Dos veces regresó Rafael Alberti del exilio, una a España y otra a Andalucía, pero sólo se le recuerda en las escaleras de un avión y no en el apeadero de la estación de tren de El Puerto de Santa María. Si volver a Madrid le llevó 38 años, pisar de nuevo tierra marinera le costó 26 días más y un viaje en tren que se alargó por una inoportuna avería. Llegó la madrugada del 23 al 24 de mayo acompañado de su sobrino, el periodista Agustín Merello, que escribió para Diario de Cádiz la crónica del regreso. “Yo he sentido profundamente la lejanía porque, conmigo, se fueron todos los muertos de la guerra, los dolores de los que emigraron”, le susurró el poeta al periodista pasado Despeñaperros. Alberti no volvió del exilio hasta que fue otra vez marinero en tierra de mar.
Rafael Alberti (Puerto de Santa María, 1902 – id. 1999) no fue otra cosa que gaditano y andaluz. “Yo soy Rafael Alberti, con dos abuelos de origen italiano y un tío garibaldino, pero con dos abuelas andaluzas. Mis apellidos españoles no pueden serlo más: me llamo Sánchez Bustamante y también Gómez. Nací a la sombra de las barcas de la bahía de Cádiz, cuando las gentes campesinas de Andalucía se agitaban, hambrientas. Los primeros blancos que aclararon mis ojos fueron la sal de las salinas, las velas y las alas tendidas de las gaviotas. En los zapatos de mi infancia duerme la arena ardiente de las dunas”, decía de sí mismo en una nota publicada en 1929 por La Gaceta Literaria, citada por Miguel Ángel Vázquez Méndez en Rafael Alberti y Andalucía.
Los estudiosos también ven en Andalucía y el mar la gran influencia de su poesía. “Esa estética, en constante despliegue y transformación, llevará siempre la impronta del Sur: sus luces y sonidos (pero también sus sombras y silencios), su paleta cromática, su imaginería sensual y conceptual, su potencia metafórica, su sentido de la existencia, transido de mitos y ritos, serán profundamente andaluces”, explica Vázquez Méndez en su libro. El propio Alberti lo había escrito en Canciones del Alto Valle del Aniene: “Le debo al mar de Cádiz toda la sustancia de mi poesía”. Pero como advierte Vázquez Méndez, tan importante es en Alberti la evocación elegiaca de Andalucía como el compromiso con su transformación.
Bergamín reseñó que Alberti participaba de una especie de idealismo andaluz, capitaneado por Juan Ramón Jiménez, y en el que también militaban Salinas, Guillén, García Lorca, Cernuda y Altolaguirre. “Yo, como Juan Ramón y García Lorca, era también andaluz. Y esto se me notaba, dándole acento definido a mi naciente poesía”, dijo de él mismo en La Arboleda perdida, título que le dio a sus memorias en tres volúmenes, en recuerdo del retamar que acompaña el camino que lleva de El Puerto a la playa.
“Sentía la nostalgia de la espuma de mar”
“No quería estar en Madrid, no me gustaban sus colores (…) Sentía la nostalgia de la espuma de mar”, le contó una vez a ABC. Aunque había abandonado la bahía por la capital con apenas 15 años, el poeta se veía como el marinero en tierra que daba título a una de sus grandes obras. Pintor antes que poeta, la publicó en 1924 y con ella recibió su primer premio, el Nacional de Poesía. En Madrid murió su padre, y en el dolor y la nostalgia por su tierra encontró su primera fuente de inspiración, pero Rute, Málaga y Almería están en la génesis de La amante o El alba del alhelí.
En la capital frecuentó las reuniones de la Residencia de Estudiantes y se casó, en 1932, con María Teresa León. Convertido ya en una figura literaria, se afilia al PCE, da a sus versos un potente valor simbólico y político (ahí está El poeta en la calle (): “Se les prometen los campos / y al campo van a matarles”), y cuando estalla la guerra no duda: se enrola en la Alianza de Intelectuales Antifascistas y planta cara al fascismo desde la palabra. “¡Gran día, inmenso día! Los insectos, / los gusanos, las larvas rencorosas, / los infames, los viles, los abyectos, / las pieles de los hombres venenosas, / en una confusión de fuego y pura / sangre y vida preciosas, / siembran la estrella de la luz futura”, escribe al cumplirse el año del golpe de Estado del 18 de julio. Dicen que sus poemas se difundían en el frente de batalla.
