El fotógrafo catalán Samuel Aranda, ganador en 2011 del premio World Press Photo -el más importante certamen mundial de fotoperiodismo- niega que los fotógrafos que cubren conflictos violentos se sirvan de la lente de sus cámaras como parapeto para protegerse ante esas duras escenas. Aranda, colaborador del New York Times, destaca que, además de fotógrafos, ante todo son personas, en un intento de desterrar esa apariencia de frialdad e indiferencia que persigue a algunos profesionales del gremio. El fotógrafo, que ha participado en el ciclo de conferencias “Periodismo a pie de calle” organizado por el Ayuntamiento de Vitoria, critica a los medios españoles por su escasa independencia y advierte de que “se están convirtiendo en meras máquinas informativas de los partidos políticos”.
Usted cubre conflictos armados en los que pone en peligro su integridad física. Sin embargo, salió huyendo de Madrid, dejando un puesto fijo en un plantilla de un periódico. ¿Qué le asustó?
Es cierto. Fue en 2008 en la delegación de El Periódico de Cataluña, en Madrid. Tenía unas muy buenas condiciones laborales a nivel de sueldo, de estabilidad, de horarios... las mejores de mi carrera pero aguanté ocho meses. No creía en lo que estaba haciendo. No sentía que hacia aquello que me impulsó a dedicarme al fotoperiodismo, el denunciar injusticias y contar historias. Yo necesitaba sentirme más combativo. A nivel gráfico cubrir información política consistía en acudir al show que montan los partidos y colaborar en la difusión de ese espectáculo con tus fotos. A nivel periodístico es más interesante pero a nivel fotográfico es tedioso y, además, me sentía participe de un engaño.
¿Pero no cree que también se pueden cometer ciertos engaños con la fotografía que empezó a ejercer a partir de ese momento, centrada en la cobertura de conflictos internacionales?
Supongo que hay intenciones de todo tipo. La mayoría de los fotógrafos intentamos hacer nuestro trabajo con la mayor honestidad y ética posible. Lo que sí creo es que nuestras instantáneas pueden ser utilizadas para crear imágenes. Me explico. Cuando estaba en Oriente Medio, las fotos que se publicaban siempre era las mismas, los islamistas con las barbas, las armas y con el brazo alzado y gritando. La fotografía mal utilizada por los medios de comunicación ayuda a distorsionar las realidades de sitios. Salí entonces de esa línea de trabajar para agencias, porque no tienes control sobre lo que se publica. Pongo un ejemplo. Cuando Hamas ganó las elecciones en Gaza, había miles y miles de personas en las calles celebrándolo. Desde niños bailando, gente con banderas, los festejaban con comidas improvisadas en las aceras… un ambiente festivo multitudinario. Ese día igual envíe 40 fotos a la redacción, pero la foto que se publicó fue la de dos tipos con barba que quemaban una bandera estadounidense y otra israelí. Sólo quemaron dos banderas en toda la semana que duró la celebración pero esas imágenes fueron las que destacaban las portadas de los periódicos. Eso provoca mucha frustración. Yo estaba viviendo en Gaza, muy integrado y conectado con la gente de allí, sabía lo que querían y cómo son, nada radicales ni mucho menos y ves que tu trabajo no refleja eso y que se utiliza para crear una imagen que no es la real. Esa foto era un retazo, una anécdota que convirtieron en generalidad y eso es engañar a la gente y para ello utilizan nuestras fotografías.
Ahora trabaja para el New York Times. ¿Respetan más su trabajo?
Sí, estoy feliz y tranquilo trabajando con el New York Times. Negocio en cada ocasión cómo se va a publicar cada foto, me dan mucho tiempo para trabajar; cuando lo editan y lo van a publicar hay un diálogo constante con el editor; me piden consejo; intercambiamos opiniones. Nada que ver con lo que he vivido antes con otros medios.
