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“Las grandes empresas podrían cambiar el mundo”

La escuela de emprendedores KaosPilot nació en Aarhus, segunda mayor ciudad de Dinamarca, hace veintiséis años. Encarnó entonces una viva reacción de rechazo a la desaparición de la creatividad en las aulas. La metodología de KaosPilot persigue cultivar la autoconfianza, el liderazgo, la innovación y el emprendimiento. Un grupo de entre 35 y 40 estudiantes de más de veintiún años eligen problemas reales de una comunidad social o de una empresa, y su aprendizaje consiste en intentar resolverlos.

Desde 2006, el director de KaosPilot es Christer Windelov-Lidzélius, bajo cuyo mandato la institución pone un pie en España y desembarca en Barcelona con su filosofía de que las empresas no pueden ser “máquinas que hacen dinero”, sino “un actor social con responsabilidades”. En 2011, la revista Fast Company incluyó KaosPilot entre las 10 mejores instituciones educativas útiles para un entorno de generación de start-ups. Cuatro años antes, BusinessWeek ya la había declarado una de las mejores escuelas de diseño globales. De ella han salido más de 600 pilotos, cuyas mentes creativas han trabajado para centenares de proyectos en Corea del Sur, Canadá y Suráfrica, entre otros países.

KaosPilot empezó a operar en 1991, en un período de paro juvenil elevado en Dinamarca. ¿Qué mensaje puede dar a los jóvenes de aquí, entre los cuales existe un 41% de paro, y que ya no están seguros de que la formación universitaria les vaya a garantizar un empleo?

Cuando KaosPilot empezó, en Dinamarca teníamos el 22% de paro juvenil. En mi país era muchísimo. Teníamos además otros problemas graves, como unos tipos de interés elevados del 17%. En este contexto, la escuela propuso un nuevo camino para que los jóvenes aprendieran a crearse un futuro propio. En aquel momento nadie hablaba aún de emprendedores. El concepto “no existe un empleo, crea uno” funciona porque a los jóvenes no les gusta ser tratados como víctimas, que les digan que no todo será difícil. Sí, será difícil, pero ¿por qué no sentarse en el asiento del conductor y rodearse de gente que quisiera hacer las cosas de modo diferente?

El Gobierno español usa ese mismo mensaje. Sé que ustedes creen en el papel activo del Estado y en un papel social de las empresas, pero el mensaje es el mismo: “Si no hay trabajo, invéntate uno”.

Entiendo. Ocurre también con otras escuelas. Utilizan conceptos como la innovación social, la necesidad de pensar en la comunidad o la construcción del liderazgo. Pero en la realidad, lo utilizan como márketing. En realidad, no hacen nada. Usar esos mensajes como márketing no es ético.

¿No es engañarse un poco?

Entiendo por qué lo dice. Tenemos 2.000 estudiantes de Periodismo. Creen que levantarán un Watergate y trabajarán en el Washington Post. Sabemos, sin embargo, que sólo una pequeña parte podrá tener un empleo digno. ¿Cuál es el mensaje que cree que se les debe transmitir? ¿Que no hay nada ahí afuera para ellos? Yo creo que tienen que aprender a emplear sus recursos y su pasión de un modo creativo. Muchos sueñan con llegar a ser el próximo Messi, pero el Barça tiene 11 jugadores. Sin embargo, tal vez puedan vivir del deporte, si es su pasión. Lo mismo ocurre con la música. Puede que uno no vaya a ser el nuevo John Lennon, pero puede montar un estudio de grabación, una discográfica o crear el próximo Spotify.

Veo que es un enfoque que da mucha importancia a la dimensión psicológica de la persona, a la actitud, a la confianza, a la pasión, a creer en uno mismo.

Mucho tiene que ver con eso, ciertamente. No todo el mundo puede ser líder de algo, claro. Algunos tienen que ser artistas, otros periodistas, otros decanos de escuelas. Mucha gente de la que viene a KaosPilot ha perdido su energía o su interés, o no sabe hacia dónde dirigirlos. La escuela trabaja para que salgan a relucir en el campo en el que cada uno pueda trabajar. Debemos transmitir que sí vale la pena hacer un esfuerzo.

Me estoy acordando de un alumno que quería trabajar para el teatro local. Las instituciones culturales, ya lo sabemos, no suelen tener mucho dinero. El teatro local no estaba dispuesto a contratarle. El chico se dirigió al director del teatro y le espetó: “Me necesitas”. El otro le contestó que incluso si así fuera, no tenía dinero para pagarle un sueldo. Entonces el chico le pidió que le dejara trabajar para el teatro durante tres meses, sin cobrar, y que transcurrido ese plazo le habría demostrado que le necesitaba y que podría pagarle un sueldo. Así fue. Se volvió imprescindible y con sus ideas obtuvieron más ingresos.