La derrota de la República es el comienzo de un periplo que lleva a Alberti y a María Teresa León por París, Buenos Aires, Punta del Este y Roma. Desde allí le duele Andalucía, como cuando canta a Cádiz por la base norteamericana de Rota: “¿Quién va a mirarse en tus esteros, / quién a manchar va tus salinas, / quién a insultar tus marineros / y tus veleras cristalinas”. Desde el exilio escribe también a Cádiz y al mito tartésico su Ora Marítima (1953). Su obra es el recuerdo de las tierras y las gentes de Andalucía, como en la Balada de la nostalgia inseparable, Balada del posible regreso o Balada del que nunca fue a Granada.
Regreso al Puerto: los mítines en verso
Volvemos a El Puerto de Santa María, la madrugada del 24 de mayo de 1977. Alberti, que había tardado una vida en regresar, pone el pie en el apeadero y recita: “Portuenses, coquineros / después de cincuenta años / me maravillo de veros”. En las coplas de Juan Panadero hablaba Alberti, que al bajar del avión ya había dicho que sólo era un poeta, como si los símbolos cupieran en la filiación laboral. No era sólo un poeta, y por eso también dijo lo que sólo podía decir quien además era un símbolo: “Me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta, tendida a la amistad de todos”. El hombre que encarnaba el trauma de la Guerra Civil y el franquismo había pasado más años en el exilio, 38, que en España, 36.
Nada más volver, Alberti se puso a dar mítines en verso. Su amigo Carmelo Ciria solía contar que el poeta preguntaba en la plaza de abastos cuáles eran los problemas del pueblo y con eso preparaba sus arengas poéticas. Alberti había aceptado presentarse como cabeza de lista del PCE en Cádiz en las elecciones de junio de 1977, y aunque ganó su escaño, renunció en septiembre.
En una entrevista en El País Alberti justificaba su renuncia en aras de la “eficacia”, pues no alcanzaba a comprender los problemas de Cádiz después de 40 años de exilio y no se sentía “preparado” para sentarse a discutir la Constitución. “Yo era para los gaditanos algo nuevo, sentimental. Yo hice una campaña electoral poética...”, responde. Alberti cedió su escaño a Francisco Cabral Oliveros, conocido en Trebujena como Paco El Vazque y popular por haber liderado la huelga de la poda de viñas de 1969. Alberti dio paso al primer jornalero en Cortes: “Pueblo, yo cedo mi voz / a otra mano que también / alza el martillo y la hoz”.
Alberti en el Congreso
Antes de abandonar su escaño dejó otra foto para el recuerdo. Se la hizo Marisa Flórez para El País el 13 de julio de 1977, y muestra al poeta bajando las escaleras del Congreso del brazo de Dolores Ibárruri. Ella vestía de negro riguroso; él llevaba una corbata que sólo puede llevar un poeta. Aquel día Pasionaria y Alberti ejercieron la vicepresidencia de la mesa de edad de la sesión constitutiva del Congreso que debía conformar las Cortes constituyentes. Dos de los símbolos comunistas del exilio abrieron la sesión de apertura de los primeros diputados elegidos en democracia.
Su renuncia no mitiga el compromiso político de su obra, y que en 1986 se muestra también con el apoyo a Julio Anguita e IU-Convocatoria por Andalucía. “Si al pueblo andaluz se le pone el dedo en la llaga, surge de nuevo la gente, con un nuevo entusiasmo. Porque se cuenta con un pueblo soberbio, único, que no es como el resto”, le dice a Anguita en Otra Andalucía (1986). Pero Alberti también es crítico: “Hay que ser andaluz sin saberlo. Porque en tu carácter está todo, hasta tu clima. Pero lo malo es que hay mucho andaluz que dice ”qué gracioso soy como andaluz“ (…) Lo malo es la Andalucía deliberada, teatral: esa no tiene gracia”.
Alberti había pedido a Ciria que le buscase un lugar desde donde pudiera ver el mar. Durante veinte años recogió premios y reconocimientos, y miró las olas, hasta que el 27 de octubre de 1999, en su casa Ora Marítima, dejó de ser marinero en tierra para ser, simplemente, marinero.