¿Cree que las ventajas que ofrecen los nuevos programas de tratamiento de la fotografía se han vuelto en su contra?
Sí. Hay algunos fotógrafos nada profesionales que han abusado del retoque digital. Creo que es una práctica pequeña, son pocos, pero hacen mucho daño a la profesión.
A esta alturas, en época de sobre información, ¿las fotografías continúan provocando la reacción de los espectadores?
Sin duda. Y tienen su utilidad. El Tribunal de la Haya, en los juicios sobre la masacre de Srebrenica en la que fueron asesinados 8.000 personas de etnia Bosnia, lo que se utiliza como pruebas y testimonios gráficos en el proceso judicial son las imágenes captadas por los fotoperiodistas. Con las fotografías contribuimos a la creación de esa memoria colectiva que permite que hechos como esos no se olviden.
¿La foto necesita de unos elementos indispensables para que sea buena o no hay fórmulas claves?
Me obsesiono mucho por tener una buena composición, una buena técnica, todo muy equilibrado y reflexionado y resulta que a veces, la fotografía que funciona mejor, es la más imperfecta. Esas fotografías que rechazas en la primera edición, resulta que en un segundo repaso a los originales despiertan tu atención. Esos defectos son importante para que le aporten credibilidad.
La batalla de la inmediatez la han perdido con la irrupción de los ‘smartphones’. ¿Con qué baza juegan ahora?
Es muy sencillo. Que yo tenga una guitarra y cante los domingos no significa que sea músico ni tampoco mi madre es enfermera por haberme curado las heridas cuando era pequeño. La gente puede hacer fotos con móviles, pero lo que nosotros ofrecemos es un servicio fotográfico, un punto de vista y saber hacer respaldado por años de experiencia. No contratan fotografías, contratan profesionales. Además tenemos la suerte de que, en el extranjero, aquí no, cada vez más medios apuestan por la calidad fotográfica y por los trabajos en profundidad.
¿Considera que ahí está el futuro de la prensa escrita?
Sí. La gente sigue comprando el periódico los domingos pero no lo hace el resto de la semana. ¿Por qué? Por los suplementos. Buscan leer historias con nuevos enfoques, completadas y muy trabajadas. Reportajes extensos con buenas fotografías. La actualidad del día a día ya la tienen en las ediciones digitales pero el fin de semana buscan, en las revistas dominicales, es añadido. Ofrezcámosles eso a diario y volveremos a vender periódicos.
¿Cree que el binomio periodista-cámara es indispensable para trabajar?
Sí, por supuesto. Es imprescindible. Aquí no se suele da. Sí en el extranjero.
P. ¿Qué aporta ese tándem?
A veces, dolores de cabeza. No, es broma. Siempre me he sentido a gusto. Nos complementamos mutuamente y esta suma enriquece las informaciones. Sí reconozco que para conseguir ese resultado es importante tener una conexión personal.
¿La crisis que sufren los medios de comunicación perjudica directamente a la calidad informativa?
Para empezar no creo que haya tal crisis de medios sino un engaño a todos los niveles, no sólo en nuestro gremio. Los ERES en empresas de comunicación conllevan despidos solo de los periodistas de calle, nunca afectan a los directivos que se llevan tres millones de euros al año. Y en las reuniones nunca disponen de presupuestos para la sección de internacional pero siempre doblan el del suplemento de moda (...). El problema de los medios es que se están convirtiendo en meras máquinas informativas de los partidos políticos. Por mucho que un periódico sea más progresista o más conservador no debe ocultar ciertos hechos. Si toca dar caña a los suyos, debe hacerlo. El New York Times es muy progresista. Se sitúa más del lado de Obama que del lado republicano, pero lo que ha pasado en Yemen con los drones -aviones no tripulados- que han matado a muchos civiles, no lo han pasado por alto. Hemos publicado reportajes muy duros en contra del Gobierno. Una de las bases de la democracia es que haya un periodismo crítico. En España está costando muchísimo que cuajen las iniciativas que trabajan en esta línea, porque enseguida intentan controlarlas. Para hacer un buen periódico necesitas dinero y si la gente que lo aporta tiene un color político muy claro y no te deja hablar en libertad, se acaba con el periodismo independiente.