La escuela genera confianza y enseña a creer que sí vale la pena hacer ese esfuerzo en lugar de pensar: “Total, dirán que no”.

En España, sin duda, la cultura emprendedora debe mejorar, pero ¿un 41% de paro juvenil responde sólo a que no saben sacarle partido a su potencial? Quiero decir, ¿la solución es sólo individual? Tenemos un modelo productivo basado en mucho consumo, turismo, construcción.

El debate sobre quién es responsable de nuestro éxito y de nuestro fracaso es complejo. Antes del cristianismo a nadie se le hubiera ocurrido culparse exclusivamente a sí mismo de su fracaso. Hubiera sido cosa de los dioses o de la fortuna. En cambio, hoy sí, si fracasas la culpa es tuya.

Mire, yo creo que el Estado puede y debe ejercer un papel positivo, porque es evidente que hay algo sistémico que no funciona. Porque mire: todo el mundo quiere venir a instalarse en Barcelona. Cuando la gente quiere vivir en tu país es como tener un recurso natural. Pero otra cosa distinta es qué haces tú con ese recurso.

A mí me preocupa qué y cómo aprenden los jóvenes. Un tercio de la gente tiene hoy un empleo que no existía cuando empezó a estudiar. Piense en ello. ¿Ganan hoy las empresas menos dinero? Puede estar segura de que no. Ganan más. ¿A dónde va ese dinero? ¿Se reparte más entre los stakeholders [partes interesadas y afectadas por la empresa, incluidos clientes, proveedores, empleados, territorio] o sigue sobre todo yendo a parar a manos de los accionistas? En ello trabajamos, pero no es lo habitual.

Lo que quiero decir es que los jóvenes deben aprender a argumentar que sus capacidades y su formación son valiosas, demostrar que son imprescindibles. Yo estudié para ser ingeniero. Las empresas iban a matarse para contratar a un ingeniero. Eso ya no es cierto. Pero con la crisis podemos crear cosas nuevas.

¿Atribuye el éxito de su escuela al hecho de que trabajan con clientes reales?

El punto de KaosPilot es construir coraje para superar las dificultades del sistema y de sus condicionantes. La escuela no ofrece clientes. Son los propios alumnos quienes los eligen según sus intereses. Entre los proyectos que han surgido de la escuela hay un canal de televisión que utiliza cámaras de teléfonos móviles como única fuente de imágenes, una empresa que recicla y vende bicicletas desde Dinamarca a Tanzania, una compañía de seguridad IT que emplea a una amplia comunidad de familias que habían perdido su modo de vida tradicional, basado en la pesca y la agricultura.

En Bogotá, la intención inicial era llevar a cabo seis proyectos, pero los estudiantes no tenían bastante y presentaron hasta 300 iniciativas, relacionadas con cómo lograr que las ciudades fueran más verdes, equiparar derechos entre hombres y mujeres y disminuir el consumo de drogas. Por supuesto, el reto era que los proyectos continuaran una vez nos hubiéramos ido.

¿Les tomaron en serio como rivales las otras escuelas de negocios? Incluso por el nombre: KaosPilot... ¿Y ahora?

Yo fui estudiante en 1995, cuatro años después de que se fundara la escuela, así que es una opinión de segunda mano. La idea predominante era la de que KaosPilot no era nada académica, que no existía ninguna metodología.

A lo mejor era verdad.

Seguramente no era muy académica, o no lo bastante. KaosPilot nunca quiso posicionarse como rival de las escuelas de negocios tradicionales. Nuestro enfoque era del todo distinto. Ser una alternativa. No íbamos a quitarles estudiantes que iban a ir a esas otras escuelas. Incrementábamos el pastel, el sistema.

Desde luego, el respeto que hoy nos profesan es muy superior. Hace poco, estuve hablando con el antiguo director de la escuela de negocios de nuestra ciudad. Y me dijo: para valorar una escuela, en realidad sólo importan dos criterios. El primero es si la gente quiere estudiar en ella, si tienes suficientes candidatos, y el segundo, si su vida laboral es mejor después porque logran éxito en su trabajo. Lo que ocurra en el medio no es tan importante. Sobre maneras de enseñar o filosofías, no tienen que ser unas mejores que las otras.

A las escuelas se las suele juzgar según lo que digan los ránkings, y estos reflejan lo que opinan las grandes corporaciones que vienen a reclutar estudiantes al campus. ¿Ustedes tienen ese tipo de visitas?

