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Piedras invisibles

Juan Francisco Villar Caño

Activista del equipo de MMCC de Amnistía Internacional Andalucía —

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La vida de las mujeres está cargada de piedras, pero nosotros no las vemos. No las vemos porque son piedras invisibles. Pero no son invisibles por microscópicas, no. Son invisibles porque cuando aparecen nosotros cerramos los ojos; a veces conscientemente y a veces sin darnos cuenta.

Las hay pequeñas, como gravilla, casi como arena de la playa. Son los micromachismos con los que nos topamos día a día sin verlos. Muy a menudo se disfrazan de piedras preciosas y los llamamos piropos, pero no dejan de ser piedras que a veces pesan como una losa.

Las hay un poco más grandes. Piedras en mitad del camino que pesan y son un martirio para los pies de las mujeres. Piedras que no les dejan seguir su camino, piedras en las que se enganchan sus tacones y las dejan paradas, como pegadas al suelo. Y así no pueden seguir subiendo, se estancan en un lugar y permanecen allí, esperando poder quitarse la piedra que las oprime.

Otras piedras son más peligrosas, les llegan de golpe y con un golpe seco, violentamente, aunque vengan untadas de miel. Y no se las pueden quitar porque entonces descubren que hay más piedras en el camino que no les permiten huir. Piedras que las frenan incluso si van descalzas, piedras que se les hincan en las plantas de los pies, piedras que les cortan el camino. Ellas sí las ven, pero para quienes tienen que defenderlas de las piedras que las agreden siguen siendo invisibles o, en todo caso, son pequeños granos de arena o piedras de colores con las que la mujer se embellece.

Las hay mucho peores. Algunas son piedras escogidas, ni demasiado grandes, ni demasiado pequeñas, ni demasiado redondas, ni demasiado puntiagudas. Tienen que ser así porque caen sobre algunas mujeres que ellos llaman adúlteras. Y tienen que herir una y otra vez, magullar y rasgar la piel hasta llenarla de colores cárdeno y encarnado, pero no deben hacerlo demasiado rápido para no impedirnos disfrutar demasiado pronto del espectáculo de su cuerpo cárdeno y encarnado.

Hay también piedras que las protegen de la intemperie; tanto las protegen que acaban siendo una cárcel que las empareda hasta hacerles sentirse muertas vivas que mueren mientras creen vivir.

Y a veces no son piedras, sino losas bajo las que descansan porque alguien así lo decidió. Aunque ellas hubieran querido seguir viviendo, apartando piedras de su camino para empezar a sentirse libres.

Pero las peores piedras son aquellas que se esconden bajo un supuesto placer que sólo es, si acaso, del que las lanza. Son piedras que hieren aunque no golpeen directamente, piedras que te destruyen por dentro aunque sólo te toquen por fuera. Estas piedras son, muy a menudo, las más difíciles de ver por parte de quienes tienen que verlas.

Pero todas estas piedras, por muy pesadas que sean pueden desaparecer. Basta con hacerlas visibles y quitarlas del camino. Y las hacemos visibles cuando las nombramos, cuando las miramos cara a cara y las destruimos como si fuéramos basiliscos.

Y, aunque no seamos basiliscos, si nosotros lo queremos, somos más poderosos que ellos. Basta con que digamos que queremos serlo y juntemos nuestras fuerzas.

En Amnistía Internacional esto lo sabemos bien. En otro tiempo ya lo hicimos. En el año 2002, dos mujeres, Safiya Hussaini y Amina Lawal, se tenían que enfrentar a las piedras que ponen los cuerpos cárdenos y encarnados. Pero nosotros vimos esas piedras y se las enseñamos a la gente. En apenas cuatro semanas todo el mundo las veía, y juntos decidimos destruirlas, y 600.000 personas, armadas con una pluma, nombramos todas las piedras hasta hacerlas desaparecer y salvar a Safiya de descansar bajo la lápida. Con Amina nos costó más, pero nos unimos más. En algo más de un año fuimos más de 10.000.000 de plumas escribiendo gritos de protesta que hicieron desaparecer las piedras. Tanto gritamos que en Nigeria, la tierra de Safiya y Amina, ya no hubo más piedras de ese tipo. Entre todos, logramos prohibirlas.

Por eso hoy, como conocemos el poder de los gritos callados de la gente, los gritos que entran por la fibra óptica de los hogares hasta llegar a los parlamentos, a los tribunales, a todos. Como ya conocemos ese poder, queremos volver a nombrar las piedras para hacerlas desaparecer. Queremos gritar bien fuerte ¡NO MÁS PIEDRAS! porque no consentimos que las mujeres sigan encontrando tantas en el camino, porque no consentimos que siga habiendo obstáculos para las mujeres víctimas de violencia sexual. Porque no podemos permitir que las piedras sigan siendo invisibles. Porque no podemos permitir que las víctimas de violencia sexual sean invisibilizadas, cuestionadas, desprotegidas y juzgadas, como están millones de mujeres víctimas de violencia sexual en España.

Por eso gritamos #NoMásPiedras. Por eso yo, #NoConsiento y te pido que tú grites también, conmigo, y con miles de personas, #NoMásPiedras, #NoConsiento. Sólo así podremos destruirlas. Actúa.

La vida de las mujeres está cargada de piedras, pero nosotros no las vemos. No las vemos porque son piedras invisibles. Pero no son invisibles por microscópicas, no. Son invisibles porque cuando aparecen nosotros cerramos los ojos; a veces conscientemente y a veces sin darnos cuenta.

Las hay pequeñas, como gravilla, casi como arena de la playa. Son los micromachismos con los que nos topamos día a día sin verlos. Muy a menudo se disfrazan de piedras preciosas y los llamamos piropos, pero no dejan de ser piedras que a veces pesan como una losa.