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Por los jereles

28 de noviembre de 2022 20:05 h

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La primera vez que escribí este artículo le hice, en jerga futbolera, una entrada sin balón a Rauw Alejandro. De esas que duelen al que las recibe y también al que las ve por la tele. La inesperadísima reconciliación entre los implicados en el caso del supuesto plagio a Space Surimi me hizo pedir que no se publicase porque sabría que saldría a destiempo y versaría sobre una polémica ya zanjada. La dirección de esta casa aceptó. Sin embargo, había algunas consideraciones en él que quería compartir con ustedes sin que ello supusiese hurgar innecesariamente en heridas que ya empiezan a cicatrizar.

Hace unos días veía en el Festival de Sevilla Siete Jereles, la película-documental de Pedro G. Romero y Gonzalo García-Pelayo sobre la música en Jerez. La película ofrece un recorrido por la vida musical jerezana, desde el rock hasta las tradicionales marchas de Semana Santa, si bien el flamenco es el gran protagonista del film, presentado al compás de una recua de yeguas paseando por el centro de la ciudad durante la noche. Me sorprendió y me cautivó. Pero, sobre todo, aprendí, porque aunque son cosas que uno tenga vergüenza de confesar, he visitado Jerez menos de lo que me gustaría.

Decía el propio director y artista en una entrevista al Diario de Sevilla el año pasado que el flamenco “ni es patrimonio ni es andaluz” porque “Barcelona es más flamenca que Aracena”. No entraré en disquisiciones sobre lo que es o no patrimonio, a pesar de que la UNESCO declarase en 2010 al flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero creo que erraba cuando señalaba que el flamenco no es andaluz, por mucho que en Madrid se pueda escuchar más cante que en Écija gracias a la existencia de más tablaos, más densidad de población y, sobre todo, más parné que en cualquier pueblo de nuestra tierra.

No hay que ser chovinista, de acuerdo, porque los orígenes del flamenco se remontan a un momento anterior a la configuración actual de Andalucía, pero tampoco hay que regalarle el mérito a nadie ni los gitanos tienen por qué hacerlo

El flamenco sí es andaluz. Es en esencia andaluz y gitano, sin perjuicio de que payos y forasteros puedan cantarlo, tocarlo y bailarlo (y hayan contribuido a llevarlo a un estadio sublime) en ocasiones con mayor acierto que los artistas nativos de esta tierra. De hecho, según se dice, el compás se aprende en la más tierna infancia, pero yo siempre he tenido claro que como San Pedro no te bendiga el oído, por pocas bulerías te vas a arrancar sin que el respetable empiece a mirar el móvil. No hay que ser chovinista, de acuerdo, porque los orígenes del flamenco se remontan a un momento anterior a la configuración actual de Andalucía, pero tampoco hay que regalarle el mérito a nadie ni los gitanos tienen por qué hacerlo.

Si bien es verdad que no todos podemos ser tan geniales como Juan Moneo, parece evidente que la necesidad que tristemente hemos padecido al sur del Guadiana ha agudizado nuestros sentidos y la creatividad que se necesita para sobrevivir. Es por ello, en mi opinión, que por las fatigas dobles y las negras duquelas, y no por la comodidad de la abundancia y las posibilidades que brindan los recursos materiales, esta tierra ha sido cuna de innumerables artistas. De ahí que sea más fácil encontrar, por ejemplo, a un Alberti que a una Marie Curie.

Incluso en Polonia fue difícil encontrar a una Marie Curie, pues tuvo que ser precisamente en Francia, país mucho más desarrollado, y no en su tierra natal, donde Maria Salomea SkÅ‚odowska pudo desarrollar todo su potencial como química, donde se doctoró y donde llegó a ser la extraordinaria científica ganadora de dos Nobel que se estudia hoy en los colegios. Es la prueba insalvable de que los medios condicionan decisivamente nuestra vida.

El capital material andaluz en según qué materias es escaso, pero mal se tiene que dar para que no nos llegue para boli y papel. Y el camino no es avergonzarse

Es por ello que Andalucía no es un lugar especialmente propicio para que las personas que se dedican a las ciencias puras puedan desarrollarse plenamente, porque aquí no se ha invertido demasiado en eso y los medios escasean. No lo es… o al menos no lo ha sido históricamente (y que me perdonen las personas que se dedican a la ciencia en nuestra tierra, que las hay y muy competentes). Y sí lo es de gentes de letras, cantantes y artistas. Al fin y al cabo, el capital material andaluz en según qué materias es escaso, pero mal se tiene que dar para que no nos llegue para boli y papel. Y el camino no es avergonzarse. Tampoco vanagloriarse en exceso ni dar palmas en los lugares comunes. De hecho, la meta no es que deje de haber poetas: el objetivo tiene que ser que haya, además, más científicos.

