Ésta es la crónica del rastreo no oficial de un contagio de covid-19 a través de tres comunidades autónomas -Andalucía, Catalunya y Baleares-, con el mismo protocolo de seguimiento, pero distinta eficacia en su aplicación. Los tiempos de espera y reacción de las autoridades sanitarias difieren entre una región y otra, sin embargo, la respuesta de los afectados es muy parecida: todos contactan rápidamente con los suyos en cuanto vislumbran el peligro. Un aviso al lector: la pista del rastreo del paciente cero en esta historia se habrá perdido antes de que termine esta crónica:
La mañana del domingo 13 de septiembre, el Sistema Andaluz de Salud (SAS) telefoneó a Manolo C., un reportero de Sevilla, para comunicarle que su hijo Manuel, de 10 años, había dado positivo en coronavirus. Habían pasado ocho días desde que ellos alertaron al SAS de que habían estado en contacto con una persona contagiada, y cinco días desde que les hicieron la prueba PCR al niño, a su padre y a su mujer.
En teoría, según el protocolo covid del Gobierno de Andalucía, ese mismo domingo en el que se confirma el positivo de Manuel, la Consejería de Salud debió movilizar a sus rastreadores -8.100 profesionales contabiliza la Junta- y también a los agentes del servicio de teleoperador -30 efectivos- que les apoyan para reconstruir la trazabilidad del virus en un paciente: ese día, alguien del SAS al teléfono debió preguntar a Manolo quién era el positivo con el que habían convivido, y pedirle el contacto de todas las personas con las que habían estado los últimos siete días.
Se supone que el rastreo sirve para localizar al paciente cero de un brote aislado de contagios, haciendo un seguimiento de los familiares, los amigos, los vecinos y los allegados con los que el positivo ha estado en contacto estrecho (sin mascarilla y a corta distancia durante más de 15 minutos, por ejemplo, compartiendo comida en un bar). Pero, hasta hoy, ninguno de los 8.100 rastreadores de la Junta de Andalucía ha seguido la pista del contagio de Manuel.
De la playa de El Palmar a Barcelona
El último fin de semana de agosto, Manolo, su hijo, y su mujer, Yolanda, recibieron la visita de tres adolescentes catalanes en su pequeña parcela junto a la playa de El Palmar, en Cádiz: Jordi, el sobrino de Yoli, y dos amigos, Roger y Bernat [nombres ficticios]. Convivieron bajo el mismo techo, durmieron y comieron juntos durante tres días, y el lunes 31 de agosto, Manolo los llevó en su furgoneta hasta la estación de Jerez de la Frontera, donde cogieron un tren de vuelta a Barcelona. Tres días después, el 3 de septiembre, Roger empieza a sentirse mal. El 4 de septiembre le hacen la prueba PCR en su centro de salud y al día siguiente le confirman que es positivo. Roger informa a sus dos amigos, éstos alertan a su centro de salud, y ese mismo día les convocan para hacerles el test PCR. Los resultados llegan dos días después, el 7 de septiembre: Bernat da negativo y Jordi “positivo leve”, aunque su estado es en todo momento asintomático.
La Generalitat catalana dispone de una app para móviles -La meva salut- que les permite ver el resultado de la PCR antes incluso de que la autoridad sanitaria les llame. La mañana del 8 de septiembre, los padres de Jordi comunican a su centro de salud que su hijo ha dado positivo: les citan a las dos de la tarde para hacerles la prueba y 48 horas después obtienen el resultado en la app: negativo. Empiezan una cuarentena de 14 días antes de poder reincorporarse al trabajo.
De Barcelona a Mallorca
El positivo de Roger y el de Jordi movilizan a dos rastreadores en Barcelona, cada uno hace un seguimiento distinto de los dos jóvenes durante los últimos siete días. El rastreo de Roger va un día por delante del de Jordi, de hecho, éste recibe una llamada de Renfe para informarle de que el 31 de agosto viajó de Jerez a Barcelona, compartiendo vagón y asiento con otro viajero que ha dado positivo por Covid (su amigo Roger). Todos los pasajeros de ese vagón han recibido una alerta similar. Pero cuando recibe este aviso, Jordi ya sabe que está contagiado y su rastreador le ha localizado para pedirle el nombre y el teléfono de todas las personas con las que ha estado en contacto la última semana. El chico, entre espía y detective, contabiliza a diez posibles afectados: cinco amigos de Barcelona; dos adultos y un niño en Andalucía [El Palmar, Cádiz] y sus abuelos de Mallorca.
