“La sociedad civil vive hoy en China una represión sin precedentes, la más dura desde la masacre de Tiananmen en 1989”. Con esta rotunda afirmación se acaba de presentar en la Universidad de Sevilla Benedict Rogers, profesional de la información convertido en activista proderechos humanos a quien los medios oficiales chinos describen como “un agitador, una grave amenaza para la seguridad del Estado y los intereses de la Nación”.
Rogers ha rememorado públicamente uno de los primeros consejos que recibió al inicio de su vida laboral: “Si quieres ser un buen periodista, debes estar dispuesto a sufrir la censura al menos una vez en tu vida. Pero procura que eso no te pase más de una vez, porque de lo contrario no podrás hacer carrera”. A lo largo de los 20 años que lleva dedicados a la información y al activismo, Rogers ha tratado de seguir estas indicaciones, pero las cosas no le han salido como le aconsejaban. Ha incomodado a más de un tirano, ha padecido en sus carnes las dentelladas de la censura en numerosas ocasiones y ha soportado dos deportaciones. El pasado mes de octubre estuvo a punto de experimentar la tercera, pero ni siquiera llegó a pisar su destino: ante el escándalo de la opinión pública internacional, las autoridades chinas le detuvieron en el aeropuerto de Hong Kong y le devolvieron a casa. Viajar a China continental, desde hace algún tiempo ni siquiera lo intenta.
A pesar de ello, nadie puede decir que este británico comprometido con la justicia y la democracia hasta el punto de poner en riesgo su seguridad personal e incluso su vida no haya hecho “carrera”. Como responsable de Asia Oriental en Christian Solidarity Worldwide, una ONG que defiende el derecho humano a la libertad de conciencia –tanto a la creencia como al ateísmo-, Ben no para. En sólo el último mes ha visitado Tailandia, ha alzado su voz sobre la situación en Myanmar, ha lanzado el observatorio Hong Kong Watch, lo ha presentado en el Parlamento Británico, ha abogado por los más vulnerables en el escenario norcoreano, ha participado en un congreso en Suecia y ha recordado a los burócratas de Bruselas que la política hay que hacerla también en la calle. Le ha dado tiempo, incluso, a encontrarse con figuras públicas en Madrid y a tomarse unas tapas en Sevilla.
Rogers llegó a esta ciudad el pasado jueves 14 de diciembre para impartir una conferencia dentro del programa de Doctorado en Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Pablo de Olavide, que coordina el Prof. Francisco Infante. Ha venido invitado por la Línea de Estudios en Asia Oriental del grupo Compolíticas y por el Máster en Comunicación y Cultura de la Universidad de Sevilla, bajo la dirección del Prof. Rafael González Galiana, visitando la Facultad de Comunicación el viernes 15. En el Grado de Estudios Orientales le han acogido los profesores Jesús San Bernardino y Carolina García Sanz.
Con ese aplomo que sólo tienen quienes son capaces de mirar la muerte a los ojos, en sus intervenciones Rogers ha ilustrado las duras evidencias del informe The Darkest Moment: The Crackdown on Human Rights in China, 2013-16, a cargo de la Comisión de Derechos Humanos que asiste al actual gobierno británico y que este experiodista impulsa en calidad de vicepresidente. “Ya no se trata solamente de la persecución contra disidentes prodemocracia, abogados comprometidos con la defensa de derechos fundamentales o académicos especialmente críticos. Se ha dado un paso más y se reeditan prácticas que creíamos confinadas a los peores momentos de la Revolución Cultural: secuestros de personas en terceros países, confesiones bajo tortura en la televisión oficial, tráfico de órganos extraídos «en vivo» a prisioneros políticos y el establecimiento de un sistema de represión extrajudicial que utiliza todo tipo de medios ilegales para hacer desaparecer a la gente, como explica Teng Biao en The People’s Republic of the Dissappeared, una colección de testimonios directos sobre estas atrocidades”. Liu Xia, la mujer del Nobel de la Paz recientemente fallecido, Liu Xiaobo, es una de las más conocidas víctimas de este sistema de represión.
Ben también ha denunciado el deplorable tratamiento recibido durante su reciente visita a Hong Kong, pues pone de relieve la erosión del marco jurídico “Un país, dos sistemas”: “Aunque yo no había comunicado a las autoridades chinas mi intención de viajar, estaban al corriente. No sé por qué medio habían obtenido esa información. Me advirtieron que no era persona grata y que no podría alcanzar mi destino”. Con todo, después de consultar a varios contactos en la antigua colonia, el activista decidió intentarlo: en caso de llevar a cabo sus amenazas, China ofrecería al mundo una nueva evidencia de que no respeta ni su propia legalidad, ni sus compromisos internacionales, como efectivamente ha sucedido.
Al ser interrogado sobre los motivos de este deterioro, Rogers no tiene dudas. El presidente Xi Jinping está tratando de imponerse a sus rivales en la encarnizada lucha por el poder que enfrenta a las distintas facciones del régimen. Además, está fomentando un auténtico culto a su personalidad, hasta el punto de que el pasado congreso del PCC (Partido Comunista Chino) ha aprobado la incorporación de su doctrina política al texto constitucional, lo cual pone a Xi casi al nivel de Mao. A ello hay que añadir que el Gigante Asiático se debate hoy en una grave contradicción. Por una parte, se siente fuerte y confiado como potencia global emergente dispuesta a seguir conquistando económicamente al mundo. Pero, por otra, ha perdido su legitimidad ideológica y sus elites han entrado en un estado de paranoia que les lleva a extremar el control de la discrepancia.
En este escenario –ha apuntado Rogers en la clausura de su visita-, “la única esperanza de supervivencia para el régimen chino es que se logren los mismos niveles de bienestar que han terminado por anestesiar sigilosamente a nuestras sociedades desarrolladas”.