Lo cierto es que sí tenemos grandes corporaciones que vienen a buscar candidatos. Es el caso de Google. No suele ser la primera elección de los estudiantes, que tienden a preferir poner en marcha su propio proyecto. Aunque si tengo que ser crítico, en ocasiones la razón puede ser equivocada, porque las grandes empresas podrían ser un instrumento maravilloso para cambiar el mundo. Podrían. Otra cosa es que lo sean.

¿Qué proporción de estudiantes montan su propio proyecto?

El primer año después de acabar el programa, un 35% suele empezar un proyecto propio. Al cabo de diez años, hay todavía un 35% al frente de un proyecto propio, pero no necesariamente el mismo. Puede ser el segundo o el cuarto que arrancan. O vuelven a la escuela. O están en varios proyectos a la vez. Tienen vidas y trayectorias muy fluidas.

Me hace pensar en el mercado de trabajo dual, polarizado, del que hablan tantos expertos, en el que una parte de trabajadores de élite se moverá como pez en el agua y una gran masa rezagada.

Sí, claro. Pero en realidad, no podemos saberlo. El hecho de que no lo sepamos es precisamente uno de los retos que tenemos por delante. Nuestros estudiantes son en un 80% votantes de la izquierda. Nos gustaría ser una escuela diversa, pero atraemos a un perfil determinado. Sin embargo, cuando les preguntamos si temen una situación en la que tengan que trabajar para diversos proyectos o empresas, responden que no. Asumen que sus cualificaciones son suficientemente buenas, y es hasta cierto punto cierto. Pero, de acuerdo, son una minoría. Una mayoría de la sociedad se verá menos favorecida en esa nueva sociedad.

¿Qué elementos pesarán en esa sociedad, a su juicio?

Primero, debemos partir de la base de que hablamos desde sociedades privilegiadas, donde existen muchas redes de seguridad. Veo cuatro elementos que están reformando el futuro del trabajo y, por tanto, el futuro de la educación. De entrada, una progresiva pérdida de influencia de las organizaciones sindicales, cuyas dificultades para captar nuevos miembros aumentan. ¿Por qué un joven de hoy debería querer ser miembro de un sindicato?, deberían preguntarse estas organizaciones, para revisar su papel. Es un asunto fundamental.

Otro es el reto del pleno empleo. Parece ya algo imposible. Antes no lo era. Pero damos casi por hecho que, incluso en el mejor de los casos, siempre habrá un 5% o un 6% de trabajadores que no conseguiremos activar en el mercado laboral, que siempre quedarán fuera. Por otra parte, en nuestros países experimentamos cierto miedo a la tecnología. Y observamos también como tendencia un cambio del trabajo fijo a tiempo completo al trabajo a tiempo parcial.

Usted habló antes de élite. Élite puede aplicarse a colectivos muy distintos: quienes viven de renta, quienes no necesitan trabajar, quienes ocupan puestos de trabajo de elevadísima responsabilidad, quienes tienen competencias brillantes, quienes tienen el poder de las relaciones. No existe “la élite”.

Habla de miedo a la tecnología. Los vaticinios sobre la desaparición del trabajo se suceden...

Algunos sectores enteros van a desaparecer seguro. Siempre fue así. Y otros se crearon.

Esta vez parece que vamos más deprisa y que las máquinas no suplen sólo tareas repetitivas y rutinarias, sino también creativas.

Para algunos, la tecnología es la solución a la falta de la productividad, el nuevo jardín del Edén, la vía gracias a la que las personas podrán dedicarse al ocio y a la familia. No estoy tan seguro de que vaya a ser tan fácil. Los avances de la inteligencia artificial son impresionantes, pero me cuesta creer que el ser humano vaya a ceder el control a las máquinas. No querremos que las máquinas tengan tanto poder.

Pienso en los coches: aunque sea posible que los coches vayan solos, muchos preferimos conducir. Nos da la sensación de control. Pensamos que el control nos da seguridad. Incluso si lográramos construir una máquina que tomara buenas decisiones, no estoy seguro de que prefiriéramos confiar en ella. ¡Aunque tal vez los robots podrían ser mejores políticos!

¿Qué opina sobre la renta básica?

Depende. Puede dignificar a las personas, pero... De vez en cuando preguntamos a los alumnos qué harían si lograran de pronto un millón de dólares, en qué emplearían su tiempo. La mayoría responde que seguiría haciendo o le dedicaría más tiempo a hacer aquello que más le gusta hacer, o bien optaría por labores de tipo humanitario. No todo el mundo tiene un punto artístico o una motivación creativa. Cuando reflexionan a fondo, responden que aun así prefieren trabajar aunque sea como complemento. La única motivación de trabajar no es económica.