Aquí el rastreo se bifurca y salta de Catalunya a otras dos comunidades: los abuelos de Jordi, que viven en Palma, convivieron la última semana con el nieto y su familia en Barcelona. “Durante toda la pandemia hemos sido muy prudentes, limitando mucho las relaciones sociales. La primera vez que nos vemos con los abuelos desde diciembre y casi nos contagiamos todos”, se lamenta la madre de Jordi, pensando en la salud de sus suegros.
Los abuelos del chico avisan a su centro de salud de que han estado expuestos al contagio. Pero el informe de Jordi dice que es “positivo leve” por PCR y recomienda “confirmarlo con un test serológico”. El sistema sanitario balear les exige el resultado de este segundo test antes de hacerles la PCR a los abuelos. Por suerte, el centro de salud del muchacho, en el barrio barcelonés de Sants, considera que su diagnóstico es positivo “sin necesidad de realizar el test serológico”. Con esta información, el centro de salud de Mallorca accede a hacerles la PCR a sus abuelos, y ese mismo día les confirman el resultado: negativo. Aquí se cierra una de las líneas de investigación.
De Barcelona a Sevilla
El rastreo hasta Andalucía no tiene tanta fortuna. Una semana después de volver de El Palmar, el domingo 6 de agosto, Jordi telefonea a su tía Yolanda para decirle que ha dado positivo por covid. Esa llamada paraliza de inmediato todo: Manolo, que vive en un pueblo del Aljarafe sevillano, llama a su jefe para anunciarle que no podrá reincorporarse al trabajo al día siguiente; ese mismo día Yolanda debía conducir de vuelta a Madrid, donde trabaja, pero se queda en tierra. Su padre, que padece una enfermedad degenerativa, está al cuidado de dos auxiliares. “Por unas horas no he expuesto a mi padre a un contagio. Han tardado ocho días darme los resultados de la PCR”, se lamenta Yoli. El último expuesto a la infección es Manuel, que está en 6º de Primaria, y debía volver al colegio el 10 de septiembre, después de seis meses sin clases. Tampoco puede.
El padre llama al teléfono que la Junta ha creado para posibles pacientes Covid, una voz mecánica le pregunta si tiene síntomas (fiebre, tos, mucosidad...). Después de unos minutos le derivan con una persona, le toma los datos personales y le pide que él y sus convivientes no se muevan de casa. “Le llamaran en 24-48 horas para hacerle las pruebas”, le informan. Pero esa llamada tardará tres días en llegar. El miércoles 9 de septiembre acuden los tres a hacerse la prueba PCR a su centro de salud de San Juan de Aznalfarache, en Sevilla. ¿Hay una sala para posibles contagiados de covid separada del resto de pacientes? “Sí, ahí detrás de la cortina”, le indican, señalando un pasillo cerrado por dos biombos.
La espera del resultado
Mientras esperan los resultados, Manolo y Yoli tiran de memoria y empiezan a llamar a todas las personas con las que han estado en contacto estrecho la última semana. No son tantos, una media docena, y siempre han compartido espacios abiertos y con mascarillas. Una amiga de Sanlúcar de Barrameda y su hijo de 10 años, con los que quedaron para comer dos veces (compartieron la furgoneta en uno de los trayectos) y otros tres amigos (y el hijo de uno de ellos) con los que habían cenado en su casa de Sevilla justo el día antes de recibir la llamada de Jordi. Manolo hace lo mismo que los padres de Jordi en Barcelona: por precaución, deciden empezar ellos mismos el rastreo antes de que les confirmen el resultado. Uno de los amigos que estuvo cenando con ellos el día antes de recibir el positivo de Jordi es enfermo de cáncer.
