Le llamaban “El Califa” porque, cuando despuntó como primer alcalde democrático de Córdoba, guardaba la apariencia de gran visir de las películas, aunque el nombre de Sandokán, que también le habría cuadrado, pasó a ostentarlo luego un controvertido paisano suyo, un promotor con ínfulas políticas.
Cuando decidió saltar a la palestra estatal, el PCE de Santiago Carrillo –expulsado en 1985- hacía aguas y Gerardo Iglesias tampoco pudo capear el temporal que arrastró al partido mejor organizado durante la dictadura franquista hasta la irrelevancia electoral. Y entonces llegó el comandante Anguita y mandó parar, aunque fuere momentáneamente, la sangría de votos de la recién nacida Izquierda Unida: en las encuestas, siempre aparecía como el responsable público más valorado y las urnas fueron paulatinamente reconociendo su progresivo liderazgo, hasta que la esgrima interna y su estado de salud le apartaron de la primera línea. Desde los rojos muy rojos que le veneraban, a los fachas no aparentemente fachas que le tenían calado, todos celebraban su coherencia, su oratoria pedagógica e incluso el marchamo aquel suyo de hijo de militar, que serenaba a los espíritus más conservadores.
El sorpasso
Julio Anguita protagonizó algunas de las mejores páginas del parlamentarismo español e impulsó Convocatoria por Andalucía, el enésimo intento de fundamentar un izquierdismo andalucista. Aquel proyecto prestó un balón de oxígeno importante a los antiguos comunistas y sus socios, justo cuando el felipismo empezaba sus horas bajas y llegó a acariciar la conquista de los cielos. A aquel maestro de escuela que tan gratamente recuerda la poeta Isabel Pérez Montalbán, una de sus alumnas, le tiró en cierta época lo de ser monje; pero como amaba la lectura, la historia y en menor medida el cine, rescató para nuestra vida pública el título de una película italiana, dirigida en 1962, por Dino Risi: “Il sorpasso”. Aquí se tradujo como “La escapada”, pero significa estrictamente “El adelantamiento”.
Anguita acarició la posibilidad del sorpasso para desbancar a la socialdemocracia de la primacía electoral de la izquierda española, pero la estrategia de la pinza en el Parlamento de Andalucía, junto con el PP y frente a un PSOE desgastado y en las horas bajas del felipismo, no fue entendida por numerosos sectores progresistas. Sin embargo, también es justo decir que, bajo su coordinación y bajo el mantra de “programa, programa, programa”, Izquierda Unida llegó a superar los 2 millones de votos en las generales de 1993 y 1996, alcanzando en este último año más de un 10 % de los votos y 21 diputados. En 1998, tras un segundo infarto después del primero que sufriera cinco años antes, abandonó la secretaría general del Partido Comunista de España. Nada fue igual a partir de entonces, excepto Julio Anguita: a pesar de sus dolencias cardiacas que le obligaron a retirarse de la política activa, siguió siendo un referente ético para propios y extraños.
La muerte de su hijo, el periodista Julio Anguita Parrado, en 2003 y en pleno conflicto de Irak, le llevó a confirmar sus percepciones en política internacional y a no contestar la carta de pésame que le dirigiese José María Aznar, presidente del Gobierno en aquel entonces. Jamás cedió en cuestiones de principios, tanto en el plano público como –lo saben quienes le conocieron de cerca—en el privado. Nunca rompía su silencio, porque nunca estuvo callado del todo: “El carácter mustio de la UE, la altísima temporalidad de los contratos laborales, los desaguisados de la justicia, la pérdida de ejemplaridad política, los tocomochos de levita y frac, la monodia en la que se ha convertido el discurso político y la falta de debate sobre las ideas, modelos y programas son, junto con el pánico cerval a asumir de manera medianamente seria la construcción de España o del Estado español, síntomas de la frivolidad reinante e imperante”, escribió en El tiempo y la memoria (La Esfera de los Libros, 2008), el ensayo escrito a pachas con el también malogrado periodista y escritor cordobés Rafael Martínez-Simancas.
El colectivo Prometeo
En 2012, creó el Colectivo Prometeo que, unos días antes del último ingreso hospitalario de Julio Anguita, publicó un manifiesto titulado El Hoy y el Mañana: razones para nuestro compromiso, que suponía un nuevamente lucido análisis de la pandemia. El documento, firmado por numerosos compañeros de viaje, entre quienes figuran Ángel Reyes, Antonio Herreros, Antonio Pintor, Carmen García o Felipe Alcaraz, se afirma: “Nos enfrentamos a una de las situaciones más graves de nuestra Historia. Padecemos una pandemia enraizada en última instancia en el cambio climático que la civilización del crecimiento sostenido y depredador de la naturaleza ha originado. La epidemia ha acelerado y agravado aún más la crisis sistémica ya anunciada por científicos, economistas y analistas. España está ante una recesión económica sin precedentes. Y ello sitúa al Gobierno - a cualquier Gobierno- y a la sociedad en su conjunto, ante un problema de extrema complejidad. Se necesitan recursos cada vez más abundantes y perentorios para gastos sanitarios de urgencia y para atender las consecuencias del obligado parón productivo: cierre de empresas, incremento exponencial del paro, precariedad y la exclusión social existentes desde hace décadas. Sin obviar, sobre todo en estos momentos, las imprescindibles inversiones en investigación”.