¿Qué van a hacer exactamente en Barcelona?

Vamos a venir con nuestro outpost [avanzadilla, campamento militar fuera de la base], una clase fuera. En nuestro programa de tres años siempre hemos querido que los alumnos experimentaran con proyectos distintos desplazando parte del curso fuera de Dinamarca. Históricamente, elegimos lugares fuera de Europa. Este módulo se desarrolla durante cuatro meses, a partir de octubre, entre los alumnos del segundo año. Una serie de empresas o instituciones pueden plantear retos o encargos o problemas y los alumnos eligen en cuáles quieren trabajar para resolverlos. Trabajarán, pues, con la realidad. Los profesores, que pueden ser artistas, políticos o empresarios, son locales.

Ya tenían un pie en la ciudad.

Trabajamos con la consultora Coperfield. En su momento hicimos un proyecto con Telefónica en la ciudad. Y trabajamos con Biocat [organización que coordina y promueve la biotecnología, biomedicina y tecnología médica en Catalunya], que desde hace un tiempo impulsa un nuevo modelo formativo para acelerar el emprendimiento en el sector de la salud. Barcelona fue, junto con Bilbao y San Sebastián, de las primeras ciudades en reparar en nosotros. Para nosotros, es interesante porque es un lugar donde todo el mundo quiere ir. Como le decía, eso es casi como un recurso natural.

¿En qué otros lugares han hecho este 'campamento'?

San Francisco, Vancouver, Shanghai, Ciudad del Cabo, Durban, Bogotá y La Habana. La idea es enfrentar a los alumnos a nuevas ideas y tareas haciéndoles aplicar sus capacidades de modos totalmente distintos, haciéndoles trabajar con socios locales y con proyectos nuevos para ellos, que plantean nuevas problemáticas.

¿Cuánto cuesta ser un KaosPilot?

Un programa completo supone pagar 500 euros al mes durante 36 meses. Esa suma lo incluye todo, también los gastos de vivir en Dinamarca y estancias en países como Suiza y Japón.

Es para jóvenes con posibilidades.

Las posibilidades son un crédito que se devuelve con el trabajo.

¿Su escuela gana dinero?

Desde 2006, KaosPilot es rentable. Cada año nuestro presupuesto decrece en un 2%. No parece mucho, pero somos una institución pequeña. En ella trabajan 15 personas a tiempo completo y 60 a tiempo parcial. Pensamos en incrementar ingresos por otras vías, con programas adaptados a empresas. Licenciamos nuestra metodología para que otros la utilicen. Algunos políticos liberales dicen: “¡Fantástico! Que todas las escuelas y universidades se orienten al mercado!”. No, el sentido de todas las entidades educativas no es ganar dinero.

¿Por qué lo defiende para su escuela?

Nuestros estudiantes están comprometidos. Sienten que su dinero está en juego. Puedes ir a una escuela gratuita y salir con un título oficial, sin deuda y con los años quizá logres un trabajo de 150.000 euros al año. De KaosPilot sales con una deuda y sin título oficial. Pero aprendes a construir tu futuro.

[Esta entrevista ha sido publicada en el número de junio de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

La escuela de emprendedores KaosPilot nació en Aarhus, segunda mayor ciudad de Dinamarca, hace veintiséis años. Encarnó entonces una viva reacción de rechazo a la desaparición de la creatividad en las aulas. La metodología de KaosPilot persigue cultivar la autoconfianza, el liderazgo, la innovación y el emprendimiento. Un grupo de entre 35 y 40 estudiantes de más de veintiún años eligen problemas reales de una comunidad social o de una empresa, y su aprendizaje consiste en intentar resolverlos.

Desde 2006, el director de KaosPilot es Christer Windelov-Lidzélius, bajo cuyo mandato la institución pone un pie en España y desembarca en Barcelona con su filosofía de que las empresas no pueden ser “máquinas que hacen dinero”, sino “un actor social con responsabilidades”. En 2011, la revista Fast Company incluyó KaosPilot entre las 10 mejores instituciones educativas útiles para un entorno de generación de start-ups. Cuatro años antes, BusinessWeek ya la había declarado una de las mejores escuelas de diseño globales. De ella han salido más de 600 pilotos, cuyas mentes creativas han trabajado para centenares de proyectos en Corea del Sur, Canadá y Suráfrica, entre otros países.