¿Qué quiero decir con toda esta entradilla? El otro día leíamos que Rauw Alejandro, ganador de algún Grammy Latino, que son esos Grammy que le dan a los que no somos rubios, se había inspirado para su último sencillo “Saturno” en el tema “Follow the linier”, del grupo jerezano Space Surimi, en un supuesto ejercicio de plagio por parte del artista puertorricense. Y entonces, yo escribí un artículo muy parecido a este en el que me metía con Rauw Alejandro.

Y, de repente, resultó que lo que parecía obvio ya no lo era, que ahora todos eran amigos y me quedé con la boca torcida. Por lo visto, mi pesadilla se había hecho realidad: Rauw Alejandro no había copiado a nadie y yo me vi mandando mensajes a mis amigos en el periódico a las dos de la mañana para frenar la publicación del presente texto.

Andalucía sigue siendo folclore y poco más. Y si bien hay que luchar para que eso deje de ser así, tenemos que defenderlo porque sigue y seguirá siendo nuestro

Me gustó y no me gustó que todo hubiera sido una falsa alarma. Por un lado, no me gustó porque me obligaba a reescribir un artículo que tenía escrito, (este mismo que leen ustedes) cambiando el enfoque y las conclusiones porque también la realidad había cambiado, en un caso sin parangón de cura de humildad. Pero también me alegró porque no se había vuelto a borrar la autoría de nuestros artistas y a esquilmar, como sucede habitualmente, lo poco que tenemos.

Porque, tristemente, sin unas expectativas realistas de que esta tierra se convierta verdaderamente en un motor económico que no dependa de poner sangrías con hielo fresquito de Bielorrusia (realidad de la que me hago eco infatigable y religiosamente en cada artículo para esta casa) lo que nos queda es lo que buenamente podamos sacar de este magín nuestro, la espuma del agua y que Lorenzo quiera seguir brillando impertérrito cinco días de cada cuatro.

Andalucía sigue siendo folclore y poco más. Y si bien hay que luchar para que eso deje de ser así, tenemos que defenderlo porque sigue y seguirá siendo nuestro.

El flamenco sí es gitano y andaluz. Rauw Alejandro resultó no copiarle a nadie, ¡pero podía haberlo hecho! Yo reescribí como pude un artículo sobre un plagio que nunca existió, pero que bien pudo perfectamente haber existido. Y a Manuel Laureano Rodríguez Sánchez lo mató un miura cuando le atravesó de una cornada la femoral, harto de tanta infamia. Fue en Linares, precisamente, e Isleño fue su nombre, como Camarón.

En Andalucía tenemos lo que tenemos. No es mucho. Pero que no nos lo quiten. Bien, Rauw. Por esta vez no te comeré. Pero te tengo vigilao.

 

Siempre estoy tirao en la calle,

en los bares y las esquinas.

Cambio la vía por la muerte,

ay, por la maldita heroína.

La primera vez que escribí este artículo le hice, en jerga futbolera, una entrada sin balón a Rauw Alejandro. De esas que duelen al que las recibe y también al que las ve por la tele. La inesperadísima reconciliación entre los implicados en el caso del supuesto plagio a Space Surimi me hizo pedir que no se publicase porque sabría que saldría a destiempo y versaría sobre una polémica ya zanjada. La dirección de esta casa aceptó. Sin embargo, había algunas consideraciones en él que quería compartir con ustedes sin que ello supusiese hurgar innecesariamente en heridas que ya empiezan a cicatrizar.

Hace unos días veía en el Festival de Sevilla Siete Jereles, la película-documental de Pedro G. Romero y Gonzalo García-Pelayo sobre la música en Jerez. La película ofrece un recorrido por la vida musical jerezana, desde el rock hasta las tradicionales marchas de Semana Santa, si bien el flamenco es el gran protagonista del film, presentado al compás de una recua de yeguas paseando por el centro de la ciudad durante la noche. Me sorprendió y me cautivó. Pero, sobre todo, aprendí, porque aunque son cosas que uno tenga vergüenza de confesar, he visitado Jerez menos de lo que me gustaría.