Pasarán ocho días en cuarentena dentro de su casa hasta obtener la confirmación del SAS. Domingo 13 de septiembre: Manuel ha dado positivo, pero su padre y Yoli dan negativo. Les dicen que el contagio del niño pudo producirse en otro lugar, puede que no fuera Jordi y su amigo. O puede que sí. Ningún rastreador se pone en contacto con ellos, ni ese día, ni los siguientes (hasta hoy) para preguntar por las personas que han tenido contacto con Manuel en la última semana. “Todos los que estuvieron cerca de mi hijo esos días están avisados por mí”, cuenta Manolo, “cada uno se ha puesto en contacto con su centro de salud, y les han programado la PCR para este jueves y este viernes [cuatro y cinco días después de confirmarse el positivo de Manuel].
Los tiempos de espera tan dilatados del protocolo andaluz han generado otro problema: Manolo y Yoli dieron negativo en la prueba del 10 de septiembre, pero han estado confinados con Manuel en casa los cinco días siguientes. “¿Y si no estábamos contagiados antes, pero ahora sí? ¿Qué hacemos? ¿Nos hacen la PCR otra vez?”. “Les llamarán por teléfono en 24-48 horas”, le dice la persona que acaba de confirmarles el positivo de su hijo. “¿Y las personas con las que hemos convivido desde el contagio?”, insiste Manolo. “Les llamarán en 24-48 horas”. Dos días después, Manolo y Yoli reciben sendas llamadas del centro de salud con un mensaje similar: “Valoren la intensidad del contacto que han mantenido con el positivo y, en función de ésta, decidan ustedes el tiempo que deben permanecer en cuarentena”. Manolo cuelga el teléfono preguntándose si con estas instrucciones por teléfono puede y debe prolongar su baja otra semana o volver al trabajo...
PCR por cada mil habitantes
Un caso concreto difícilmente puede extrapolarse a todo el sistema sanitario de una comunidad, hay muchas variables que influyen. El tiempo de reacción de un centro de salud concreto, por ejemplo. La familia de Jordi fue atendida en la consulta de Magòria, en el barrio de Sants-Montjuic, una zona próxima a Hospitalet con el mayor índice de contagios de Barcelona. La familia de Manolo fue atendida en las consultas de Nuestra Señora de la Paz, en San Juan de Aznalfarache, un municipio menos poblado y con menor incidencia del virus.
En esta historia, la sanidad balear tarda 24 horas en diagnosticar y descartar a un sospechoso de contagio, la sanidad catalana tarda menos de 48 horas y la sanidad andaluza se demora ocho días en dar los resultados. Una explicación puede ser el número de PCR que se realizan cada mil habitantes, un dato que sirve de promedio para medir el alcance de la respuesta sanitaria a la pandemia en cada territorio. Aquí Andalucía presenta estadísticas por debajo de la media. Según datos del Ministerio de Sanidad, a fecha 10 de septiembre, se realizan 79,68 PCR por cada mil habitantes, la mitad que la media de España: 162,93 pruebas por cada mil personas. Muy por delante están Baleares, con 210,80 PCR por cada mil habitantes; Madrid (208,41 PCR) y Catalunya (185,05).
Estos datos hay que relativizarlos, porque en términos absolutos, Andalucía es la región más poblada (8,5 millones de habitantes) y la que más pruebas realiza en el cómputo global. Pese a todo, el nivel de contagio de covid en Andalucía (44.607 infectados hasta la fecha) está muy por debajo de comunidades como Madrid (178.118 casos), que sufre un descontrol acentuado de la pandemia, o Catalunya (126.234 casos), con una evolución muy negativa desde que se cerró el estado de alarma. La presión hospitalaria y asistencial en las UCI también es muy inferior en Andalucía respecto al resto.
El rastreo oficial del contagio de Manuel -con resultado positivo por PCR hace cinco días- aún no ha empezado. Su familia ha cubierto el hueco de los 8.100 rastreadores de la Junta de Andalucía, advirtiendo a sus allegados para que se hagan la prueba. Mientras esperan, el radio de acción del virus continúa ensanchándose...