Frente al terrible hoy de España, Anguita y los suyos, reclamaban “un Estado fuerte” y una sociedad civil “igualmente fuerte”: “De cómo lo abordemos (el hoy) dependerá el mañana. Y en el mañana van a vivir nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones venideras de españoles y españolas. Es una cuestión de responsabilidad colectiva: optar entre un futuro para la inmensa mayoría o un desastre, también para la inmensa mayoría. Porque constituiría un inmenso error retornar -como si nada hubiese pasado- a la salida de la crisis del 2008, haciendo recaer, otra vez, sacrificios y penurias sobre trabajadores, asalariados y sectores populares en vez de buscar una nueva salida en la que prime la Solidaridad y el no dejar a nadie atrás. Tanto los Gobiernos de turno como la sociedad deberemos estar a la altura del reto, asumiendo que nos llevará tiempo. Construir el mañana supone priorizar objetivos, potenciar mecanismos e instrumentos de intervención en la realidad y sustentar todo el proceso en parámetros éticos y de conductas de moral pública consecuentes con ellos”.
En las páginas de este testamento político en su caso, se denunciaba igualmente que la pandemia mundial había hecho florecer en nuestro país “una peculiaridad hispana en forma de enfermedad política oportunista: el discurso de odio guerracivilista generado por los responsables máximos de las organizaciones de Derechas. Para desgracia de nuestra Patria no es cosa nueva. Encarna el odio atávico a las clases populares, al movimiento obrero y al pensamiento libre. Y todo ello ha tenido como expresión la imposición de un patriarcado anulador de los derechos de la mujer, el clericalismo más rancio y el llamado ”franquismo sociológico“, magma ideológico-social muy anterior al dictador, pero que se materializó en torno a su persona. La injuria zafia, la simpleza de sus propuestas y los bulos, en cuya difusión siguen a rajatabla las tesis del aparato de propaganda nazi. Sus objetivos son crear confusión, potenciar los prejuicios contra el ”otro“, el ”rojo“, ”el homosexual“, ”la mujer“ o ”el inmigrante“. Pero sobre todo, el objetivo máximo es perpetuar los privilegios sociales y económicos del estatus que los dirige”.
“Nuestro rey republicano”
El Colectivo Prometeo fue fundado en plena crisis financiera, apostando por un frente amplio contra aquella otra situación de emergencia: “Ya está bien de izquierdas de salones y de whisky”, denunciaba. Anguita, que se declaraba seguidor del filósofo Adolfo Sánchez Vázquez (Algeciras, 1915-México D.F.2011), recordaba que el autor de Las ideas estéticas de Marx solía decir que la revolución no son los cuarteles de invierno o Fidel Castro entrando en La Habana: “La revolución está en medidas justas, necesarias, imprescindibles, legales, que tienen el potencial de una vez puestas en marcha desencadenan procesos de ulteriores cambios”. Y Anguita añadió, entonces, ante mí: “Cumplir hoy con la Constitución sería revolucionario”.
Su funeral, en tiempos de pandemia, recorre el ciberespacio institucional: “No le lloréis, hermanos. Y tampoco os congratuléis, pájaros de mal agüero. Julio no se ha ido, ni lo habéis echado. Julio sigue confinado hasta el fin de la pandemia capitalista. Entonces volverá rodeado de sus camaradas, de sus discípulos, de todos nosotros, los parias de la tierra”, escribía hace unas horas el nonagenario Andrés Vázquez de Sola. Sus afines y sus adversarios le rinden memoria. Pero también alcanzaba al corazón de la sociedad civil del mundo latino. Era nuestro rey republicano, a decir de Marwan. “Triste por Anguita, lo queríamos, en el peor momento de España, con esta derecha cavernícola”, me escribía Helena Villagra, la viuda de Eduardo Galeano, desde Montevideo, mientras oía el homenaje que le tributaba a Anguita una emisora argentina. El poeta cubano Alexis Díaz Pimienta y el español Tito Muñoz, unían sus versos en una décima de despedida: “Adiós, Califa, Quijote,/ compañero del asfalto./ Vecino del puño en alto/ y de la derecha azote. /Amigo sin amigote,/ sin cuñao ni corruptela,/ siempre clavando la espuela/ al gallo negro que acecha./ Que nadie olvide esta fecha./ Vuelve al maestro a mi escuela”.
Como imagen primera suya, yo le recuerdo en El Lentiscal de Bolonia, en Tarifa, mediados los años 80. Veraneaba entonces en el Hostal Ríos, donde a mediodía jugaba una partida de cartas o de dominó con unos cuantos parroquianos. Yo trabajaba para Diario 16 y me habían encargado entrevistarle; eso sí, con una condición: que se dejara fotografiar en bañador para una serie que publicaba el periódico con políticos diversos a punto de darse un chapuzón. La conversación fue sesuda y muy potente desde el punto de vista periodístico. Al finalizar, le pedí que se desabrochara la camisa para la fotografía y posara como querían los responsables del rotativo para el que yo curraba a tanto la pieza. Anguita me miró como si le estuviera haciendo trampas al mus. Y me dijo que no: que él no vendía bañadores sino ideas. Aquella entrevista playera no se publicó nunca pero Anguita se siguió mojando siempre.