ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Cofradierismo, cuestión de clase
Desde que Isidoro Moreno -mis respetos- inaugurase formalmente una línea de investigación sobre antropología cofradiera, el enfoque de análisis sobre este fenómeno ha variado escasamente. El relato predominante sigue siendo el de dos perspectivas antagónicas que luchan por orientar la acción de las cofradías hacia un enfoque ortodoxo o hacia una misión transformadora. A esto se le añade la reiterada clasificación de las hermandades según el acceso -abiertas o cerradas-, el tipo de integración -verticales u horizontales- y el nivel de significación identitaria. Desde este enfoque, la Semana Santa sería algo así como un juego de rol que reproduce los conflictos sociales de la realidad y, ciertamente, este enfoque fue válido hasta los años ochenta. Ahí murió casi toda la literatura al respecto. ¿Por qué el cofradierismo perdió interés entre los académicos? La realidad es que Joaquín Rodríguez Mateos lanzó una hipótesis que tuvo escaso éxito, pero que abría un sendero muy interesante que nadie ha seguido: las hermandades han dejado de ser grupos claramente diferenciados entre ellos y éstas ya no reproducen el conflicto social, siendo necesaria la propuesta de nuevos enfoques que analicen este fenómeno desde perspectivas renovadas.
Si el cofradierismo tiene algún interés desde una mirada netamente andaluza es porque, entre otras razones, el 16,5% de los andaluces pertenece a una asociación religiosa, según los datos de una encuesta realizada por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA). Esto ubica a las cofradías por delante de las asociaciones culturales (9,4%), los clubes sociales (8,5%), al mismo nivel que las asociaciones cívicas (15,7%) y muy por delante de los sindicatos (4,3%), los partidos políticos (7,4%), las organizaciones medioambientales (8,7%) y feministas (9%). Solo las organizaciones deportivas (22,1%) y las benéficas (18%) superan la participación cofradiera. Además, según datos del Ministerio del Interior y del Ministerio de Justicia se deduce que una de cada cuatro asociaciones en Andalucía tienen una dimensión religiosa. Y todo esto, mientras que el CIS insiste en que España está dejando de ser creyente: no se trata tanto de que las sociedades se estén convirtiendo en descreídas sino que las personas, cada vez con mayor intensidad, buscan nuevas formas de creencia y esto está vinculado a la individualización de la práctica religiosa. No es casual que, al mismo tiempo que se vacían los templos católicos, aumenten las iglesias protestantes, los negacionismos toman fuerza, las sectas se afianzan o el horóscopo se ha convertido en una hoja de ruta espiritual. Nos encontramos en la era de la post-secularización, en palabras de Habermas.
El cofradierismo: un movimiento socio-religioso
Considerar que las hermandades no son los únicos actores dentro del cofradierismo y que la acción de todos esos grupos abarca desde lo religioso a lo social implica una novedad que facilita analizar más ampliamente este fenómeno. Bandas, cuadrillas de costaleros, personas de trono, vestidores, artesanos y artistas, medios de comunicación especializados, tertulias, etc. componen un rosario de actores vinculados entre sí con una doble finalidad: por un lado, producir una escena sagrada a partir del uso de la belleza como recurso estético capaz de hacer presente lo santo y, por otro lado, vehicular un sentido común capaz de vertebrar discursos que intervienen en la esfera pública y que abarcan dimensiones locales, principalmente, aunque también regionales.
Presentado de este modo, el cofradierismo sería un movimiento, en los términos amplios de Touraine, que no se limita a la producción ritual de actos litúrgicos sino que es capaz de competir con la Iglesia católica dentro del campo religioso -y ellos lo saben-, captando a todas esas personas un tanto desorientadas que buscan un sentido trascendental a sus vidas. De ahí que en los últimos tiempos se esté produciendo un relanzamiento de la ‘piedad popular’ por parte de la autoridad eclesiástica. Asimismo, la actividad sociopolítica de los grupos implicados en el cofradierismo no se reduce únicamente a la acción caritativa sino que se amplía hacia la innovación social y es capaz de dar forma a determinados discursos que inciden en la opinión pública. Esto último es lo que invita a reflexionar sobre el cofradierismo como una cuestión de clase.
Cuestión de clase: ¿qué clase?
Tradicionalmente, cualquiera hubiera esperado en este apartado un relato donde cada hermandad estaría identificada con una clase grupo social específico. Este recurso sigue siendo utilizado por los historiadores como un relato de legitimidad de sus estudios. La realidad ha superado esta ficción que otrora fue cierta. Cuando los hermanos se metieron debajo de los pasos por primera vez, lo cierto es que se estaba asistiendo a un proceso de desclasamiento del cofradierismo. Propietarios, aristócratas y universitarios en el lugar de los estibadores y los cargadores de Mercasevilla. También se produjo una ruptura de género cuando las mujeres comenzaron a ocupar, paulatinamente, espacios en las áreas representativas de las hermandades. Y, por último, este desclasamiento se produjo cuando las hermandades dejaron de ser horizontales, es decir, se rompió con la homogeneidad sociodemográfica y socioeconómica.
