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Industria sí, pero no sólo porque seamos más baratos
La secuencia suele ser la siguiente: A pide a B un ajuste. B se resiste. A saca entonces de la chistera a C, el maná, que puede ir a parar a B, a D o a Z, según se porten. B duda, se divide: en los tiempos que corren, ¿no es un sacrificio mejor que quedarse sin C? El ajuste respondería a su propio interés. Tal y como está el patio, sin C, tal vez una parte importante de B puede incluso dejar de existir.
Cualquiera que viva a menos de cincuenta kilómetros de una fábrica (pongamos que de coches) entiende en seguida de qué estamos hablando. Hemos asistido decenas de veces a la misma secuencia, que toma relieve aún más en tiempos de incertidumbre de crisis. La sed de carga de trabajo, que equivale a empleo, aprieta. Los gobiernos suelen interceder a favor de la compañía: mejor encajar un poco de palo y esperar después la zanahoria, en forma de inversión y empleo. Debe evitarse el mal mayor de una crisis laboral en toda regla. Además, ya que no se puede devaluar la propia moneda. Siempre se puede cobrar menos.
La secuencia vuelve a repetirse ahora en Nissan: la multinacional alega que en las instalaciones de la Zona Franca de Barcelona se pagan los sueldos más altos de toda la industria española del automóvil. Un operario puede ganar en ella, de media, 32.000 euros al año. En otras fábricas de la competencia, la nómina puede salir 7.000 euros más barata. Por supuesto, está en juego la fabricación de un nuevo turismo, en este caso destinado al exigente mercado nipón, que comporta 130 millones de euros de inversión y un millar de empleos.
Si B no acepta ajustes, ¿por qué no plantear que los nuevos empleados que se incorporen a la empresa cobren menos?, sugiere. De entrada, 19.000 euros. Y, sí, con el tiempo verán aumentar su retribución. Pero ésta nunca alcanzará la de los actuales trabajadores en plantilla. Nunca. La alternativa no suena muy apetecible de cara a este año y, en especial, el próximo: ERES temporales, posible reducción forzosa de hasta 200 empleos. Un futuro incierto.
Pero cuando la historia casi se repite, cabe preguntarse dónde está el suelo. La misma multinacional protagonizó en la década pasada un tenso y largo pulso en Zona Franca, Barcelona y Montcada i Reixach, con una de doble escala salarial contemplada en que dividió casi a muerte a los sindicatos. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) rechazó la diferencia de retribución, que era del 17%. No había creación neta de empleos, ni otras grandes justificaciones aparentes. Nissan esgrimió una espada de Damocles: una sangría de empleo. Más tarde, en 2006, el Supremo no vio desproporcionada la discriminación salarial, aunque en la práctica se previó una equiparación progresiva de los nuevos contratos respecto de los antiguos. La cuestión es que la multinacional acabaría posteriormente ejecutando un recorte masivo de empleos, que afectó a más de 1.600.personas. Había que estar preparado para acoger un nuevo vehículo.
En plena euforia económica, quedaba de cine subrayar que ya no podíamos competir por costes con el resto del mundo, ya no era nuestra liga, tocaba apostar por el alto valor añadido, la innovación y la conquista del mercado internacional. Proliferaron los discursos en este sentido, más que los hechos, pero cuando pinchó la burbuja inmobiliaria, por encima del agrio humor colectivo se abrió una brecha esperanzadora: en fase de bonanza, es humano no atreverse a aguar la fiesta con cambios de modelos productivos de riqueza fácil. El mundo entero recordó que, en chino, “crisis” significa “oportunidad”: esta vez habría que cambiar por fuerza. Entonces no sabíamos aún que la construcción iba a menguar seis puntos porcentuales su peso en la economía española. Sin embargo, enfangados en el lodazal, no ha habido gran cosa con la que rellenar el inmenso agujero.
Es urgente recuperar una apuesta seria por la industria, que aporta el 85% del empleo fijo en el país, representa un 46,4% de los gastos de innovación de las empresas y genera dos puestos de trabajo asociados en el sector servicios, sobre los que ejerce un importante efecto arrastre, según datos del estudio Un nuevo modelo productivo para España, del consejo de colegios de economistas. Hoy ni siquiera estamos en la media europea (15% frente al 20% del PIB, por no hablar de Alemania, donde alcanza el 25%). Seguro que hay formas de aproximar el salario a la productividad, pero, acostumbrados a las amenazas recurrentes de todos los A, esperemos que el discurso no se limite a prender sobre la base de una España sin posibilidades de devaluar la moneda, con empleo cada vez más barato.
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La secuencia suele ser la siguiente: A pide a B un ajuste. B se resiste. A saca entonces de la chistera a C, el maná, que puede ir a parar a B, a D o a Z, según se porten. B duda, se divide: en los tiempos que corren, ¿no es un sacrificio mejor que quedarse sin C? El ajuste respondería a su propio interés. Tal y como está el patio, sin C, tal vez una parte importante de B puede incluso dejar de existir.
Cualquiera que viva a menos de cincuenta kilómetros de una fábrica (pongamos que de coches) entiende en seguida de qué estamos hablando. Hemos asistido decenas de veces a la misma secuencia, que toma relieve aún más en tiempos de incertidumbre de crisis. La sed de carga de trabajo, que equivale a empleo, aprieta. Los gobiernos suelen interceder a favor de la compañía: mejor encajar un poco de palo y esperar después la zanahoria, en forma de inversión y empleo. Debe evitarse el mal mayor de una crisis laboral en toda regla. Además, ya que no se puede devaluar la propia moneda. Siempre se puede cobrar menos.