Rafaela Carrasco se despide dejando al ballet flamenco en su momento de máximo esplendor
La noche del lunes se aplaudía a rabiar en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, pero el regusto que dejaban las palmas era, paradójicamente, agridulce. Sonaba el júbilo en la sala con un eco final de pesadumbre, casi de incredulidad si me apuran. Después de asistir a la última representación del Ballet Flamenco de Andalucía con Rafaela Carrasco como directora de la formación, hay decisiones políticas –o administrativas- que no aciertan a tener encaje con el sentido común. Terminó anoche Carrasco su contrato dejándose el alma en el escenario del Paseo Colón, pero eso casi es lo menos reseñable, porque esta bailaora sevillana de enorme talento lo seguirá haciendo, recuperando de seguro proyectos personales adormecidos desde que asumió el liderazgo del Ballet en 2012. Lo peor es sin duda dejar sin un capitán de estas características una compañía, pública y embajadora de Andalucía en el mundo, en un momento a cuyas cotas de calidad nunca antes había tenido acceso.
Desde el propio origen de ‘Tierra Lorca’ hasta el resultado final, todo está bien pergeñado, perfectamente coreografiado, sensiblemente ejecutado, bella y estéticamente plasmado, bien cantado… El propio Lorca se hubiera emocionado viendo cómo más de ochenta años después de su experimento musical ‘Colección de Canciones Populares Españolas’ –grabado junto a su amiga La Argentinita y sobre el que se basa el proyecto-, un espectáculo rabiosamente contemporáneo puede ser tan fiel al imaginario del poeta, cómo permitiéndose versionar las canciones originales, se puede retratar mejor ese intento de Federico de intelectualizar el acervo popular. En definitiva, de hacer del flamenco Cultura (sí, en mayúscula).
'Tierra-Lorca' es todo sensibilidad, la de Rafaela Carrasco, que le imprime su identidad bailaora a los más de 90 minutos de espectáculo y cuya huella puede rastrearse en todas y cada una de las 13 coreografías por las que desfilan bellísimas piezas musicales de ayer y de siempre: jaleos, zorongos, los cuatro muleros, romances, el Café de Chinitas y el remate por fandangos de Graná, entre otros. La tesitura vocal de Gema Caballero es perfecta para esa combinación de cancionero popular y flamenco, fue deliciosa escucharla cantándole al baile de Rafaela; así como el arranque gitano de Antonio Campos, poderoso, granadino además, enjundioso.
Un cuerpo de baile excepcional
Y todo ello, como preámbulo antes de pararnos en lo verdaderamente importante: el cuerpo de baile. De qué manera tan cautivadora encajaron los jaleos en el cuerpo cimbreante de Ana Morales, profundamente sensual dentro de su elegante figura; cómo emocionaron Rafaela y David Coria en un paso a dos excepcional, en un baile de mantón originalísimo, jugando a seducirse, a engatusarse, flamencos hasta en las pausas… Aunque, más allá de los solistas, el verdadero logro de la dirección de este espectáculo es conseguir que la compañía pública de Andalucía tenga un cuerpo de baile de tan altísima calidad, de una formación tan exquisita y una ejecución tan emocionante.
Se quedan fuera de esta crónica –lo contario sería imposible- muchas estampas de una poesía visual vibrante, pero es que los detalles de calidad sorprendieron al espectador en cascada. No obstante, no sería de justicia obviar el acierto de recurrir a recursos escénicos de una indudable calidad tecnológica, que han permitido la posibilidad de contemplar a la Argentinita en una grabación original de la época, empastada con la coreografía y el baile de Rafaela Carrasco. Ocurrió al inicio del espectáculo, así que el disfrute visual ya quedaba garantizado.
Ahora sólo nos queda encomendarnos a Federico para que la poesía y el talento inspiren el futuro del Ballet Flamenco de Andalucía. Desde que Cristina Hoyos terminara en 2011 sus más que polémicos siete años al frente de la compañía, la Consejería de Cultura decidió modificar el modelo y establecer un concurso por el que la persona seleccionada pasaría a ser el director del Ballet durante dos años, prorrogables a tres. Hasta aquí ha llegado pues Rafaela Carrasco… Y también el Ballet, presos de la burocracia.
La noche del lunes se aplaudía a rabiar en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, pero el regusto que dejaban las palmas era, paradójicamente, agridulce. Sonaba el júbilo en la sala con un eco final de pesadumbre, casi de incredulidad si me apuran. Después de asistir a la última representación del Ballet Flamenco de Andalucía con Rafaela Carrasco como directora de la formación, hay decisiones políticas –o administrativas- que no aciertan a tener encaje con el sentido común. Terminó anoche Carrasco su contrato dejándose el alma en el escenario del Paseo Colón, pero eso casi es lo menos reseñable, porque esta bailaora sevillana de enorme talento lo seguirá haciendo, recuperando de seguro proyectos personales adormecidos desde que asumió el liderazgo del Ballet en 2012. Lo peor es sin duda dejar sin un capitán de estas características una compañía, pública y embajadora de Andalucía en el mundo, en un momento a cuyas cotas de calidad nunca antes había tenido acceso.
Desde el propio origen de ‘Tierra Lorca’ hasta el resultado final, todo está bien pergeñado, perfectamente coreografiado, sensiblemente ejecutado, bella y estéticamente plasmado, bien cantado… El propio Lorca se hubiera emocionado viendo cómo más de ochenta años después de su experimento musical ‘Colección de Canciones Populares Españolas’ –grabado junto a su amiga La Argentinita y sobre el que se basa el proyecto-, un espectáculo rabiosamente contemporáneo puede ser tan fiel al imaginario del poeta, cómo permitiéndose versionar las canciones originales, se puede retratar mejor ese intento de Federico de intelectualizar el acervo popular. En definitiva, de hacer del flamenco Cultura (sí, en mayúscula).