Siguiendo la hipótesis de Rodríguez Mateos, efectivamente, el cofradierismo andaluz responde a un patrón de clase, en su conjunto: el 52% de los cofrades se ubican en ingresos que van desde los 900 euros a los 2.500 euros mensuales por hogar, según la encuesta del IECA. Si se observan los estudios, el 61,9% solo alcanzan un nivel de estudios obligatorios frente al 27,5% que tienen una titulación universitaria. En las ocupaciones, el 37,5% no tiene ocupación definida, el 15% son técnicos o profesionales científicos e intelectuales y el 10,8% son profesionales de la hostelería, los servicios personales, protección o vendedores. Por último, la situación laboral de los cofrades se distribuye entre un 45% que son asalariados a tiempo completo y un 20,3% son jubilados. Los empresarios y los autónomos solo representan el 9,6% de los cofrades andaluces.
Estos datos, detenidamente analizados, muestran que el cofradierismo andaluz es el reino de la clase media aspiracional con dos velocidades: un primer tramo de menores ingresos, un nivel cultural más bajo con un mayor número de empleados en ocupaciones elementales y del sector industrial; y segundo tramo, con mayores ingresos, un nivel cultural más alto y con ocupaciones científicas, intelectuales y en el sector servicios. En ambos casos, asalariados, estudiantes, jubilados y parados. Es decir, la misma situación laboral deriva en dos clases sociales diferenciadas, aunque ambas puedan autoidentificarse de la misma manera.
Con estos datos descriptivos no es posible seguir manteniendo la dialéctica entre ricos y pobres que se atribuía a los cofrades y que reproducían sus tensiones de clase a través de las hermandades ni tampoco se sostiene la afirmación de que las cofradías son un espacio para la heterodoxia. Concretamente, una de las características de la clase media es huir de cualquier singularidad y adentrarse en el espacio de la corrección, de lo normativo, de la obediencia. Estos datos estarían explicando por qué sería inadecuado identificar el cofradierismo con ideologías radicalizadas a la derecha -aunque los discursos conservadores puedan ser más visibles por una cuestión de elitismo- y, en clave interna, también explica por qué las cofradías andaluzas han abandonado las posiciones beligerantes frente al cardenal y al gobernador y, en buena medida, por qué han aumentado las tensiones entre colectivos, donde, probablemente, las hermandades presenten un perfil más normativo y homogéneo frente a otros grupos, como las bandas, las cuadrillas de costaleros o las asociaciones cofradieras, que representan a perfiles subalternos
En definitiva, el cofradierismo se presenta como el gran movimiento de la clase media andaluza, siendo capaz de representar su ‘sentido común’. Más allá de caer en los tópicos para describir a este movimiento, se hace necesario seguir avanzando en el estudio del cofradierismo para conocer en mayor profundidad el sentido común de los andaluces y su influencia en la esfera pública.
Desde que Isidoro Moreno -mis respetos- inaugurase formalmente una línea de investigación sobre antropología cofradiera, el enfoque de análisis sobre este fenómeno ha variado escasamente. El relato predominante sigue siendo el de dos perspectivas antagónicas que luchan por orientar la acción de las cofradías hacia un enfoque ortodoxo o hacia una misión transformadora. A esto se le añade la reiterada clasificación de las hermandades según el acceso -abiertas o cerradas-, el tipo de integración -verticales u horizontales- y el nivel de significación identitaria. Desde este enfoque, la Semana Santa sería algo así como un juego de rol que reproduce los conflictos sociales de la realidad y, ciertamente, este enfoque fue válido hasta los años ochenta. Ahí murió casi toda la literatura al respecto. ¿Por qué el cofradierismo perdió interés entre los académicos? La realidad es que Joaquín Rodríguez Mateos lanzó una hipótesis que tuvo escaso éxito, pero que abría un sendero muy interesante que nadie ha seguido: las hermandades han dejado de ser grupos claramente diferenciados entre ellos y éstas ya no reproducen el conflicto social, siendo necesaria la propuesta de nuevos enfoques que analicen este fenómeno desde perspectivas renovadas.
Si el cofradierismo tiene algún interés desde una mirada netamente andaluza es porque, entre otras razones, el 16,5% de los andaluces pertenece a una asociación religiosa, según los datos de una encuesta realizada por el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA). Esto ubica a las cofradías por delante de las asociaciones culturales (9,4%), los clubes sociales (8,5%), al mismo nivel que las asociaciones cívicas (15,7%) y muy por delante de los sindicatos (4,3%), los partidos políticos (7,4%), las organizaciones medioambientales (8,7%) y feministas (9%). Solo las organizaciones deportivas (22,1%) y las benéficas (18%) superan la participación cofradiera. Además, según datos del Ministerio del Interior y del Ministerio de Justicia se deduce que una de cada cuatro asociaciones en Andalucía tienen una dimensión religiosa. Y todo esto, mientras que el CIS insiste en que España está dejando de ser creyente: no se trata tanto de que las sociedades se estén convirtiendo en descreídas sino que las personas, cada vez con mayor intensidad, buscan nuevas formas de creencia y esto está vinculado a la individualización de la práctica religiosa. No es casual que, al mismo tiempo que se vacían los templos católicos, aumenten las iglesias protestantes, los negacionismos toman fuerza, las sectas se afianzan o el horóscopo se ha convertido en una hoja de ruta espiritual. Nos encontramos en la era de la post-secularización, en palabras de Habermas.