¿En alguna ocasión ha dejado la cámara por auxiliar a la gente?
Somos personas, ante todo. Son muchas las veces que estás haciendo fotografías a la vez que estás ayudando a los heridos.
¿La lente le sirve de parapeto, le protege de lo que ve?
A mí no. Cada fotógrafo trabaja de una forma pero a mí lo que me resulta es involucrarme en lo que veo. Si estoy en Libia, Yemen o Irak y matan a una familia delante de mí, si tengo que llorar, lloro. Y prefiero soltar las emociones y no escudarme en mi condición de fotógrafo para no hacerlo. Del mismo modo cuando cae Mubarak, hubo momentos en los que dejé la cámara y me puse a celebrarlo con mis amigos egipcios. Si escondes esos sentimientos continuamente se pueden volver en tu contra.
Recordará el debate surgido por las duras imágenes publicadas del accidente de tren en Santiago. ¿Cómo se logra ese equilibrio entre el derecho y deber de informar y el respeto hacia las víctimas y familiares?
No es fácil. Quizás el acierto sea no enseñar más de lo necesario para informar sobre lo que ha pasado. El trabajo del editor es fundamental. El debe elegir con tacto. Lo que sí tengo claro es que la ética que aplicamos hacia unos debemos exigirla para todos. No puede ser que llevemos a portada fotos de niños abiertos en canal en Gaza y que cuando publicamos fotos de un muerto español en Santiago nos llevemos las manos a la cabeza.
¿Qué es lo más duro de su trabajo?
Yo hago mi trabajo, me pagan por ello, vuelvo a casa donde me encuentro con mi familia. Lo más duro es ver la gente que se queda allí. Ellos son los que sufren. Lo duro es ver como mis amigos egipcios que lucharon por una transición ahora están masacrados por el Ejército y ver que mis amigos yemeníes sólo escuchan que Al Quaeda pretende asentarse en su país.
¿Y lo más peligroso de su trabajo?
No creo que tengamos que tener el punto de atención en eso. Lo verdaderamente importante son las víctimas que documentamos. En el momento en que un periodista se convierte en el centro de atención, nos convertimos en personajes mediáticos y nos equivocamos de papel.
¿Descoloca el cambio cuando vuelves a casa?
Vivo en un pueblo pequeño de 60.000 habitantes que es mi cueva para refugiarme de la sociedad. Porque sí que es verdad que cuando vives esas realidades, en las que te levantas por la mañana en sitios donde no hay agua, no hay comida pero estas rodeado de gente que siempre tiene un ánimo positivo, te desconciertan los lamentos continuos que oyes por aquí.
Usted ganó el premio World Press Photo en la categoría Photo of the Year de 2011 por la imagen que muestra como una mujer abraza a su hijo convaleciente tras haber sufrido un ataque con gases lacrimógenos. ¿La considera su mejor fotografía?Photo of the Year
Pues no lo sé. No me había parado a pensarlo. Sinceramente esa foto me parecía muy clásica, plana, a nivel compositivo no tiene ningún secreto. Cuando el New York Times la presentó al certamen me sorprendió. Pero sí es verdad que ha producido emociones en mucha gente. Cuando se publicó la fotografía en el periódico, yo todavía no sabía quiénes eran los que salían en la imagen, pero me llegaron muchísimos e-mails de mujeres de todo el mundo que coincidían al identificar a la mujer, que aparece totalmente tapada, como la madre del chico. “Por la forma en que lo está cogiendo, es imposible que sea su hermana, o una enfermera , es su madre”, me aseguraban en los correos. Es una historia bonita, que puedas transmitir ese sentimiento y que las madres lo entiendan, es muy gratificante.