para no formar parte de la mesa electoral- le parece que la cuestión oscila entre un estorbo y una imposición poco democrática. Aquí la anécdota se convierte en categoría.
¿Cómo extrañarse de que, en tiempos de descrédito de la política “partidista”, la participación en el proceso electoral sea rechazada?
No por todos. Una chica con síndrome de Down de una localidad de Toledo ha conseguido, con intervención judicial, sus plenos derechos electorales y acudirá como suplente a una mesa. Su alegría es la de una importante victoria en su lucha por ser tratada como igual.
Es un símbolo del valor esencial de las elecciones, de las razones por las que conviene mantener el discurso. No hay democracia posible –aquella que va más allá de las elecciones- sin elecciones. La participación por sorteo en las mesas electorales es igualitaria. Los ciudadanos tienen que controlar a sus representantes ya desde el mismo momento de su elección. Los derechos comportan deberes. Discurso difícil en el contexto actual porque es fácil justificar el incivismo con “los representantes no nos representan”. Pero continuará siendo incivismo.
Y, al mismo tiempo, muchas de las peticiones para eximirse de este compromiso ciudadano son atendibles. De hecho la casuística habla de estudiantes Erasmus, de viajes preprogramados, de atenciones y situaciones ineludibles como el cuidado a nuestros mayores, etc. Demostración evidente de que las garantías de participación ciudadana creadas lentamente (luchadas) a lo largo del XIX y XX, son el reflejo de una sociedad que hoy ha cambiado. Por decirlo de alguna manera, en una sociedad más homogénea y estable la disponibilidad era previsible para cualquier día del año; hoy, en este momento, podemos estar comprando un billete de avión para cualquier remoto país, con el problema de que pueda coincidir con unas imprevisibles elecciones anticipadas. El viaje como métafora de otras ausencias.
¿Solución? Alguien dirá: democracia electrónica; nos ahorraríamos las mesas electorales. Quizás sí, pero también perderíamos implicación popular. El control sería tecnocrático y partidista. Estaríamos más alejados -equivalente: alienados- de la política. Quedémonos con el problema, las formas de representación del XIX se encuentran desfasadas. ¿Todas? ¿Algunas?