En nuestro deseo de no poner etiquetas a quienes nos rodean y de evitar un lenguaje discriminatorio, cada vez utilizamos, yo al menos lo hago, la palabra “persona”, “personas”. No es, simplemente, algo políticamente correcto sino la necesidad de mostrar nuestra firme convicción de la igualdad de todos los seres humanos. En Amnistía Internacional hablamos de personas que trabajan por personas.
Hay una anécdota que se atribuye a Jesse Owens pero que Gabriel Jackson relata, como testigo directo, referida a Joe Louis. Uno de los recuerdos más vivos de mi niñez es el de haber escuchado por la radio el segundo combate de boxeo entre el norteamericano negro Joe Louis y el peso pesado alemán Max Schmeling. Schmeling había dejado fuera de combate a Louis en el primer asalto, y la prensa nazi habló con elocuencia de la superioridad innata de la raza blanca. En el combate de vuelta, Louis dejó fuera de combate a Schmeling, en el primer asalto, si no me falla la memoria. El árbitro puso el micrófono ante el vencedor y le preguntó emocionado: “Bueno, Joe, ¿te sientes orgulloso de tu raza esta noche?”, y Louis contestó con su deje sureño: “Sí, estoy orgulloso de mi raza, la raza humana, claro” (El País, La raza humana, claro, 9 oct 1992).
Hace unas semanas, en una entrevista, un representante de la comunidad china que había donado mascarillas incidía mucho en este sentimiento de comunidad humana por encima de territorios y países. Leo que los manteros del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes y la marca Top Manta han convertido la tienda que tienen en el barrio barcelonés del Raval en taller de costura para producir batas y mascarillas para los hospitales catalanes. La noticia no dice que piensen pedir ningún tipo de acreditación nacional para recibir el material.
Hay quien se siente muy a gusto con sus banderas. Puedo comprender que cada quien tenga su ratito de nostalgia de su infancia, su adolescencia, aquel lugar en el que pasó unos años. Pero ante todo somos seres humanos. Y yo, no solo yo, muchas personas, afortunadamente, en estos momentos, no podemos olvidar los diez años de guerra en Siria, Gaza y Cisjordania con sus controles continuos, El Congo, fronteras en Sudán, Yemen, los campos de refugiados, Moira tan cerca.
En una reciente charla, Daniel Innerarity nos recordaba que las fronteras más relevantes hoy en día no son las de los estados sino las de la desigualdad, las de nuestros domicilios. Sin llegar al extremo de los ejemplos de absoluta emergencia que he puesto antes, estas fronteras las podemos ver a nuestro alrededor con solo un vistazo al periódico: ayudas urgentes de alimentos para familias en nuestras ciudades; personas que no tienen para comer, que sobreviven en espacios reducidos con niños, sin trabajo, sin ingresos. En nuestro propio entorno hay personas que no tienen fácil acceso al agua, ni a productos de limpieza en general, como las familias romaníes de los asentamientos en Córdoba. Y, si nos movemos un poco, solo un poco, y no queremos taparnos los ojos, podremos ir a los asentamientos de trabajadores temporales en Huelva y Almería. Desde la ONGD Mujeres en Zona de Conflicto (MZC) denuncian “las condiciones de extrema pobreza en los asentamientos esas
provincias, donde las mujeres multiplican la vulnerabilidad general, estando expuestas a todo tipo de violencias, incluida la violencia física, sexual, la violación, la explotación sexual, la esclavitud sexual y la extorsión por parte de los varones“.
“Las mujeres y los niños primero” se decía en esas películas antiguas, tan bonitas, de naufragios. Los guardias fronterizos que disparan a los botes salvavidas, el peligro extremo de los campos de refugiados, invalidan la frase o le dan la vuelta (las primeras en sufrir agresiones). Pero hay quien sigue diciendo: América primero (en inglés queda más bonito). Los españoles primero. La familia lo primero. Mi pueblo... (que cada quien añada todas las que haya oído alguna vez, que pueden llegar hasta la comunidad de vecinos).
¿Y si las cambiamos por Los Seres Humanos primero?
Ante todo, Seres humanos. Ante todo, Personas
En nuestro deseo de no poner etiquetas a quienes nos rodean y de evitar un lenguaje discriminatorio, cada vez utilizamos, yo al menos lo hago, la palabra “persona”, “personas”. No es, simplemente, algo políticamente correcto sino la necesidad de mostrar nuestra firme convicción de la igualdad de todos los seres humanos. En Amnistía Internacional hablamos de personas que trabajan por personas.
Hay una anécdota que se atribuye a Jesse Owens pero que Gabriel Jackson relata, como testigo directo, referida a Joe Louis. Uno de los recuerdos más vivos de mi niñez es el de haber escuchado por la radio el segundo combate de boxeo entre el norteamericano negro Joe Louis y el peso pesado alemán Max Schmeling. Schmeling había dejado fuera de combate a Louis en el primer asalto, y la prensa nazi habló con elocuencia de la superioridad innata de la raza blanca. En el combate de vuelta, Louis dejó fuera de combate a Schmeling, en el primer asalto, si no me falla la memoria. El árbitro puso el micrófono ante el vencedor y le preguntó emocionado: “Bueno, Joe, ¿te sientes orgulloso de tu raza esta noche?”, y Louis contestó con su deje sureño: “Sí, estoy orgulloso de mi raza, la raza humana, claro” (El País, La raza humana, claro, 9 oct 1992).