ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Andalucía en la implosión colonial
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Hace apenas unas semanas, el senegalés Mahmoud Bakhum, de 43 años, moría ahogado en las aguas del Guadalquivir en su huida de una persecución policial por ejercer la venta ambulante. Desde entonces, la noticia ha perdido casi toda su visibilidad pública, en parte por la dinámica general de saturación informativa que sufrimos todos, pero en parte también por una alarmante falta de interés político en esclarecer las circunstancias de la muerte de una persona. Si el alcalde de Sevilla cerró filas con su Policía Local negándose explícitamente a abrir una investigación sobre el caso, asociaciones de policías locales han llegado a denunciar a los pocos representantes políticos que han exigido información transparente sobre lo sucedido. En concreto, al parlamentario José Ignacio García, portavoz de Adelante Andalucía, le denuncian por hablar de “racismo institucional” al señalar que la falta de una investigación sobre el caso provoca que la vida de una persona parezca tener menos valor cuando esa persona es inmigrante y negra. Finalmente, la investigación se ha archivado.
La noción de racismo institucional levanta ampollas porque cuestiona el discurso hegemónico. Ese discurso separa nítidamente a las instituciones del racismo, clasificando las primeras en el campo semántico de la democracia, la razón y el derecho; y el segundo en el terreno de lo violento, lo irracional, lo patológico. Ese discurso hegemónico, que es tan ideológico como cualquier otro, presupone una geografía política en la que Europa-Occidente aparece como una isla de respeto a los Derechos Humanos, y el Tercer Mundo-Oriente como una exterioridad amenazante gobernada por el caos y la violencia. Se trata, en esencia, del mismo discurso que legitimó el colonialismo como una empresa civilizadora, que irradiaba los valores positivos de la Razón y el Progreso desde el centro europeo hasta las periferias coloniales. Desde este discurso, las instituciones europeas no pueden estar contaminadas de racismo, y la muerte de un negro en Europa solo puede ser accidental –por circunstancias excepcionales- o merecida –por méritos individuales-.
Frente a ese discurso, el concepto de racismo institucional apunta la cristalización en Europa de la violencia que sustentó la experiencia en las colonias. Desde esta perspectiva, la muerte de Mahmoud Bakhum es el efecto retardado de una implosión colonial, que arroja al Guadalquivir un cadáver negro, que llena el Mediterráneo de cadáveres negros, que recluye en los CIEs los cuerpos vivos de los negros, que distribuye a patrullas policiales para perseguir a los negros. Una implosión de la misma violencia que hizo de Sevilla un importante centro de comercio de esclavos. La misma violencia que llevó a Leopoldo II a regar de sangre su Estado Libre del Congo. La misma violencia que exprimió la vida de miles de seres humanos en las plantaciones de Virginia, Alabama o Misisipi. La muerte de Mahmoud Bakhum es un accidente excepcional en la historia europea del derecho democrático, pero también una continuidad en la siniestra tradición europea de reclutar, explotar y destruir cuerpos negros.
Los andaluces necesitamos asumir que el combate contra el racismo institucional es indisociable de nuestra propia liberación como pueblo
Autores como Césaire y Grosfoguel han explicado convincentemente que, mucho más que una anomalía interna, el nazismo alemán fue la implosión de la expansión colonial en el corazón de Europa. Y tampoco fue por casualidad el papel decisivo que jugaron las tropas coloniales en el golpe militar franquista. Si el fascismo golpeó a amplias capas de población europea, fue porque se nutrió previamente de las políticas estandarizadas de deshumanización y violencia extrema practicadas en las colonias. En este mismo sentido, la muerte de Mahmoud Bakhum y su acelerada invisibilización prolonga y actualiza la historia de violencia estructural contra las personas inmigrantes y la población negra. Por lo demás, este suceso también contribuye a normalizar unos niveles de violencia institucional que, una vez incubados, tienen una evolución difícilmente controlable. Ciertamente, es muy peligroso para todos metabolizar como anécdota que una persecución policial desemboque en la pérdida de una vida humana.
En el contexto de esta implosión colonial, Andalucía enfrenta el riesgo agravado de ser a su vez una colonia interna del Estado español. Autores andaluces como Isidoro Moreno y Manuel Delgado Cabeza han descrito de forma certera nuestra propia colonialidad, construida a través de la subalternidad política, la dependencia económica y la inferiorización cultural. Una forma de colonialidad que nos niega herramientas básicas de autogobierno, nos priva de recursos para construir una sociedad más justa y nos representa como culturalmente atrasados o disfuncionales. En estas condiciones, Andalucía queda reducida a mero recipiente para la aplicación de políticas racistas concebidas y diseñadas en función de los intereses de otros. En estas condiciones, la implosión colonial se manifiesta amplificada y tiende a alcanzar sus formas más acusadas de violencia.
Los andaluces necesitamos asumir que el combate contra el racismo institucional es indisociable de nuestra propia liberación como pueblo. El ensamblaje violento de explotación económica, políticas excluyentes y discursos xenófobos que propició la muerte de Mahmoud Bakhum es el mismo que propicia el corte del agua en los asentamientos de temporeras, pero también la explotación cotidiana de miles de personas o el desahucio de familias trabajadoras de todas las nacionalidades. Las instituciones que normalizan esa violencia ponen en peligro la vida de Mahmoud Bakhum pero también las vidas de todos los demás. Los andaluces no podemos acostumbrarnos a que nuestro mar se llene de ahogados ni a que en nuestras calles se violente a las personas inmigrantes. Es responsabilidad de todos culminar la descolonización en Andalucía y construir un país justo y realmente respetuoso con los Derechos Humanos.
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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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