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Andalucía, sin acento pero con tilde

Helena C. Miranda

13 de diciembre de 2023 21:15 h

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El acento es una herramienta social que nos permite identificarnos como miembros de un grupo. “Un potente generador de identidad no solo grupal, también individual”. Y no lo digo yo, lo dice Florentino Paredes, doctor en Filología Hispánica y catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares.

“Por el acento podemos determinar rápidamente si alguien habla como nosotros o no y, por tanto, nos permite saber rápidamente si forma parte de nuestra comunidad de habla o no. Y esto tiene consecuencias importantes de cara a determinar hasta qué punto se le pueden exigir comportamientos lingüísticos, pero también sociales”. Véase ser gracioso por ser andaluz.

¿Qué sucede entonces cuando el acento se ha perdido? Se habla mucho de quienes se han visto obligados a ocultar su acento andaluz. Pero poco o nada sobre quienes lo han perdido o no lo tienen tan marcado, como consecuencia de criarse fuera de Andalucía. 

No oculto mi acento; es que no lo tengo. O no tanto como debiera y/o quisiera. “Te ha salido un poco de acento”. Sale cuando le da la gana. ¿Qué le hago, señores? ¿Debería impostarlo? ¿Supone la pérdida del acento la pérdida de la identidad, del origen? ¿Es menos andaluz o andaluza aquel o aquella que no tiene acento? En una sociedad en la que las etiquetas generalmente cada vez están peor vistas, curiosamente nos seguimos aferrando a algunas con las que identificarnos y con las que poder también categorizar a los demás, como el acento.

Es absurdo tener que demostrarle a alguien quién eres. Por mucho que salga Lola Flores en la tele explicando que el acento va mucho más allá de la forma de hablar. Así sea para vender cerveza. La gente sigue sin entenderlo

El tema de ser andaluz sin acento trae cola… y bata de cola. A la pregunta “de dónde eres” y el “pues no tienes nada de acento”, muchas veces le sigue un cuestionario digno del CIS: “pero naciste allí” o, “pero tus padres son” o, “pero tus abuelos entonces”, “pero con cuántos años”, “pero dónde estudiaste”, “pero entonces te has criado aquí”. Y la sentencia final, impregnada de cierta satisfacción y/o desilusión: “Claro, entonces no eres”. O no eres del todo. O sí, pero como si no, algo incluso peor.

Ahí surge la opción de defender tus raíces, enseñar los dientes, el DNI, el árbol genealógico y el carnet de La Banda… o directamente cambiar de tema. Porque es absurdo tener que demostrarle a alguien quién eres. Por mucho que salga Lola Flores en la tele explicando que el acento va mucho más allá de la forma de hablar. Así sea para vender cerveza. La gente sigue sin entenderlo.

Luego está el caso de los que creen que lo escondes, que ocultas tu verdadera forma de hablar, sabe Dios por qué oscura razón. Y dentro de ese grupo, los que conservan su acento a pesar de vivir fuera y que, lejos de verte como paisana, se sienten algo reticentes por no poder ubicarte del todo o creer que te avergüenzas de ser de donde eres. 

“¿Eres? Pues no lo parece”. “¿Y de qué parte?”. “Pues a mí no se me quita y llevo ya viviendo fuera muchos años”. Pues qué suerte tiene usted, compadre. Que Dios le dé salud para conservarlo muchos años, por quienes no podemos decir lo mismo. Aunque si algo compartimos, con o sin acento, es el sino de ser siempre forasteros, también en nuestra propia tierra. Y esa cruz, con o sin acento, no nos la quita nadie, miarma.

“Esa es la experiencia de las mexicanas americanas”, explicaba Eva Longoria en una entrevista: “Cuando estoy en México, soy la americana. Cuando estoy en América, yo soy la mexicana. No tengo un lugar del que pueda decir, ‘soy así’. De ahí el chicano, chicana. Somos los dos. Siempre”.

Salvando las distancias, algo parecido sucede con todos aquellos ‘charnegos’ que hemos perdido el acento por el camino de nuestros padres. Nunca se es del todo de un sitio. Al menos no solamente de uno. Y eso podemos vivirlo como una pérdida de identidad rotunda o como la oportunidad de poder llevarnos lo mejor de cada casa. Incluidos el carnet del Cyberclub y el de La Banda.

El acento es una herramienta social que nos permite identificarnos como miembros de un grupo. “Un potente generador de identidad no solo grupal, también individual”. Y no lo digo yo, lo dice Florentino Paredes, doctor en Filología Hispánica y catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares.

“Por el acento podemos determinar rápidamente si alguien habla como nosotros o no y, por tanto, nos permite saber rápidamente si forma parte de nuestra comunidad de habla o no. Y esto tiene consecuencias importantes de cara a determinar hasta qué punto se le pueden exigir comportamientos lingüísticos, pero también sociales”. Véase ser gracioso por ser andaluz.