Una anécdota deliciosa sitúa a Manuel Ángeles Ortiz y Federico García Lorca paseando por Granada hasta llegar a la vera de la casa de Manuel de Falla. Manuel Ángeles no se atreve, pero Federico decide llamar y presentarse: “Hola, este es Manuel Ángeles Ortiz, que pinta como yo canto. Y yo soy Federico García Lorca, que canto como él pinta”. Después fueron amigos los tres. El relato sirve para ilustrar el comienzo de una amistad, de una tertulia y de una colaboración artística, pero también para situar en un tiempo y un lugar a Manuel Ángeles, el pintor del cante jondo.
Le llamaron así porque con Federico, Falla y otros preparó el histórico Concurso de Cante Jondo, que se celebró en 1922. “Queremos purificar y hacer revivir ese admirable cante jondo, que no hay que confundir con el cante flamenco, degeneración y casi caricatura de aquel”, declaraba por entonces Manuel de Falla. A Manuel Ángeles le tocó diseñar y dibujar un cartel que rompía con la estética costumbrista sin arrojarla al basurero. Algo parecido a lo que hizo García Lorca con la poesía y las historias populares (ahí está El Poema del Cante Jondo). Por algo García Lorca era el poeta que escribía como Ángeles Ortiz, y éste, el pintor que pintaba como Lorca escribía. De ahí viene también otra etiqueta aplicable a su obra: cubismo jondo.
Sin embargo, no está claro que a Manuel Ángeles Ortiz (Jaén, 1895-París, 1984) le gustara tanto su asociación con lo folclórico. En una entrevista que concedió a El País en 1980 explicaba que él siempre había “huido” de esa temática. Concede la entrevista con motivo de la inauguración de una antología de su obra en Granada, la ciudad en la que pasó su infancia y a la que dedicó parte de su obra, como sus series Albaycines, Paseo de Cipreses o Cabezas múltiple. “Todos los recuerdos de mi infancia los tengo vivos, muy vivos, y todos han influido mucho en mi obra: las calles del Realejo, las reatas de mulos, las diligencias y los viajes a la Alpujarra, los paseos por la Bola de Oro y el camino de la Fuente de la Dicha, desde donde todos los días Federico y yo veíamos la puesta del Sol”, respondía a El País.
Con García Lorca, Fernando de los Ríos o Falla compartía la tertulia del Rinconcillo, en el Café Alameda de El Realejo, aunque dicen que el músico iba poco porque no soportaba el ruido. Es allí donde se convirtió en el “pintor de la generación del 27”, para la que ilustró varias de sus obras. En 1922 Manuel Ángeles se marchó a París acompañado del poeta Emilio Prados y con una carta de Falla bajo el brazo. Ese documento le presentaba ante Picasso.
Lealtad a la República y exilio
El malagueño lo acogió y lo integró en un selecto grupo de artistas que incluía a Juan Gris o Joan Miró y en la trepidante vida cultural del París de entreguerras. Fue Picasso quien ayudó a liberarlo de un campo de concentración en el sur de Francia, adonde fue a parar tras la caída de la República. Había vuelto a España en 1932 y siempre fue leal a la República participando en algunas de sus iniciativas más emblemáticas: las Misiones Pedagógicas, La Barraca o, ya en la Guerra Civil, la Alianza de Intelectuales Antifascistas o el Pabellón de la II República Española de la Exposición Internacional de París de 1937, en la que se expuso el Guernica por primera vez. Se marchó en 1939 y no volvió a España hasta 1958.
Basta su vida en la capital francesa para integrarlo en la Segunda Escuela de París, aunque también pasara nueve años en Argentina. Aunque tuvo algún devaneo con el surrealismo (prueba de ello es su amistad con Luis Buñuel y su participación en La Edad de Oro), la mayor parte de su obra se enmarca en un llamado “cubismo lírico” y en la abstracción. Del surrealismo le interesaba “su lirismo enigmático, no sus aberraciones morbosas de sujeción psicótica”.
Sin embargo, los expertos siempre han señalado que la obra de Ángeles Ortiz es especialmente difícil de clasificar. La entrevista postrera en El País vuelve a ofrecer alguna pista de cómo entendía él su arte: “Naturalmente, cualquier interpretación del arte tiene que ser siempre subjetiva. Por eso, yo, cuando alguien me dice que no entiende un cuadro, le contesto: ”¿Y qué tiene usted que entender? ¿Acaso entiende usted un zapato?“. De todas maneras tampoco se entiende el chino si no es a fuerza de estudiarlo. Pues lo mismo pasa con la pintura, creo yo”.
En 1981 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas, pero el pintor que pintaba como Lorca escribía ocupa hoy un espacio mucho menor que sus amigos en la cultura popular. Su vida la contó Antonina Rodrigo en Memoria de Granada, donde reveló también un apasionado romance con Marlene Dietrich. En 1960 Mercedes Guillén escribió Conversaciones con los artistas españoles de la escuela de París, y le preguntó a Manuel Ángeles qué era la pintura. “Hace años sí lo supe, o creía saberlo. Ahora no lo sé. Pero es muy posible que tenga que ver con Granada, que esté en relación con lo que para mí es Granada. Con esa transparencia de su aire, con el ruido y la gracia del agua, con el color. Exactamente, no lo sé. Recuerdo que una muchacha que teníamos en casa, para elogiar una pintura mía, decía que era 'una na pintada'. Y debe de ser exacto, debe de ser eso: una nada muy hondamente sentida que le crea a uno la necesidad de expresarla por medio del color y del dibujo”.
Una anécdota deliciosa sitúa a Manuel Ángeles Ortiz y Federico García Lorca paseando por Granada hasta llegar a la vera de la casa de Manuel de Falla. Manuel Ángeles no se atreve, pero Federico decide llamar y presentarse: “Hola, este es Manuel Ángeles Ortiz, que pinta como yo canto. Y yo soy Federico García Lorca, que canto como él pinta”. Después fueron amigos los tres. El relato sirve para ilustrar el comienzo de una amistad, de una tertulia y de una colaboración artística, pero también para situar en un tiempo y un lugar a Manuel Ángeles, el pintor del cante jondo.
Le llamaron así porque con Federico, Falla y otros preparó el histórico Concurso de Cante Jondo, que se celebró en 1922. “Queremos purificar y hacer revivir ese admirable cante jondo, que no hay que confundir con el cante flamenco, degeneración y casi caricatura de aquel”, declaraba por entonces Manuel de Falla. A Manuel Ángeles le tocó diseñar y dibujar un cartel que rompía con la estética costumbrista sin arrojarla al basurero. Algo parecido a lo que hizo García Lorca con la poesía y las historias populares (ahí está El Poema del Cante Jondo). Por algo García Lorca era el poeta que escribía como Ángeles Ortiz, y éste, el pintor que pintaba como Lorca escribía. De ahí viene también otra etiqueta aplicable a su obra: cubismo jondo.