Pocos países han cambiado tanto y de manera tan traumática en tan poco tiempo. En menos de diez meses, Ucrania ha sufrido una revuelta civil que ha supuesto la caída de un gobierno y de un presidente, ha perdido Crimea y le ha estallado una guerra civil en el Donbass, con una intervención de fuerzas rusas en territorio ucraniano. En el origen de todos estos acontecimientos es posible hallar una raíz común: Ucrania es, por múltiples motivos, víctima de sí misma. Es víctima de su posición geográfica, en medio de dos polos geopolíticos con un nivel cada vez más elevado de hostilidad mutua. Es víctima de su historia y de sus narrativas históricas enfrentadas. Es víctima de la debilidad de sus estructuras estatales y de sus estratosféricos niveles de corrupción. Y es víctima, sobretodo, de sus contradicciones sociopolíticas internas.
Los límites del Estado independiente ucraniano nacido en 1991 no se corresponden a los de la nación ucraniana que se autodefine como tal. En otras palabras, existe un Estado territorialmente demasiado extenso para lo que es el ethos ucraniano. Las autoridades soviéticas que trazaron el mapa de la República Soviética Socialista ucraniana -establecida en 1919 y con territorios añadidos en 1939, 1945 y 1954- nunca podían llegar a imaginar que ese territorio diseñado para ser parte de un conjunto -la URSS- pasaría en menos de un siglo a ser parte de un todo en sí mismo. El experimento ha funcionado durante dos décadas, pero en cuanto se ha estirado demasiado por uno de los lados la cuerda ha terminado por romperse, imponiéndose el conflicto sobre la convivencia.
Buen conocedor de la suma de contradicciones que caracterizan la Ucrania contemporánea, Vladimir Putin ha aprovechado esta circunstancia a su favor para jugar sus cartas y defender sus intereses de manera cada vez más contundente y agresiva desde que estalló la crisis ucraniana en noviembre de 2013. Después de la caída de Yanukovich y del ascenso al poder por la fuerza de un gobierno nacionalista y pro-occidental, en vistas a un hipotético ingreso de Ucrania en la OTAN -el 4 de marzo se registró un proyecto de ley en el parlamento ucraniano para solicitar la adhesión a la Alianza Atlántica- la “operación Crimea” surgió como primera respuesta, con el objetivo principal de “poner a salvo” Sebastopol de la flota de los Estados Unidos y mantener el control ruso sobre este puerto estratégico, base de la Flota Rusa del Mar Negro y única base marítima de la armada rusa en aguas calientes.
Una vez salvaguardada Crimea, con su apoyo a la rebelión en el Donbass a partir de abril todo indica que Putin está intentando ir un poco más allá, habiéndose propuesto bloquear una hipotética entrada de Ucrania en la OTAN, ya sea ahora o en un futuro a corto y medio plazo. Con las victorias y el avance rebelde de las últimas semanas, a Kiev no le ha quedado otro remedio que sentarse a negociar, y dado que es muy improbable que las fuerzas progubernamentales puedan imponerse por la vía de las armas, es de esperar que o bien las negociaciones den como fruto el reconocimiento de una amplia autonomía para el Donbass, o bien se congele el conflicto de manera indefinida, o bien continúen los enfrentamientos, siendo cualquiera de estas opciones favorable a los intereses de Moscú, puesto que le permitiría seguir manteniendo la “carta del Donbass” como elemento de presión y/o desestabilización en caso de que Kiev pretendiera realizar algún movimiento de acercamiento a la Alianza Atlántica.
A la luz de estos acontecimientos, se hace necesario plantarse la siguiente cuestión: ¿De qué modo los hechos de Crimea y el Donbass han incidido en la opinión de los ucranianos, sobre todo por lo que respecta al espacio geopolítico al que debe pertenecer el país? Según los datos, han generado un gran impacto para una mayoría de ucranianos, habiendo producido un cambio histórico en múltiples sentidos. En primer lugar, por lo respecta al tema más sensible (la posible entrada de Ucrania en la OTAN) las acciones de Rusia han provocado que, paradójicamente, por primera vez en 23 años como Estado independiente exista hoy en Ucrania una mayoría social que apoya la entrada del país en la OTAN (44% contra 35%), abogando por abandonar la histórica neutralidad que había caracterizado el país desde 1991 (en octubre de 2013 eran un 65% los ciudadanos contrarios a la entrada en la OTAN, por solo un 20% que defendían la adhesión de Ucrania a esta organización).
En segundo lugar, otro de los aspectos más sensibles está relacionado con las perspectivas de integración de Ucrania en la Unión Europea o la Unión Aduanera. Durante los últimos años la situación era de una cierta bipolarización, siendo muy similar el porcentaje de ucranianos que apoyaba la entrada a la UE al de aquellos que preferían la adhesión a la Unión Aduanera impulsada por Moscú. A mediados de 2013 empezó a ampliarse la distancia entre unos y otros, y en octubre de 2013 (justo antes del inicio de las revueltas) la relación era de 47% (UE) contra 34% (UA). Pues bien, según los datos publicados en Julio, esta diferencia se ha ampliado durante los últimos meses hasta llegar al 61% por 20%, una diferencia de ni más ni menos que 40 puntos porcentuales entre ambas opciones.
En tercer lugar, la percepción que tienen los ucranianos de su vecino ruso también ha sufrido importantes cambios. Así, si esta se había caracterizado históricamente por ser en general positiva, los últimos datos demuestran como son cada vez más los ciudadanos con una visión negativa de Rusia. La última encuesta (Abril de 2014) ya marca un hito importante (52% positiva contra 38% negativa) y es muy probable, que dada la creciente implicación de Rusia en el conflicto del Donbass y el recrudecimiento de este, en estos momentos la percepción que los ucranianos tienen de Rusia sea mayoritariamente negativa.
Por último, por lo que respeta al tipo de fronteras que deben existir entre Rusia y Ucrania, se observa también un vuelco sin precedentes, y por primera vez desde 1991 una mayoría de ucranianos apoya la idea de establecer fronteras cerradas y un régimen de visados con Rusia (49% vs 44%).
Con sus maniobras y su uso indisimulado del hard power, Vladimir Putin tal vez esté consiguiendo asegurarse sus objetivos a corto y medio plazo. Pese a esto, en el plano social y emotivo los datos muestran como también ha conseguido lanzar a Ucrania todavía más a los brazos de occidente, y sus reacciones han motivado que, Donbass aparte, se estén configurando unas nuevas mayorías sociales en relación a cuestiones fundamentales construidas en base al odio/temor hacia Rusia y sus dirigentes. A su vez, el papel de Moscú en la crisis ucraniana ha puesto en alerta a socios como Bielorrusia o Kazajistán, los cuales ven cada vez con más recelo la manera de actuar de Moscú en lo que considera su esfera de influencia.
Cada uno lucha con las armas de las que dispone, y los hechos han demostrado que en este sentido Vladimir Putin es más seguidor de Kenneth Waltz que de Joseph Nye. Uno de los fundamentos del power politics es precisamente que en la arena internacional los Estados interactúan y reaccionan fundamentalmente como respuestas a lo que perciben como amenazas del exterior. Pues bien, gracias a su respuesta al “desembarco” occidental en Kiev del pasado invierno, Rusia es hoy más que nunca percibida como una amenaza en la propia Ucrania, y es probable que en el largo plazo la haya perdido para siempre.
*Nota: En los estudios realizados a partir del mes de marzo ya no se incluye a Crimea, un factor que puede generar una pequeña distorsión en algunos de los resultados a nivel comparativo.