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Economía circular: tan seductor el horizonte como el término

Montse Peirón

Investigadora en consumo consciente y miembro de la redacción de 'Opcions' —

El término economía circular es muy sugerente. Muchas veces se ha descrito la economía -en la forma que ha tomado, al menos desde la primera Revolución Industrial- como una espiral siempre creciente entre la producción y el consumo. Ser capaces de convertir la espiral en un círculo, y de hacerlo a tiempo, significaría esquivar el aparentemente inevitable batacazo contra el límite inexorable que impone la finitud de los recursos planetarios, ya sean no renovables o explotados insosteniblemente.

Esencialmente, la idea consiste en aprovechar el valor económico de los productos una vez desechados. Es lo que también se ha denominado “de la cuna a la cuna”, un término con mucho menos encanto. El reto es mayúsculo, porque el de la economía es un círculo difícil de cuadrar. Tomemos como ejemplo el caso de la economía catalana: entre 1996 y 2010 usó más de 1.700 millones de toneladas de recursos materiales (propios o importados) para producir bienes (para consumo propio o exportación); pero solo generó más de 115 millones de toneladas de residuos sólidos, al tiempo que emitía más de 700 millones de toneladas de CO2 (datos actualizados facilitados por Sergio Sastre, ambientólogo de la consultoría ENT y autor del artículo La economía circular como dispositivo discursivo). Además, parte de los materiales y la energía utilizados en la producción y el consumo se pierde irreversiblemente.

El concepto fue usado por primera vez hace unos 40 años, en un informe del Product-Life Institute para la Comisión Europea. Posteriormente ha ido inundando agendas políticas de todo el globo. En la Unión Europea se han hecho numerosas conferencias, informes, estrategias y planes de acción alrededor de la idea. Entre lo más reciente están dos nuevas directivas sobre temas altamente sensibles para la economía circular: plásticos y residuos, que vieron la luz en 2018. En nuestro país, el Ministerio para la Transición Ecológica ha comenzado a elaborar una Estrategia Española de Economía Circular.

Si nos vamos al terreno de los negocios, a nivel mundial el máximo exponente es la Ellen MacArthur Foundation, participada por una selección heterogénea de poderes empresariales globales (como Google, Nike, Philips y Danone). Actúa como un think tank para acelerar la transición hacia la economía circular, que considera basada en tres ambiciosos principios: eliminar los residuos y la contaminación, prolongar el uso de los recursos materiales y regenerar los sistemas naturales. Ello implica desvincular la actividad económica del consumo de recursos finitos y movernos hacia las energías renovables.

¿Lavado verde?

Tomemos como ejemplo el caso de la industria textil. En el marco de dicha fundación, las primeras espadas mundiales (Inditex, H&M, C&A, Nike, etc.) han financiado el informe A new textiles economy: redesigning fashion’s future, en el que, por un lado, se autorreconocen como una de las industrias más insostenibles del planeta (lo repaso en mi artículo Consumo de ropa: por un cambio radical de paradigma) y, por otro, proponen ir hacia una moda circular mediante acciones como “transformar la manera cómo la ropa se diseña, se vende y se usa para liberarnos de su naturaleza cada vez más de usar y tirar”, “mejorar radicalmente el reciclaje transformando el diseño, la recogida y el reprocesamiento” o “hacer un uso efectivo de los recursos e ir hacia materias primas renovables”.

¿Son estas intenciones genuinamente sinceras? Entre los movimientos sociales verdes el término se mira y usa con cierto recelo. Sectores del mundo científico ambientalista sostienen que el statu quo lo utiliza como una herramienta más de lavado verde de imagen, para tranquilizar conciencias mientras se sigue mareando la perdiz y no se afronta el problema de fondo (lo podemos ver, por ejemplo, en el primer artículo que he mencionado). Los ambiciosos principios que sostiene la Ellen MacArthur Foundation parecen rebatir esta acusación, si bien solo sobre el papel, que como es sabido lo aguanta todo. Habrá que ver qué se acabará llevando a la práctica.

Distinguir el grano de la paja no será tarea fácil. Buscando por la red podemos encontrar titulares como el siguiente, del medio digital eleconomista.es: “La economía circular ya representa el 25% de la facturación en la industria textil”; el dato es atribuido a la Asociación de Moda Sostenible de España. Sin embargo, la presidenta de dicha entidad ha explicado a quien escribe que no dio esta cifra a la periodista, que de hecho hoy todavía es impensable poder contar con un dato de este estilo, y que ya avisó al medio del error; la respuesta fue que no se podía corregir. La era de la información omnicanal y omnipresente pone una alfombra roja a la información entre comillas: las fake news y la posverdad.

Sería deseable una regulación estricta del terreno de la información que evitara engaños como este. Igualmente deseable sería proteger bajo la campana de la ley el uso del término economía circular, para blindar y potenciar su significado legítimo y prohibir usos indebidos, interesados y nocivos para la conciencia ambiental que tanto, y tan urgentemente, necesitamos. Para que no pase, en definitiva, como con el “desarrollo sostenible”, que ya no significa nada.

[Este artículo forma parte de un dossier dedicado a la economía circular publicado en el número 67 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

El término economía circular es muy sugerente. Muchas veces se ha descrito la economía -en la forma que ha tomado, al menos desde la primera Revolución Industrial- como una espiral siempre creciente entre la producción y el consumo. Ser capaces de convertir la espiral en un círculo, y de hacerlo a tiempo, significaría esquivar el aparentemente inevitable batacazo contra el límite inexorable que impone la finitud de los recursos planetarios, ya sean no renovables o explotados insosteniblemente.

Esencialmente, la idea consiste en aprovechar el valor económico de los productos una vez desechados. Es lo que también se ha denominado “de la cuna a la cuna”, un término con mucho menos encanto. El reto es mayúsculo, porque el de la economía es un círculo difícil de cuadrar. Tomemos como ejemplo el caso de la economía catalana: entre 1996 y 2010 usó más de 1.700 millones de toneladas de recursos materiales (propios o importados) para producir bienes (para consumo propio o exportación); pero solo generó más de 115 millones de toneladas de residuos sólidos, al tiempo que emitía más de 700 millones de toneladas de CO2 (datos actualizados facilitados por Sergio Sastre, ambientólogo de la consultoría ENT y autor del artículo La economía circular como dispositivo discursivo). Además, parte de los materiales y la energía utilizados en la producción y el consumo se pierde irreversiblemente.