El último baile. Así le llamó el entrenador de los Chicago Bulls a la última temporada en la que Jordan, Pippen y Rodman ganaron su sexta copa de la NBA. Así se llama también la serie que les rinde tributo. El último baile tiene un protagonista magnético, Michael Jordan, y habla sobre el poder y la victoria. Pero, también, sobre su reverso: la frustración y la infelicidad.
He terminado la serie al final de una cuarentena que ha puesto patas arriba nuestra capacidad de resistencia. Para vencer las dificultades, hemos aprendido a perder muchas cosas valiosas que, a día de hoy, no lo parecen tanto.
El caso es que me siento muy identificado con Michael Jordan. No es que yo sea un as del aro. Todo lo contrario. Pero, igual que al héroe de Chicago, no me gusta perder ni a las chapas. Mi padre cuenta que de pequeño yo siempre tenía que quedar encima. Ganar, ganar y ganar. Como Jordan. Y como esos niños criados en los 90.
Sospecho que, después de que un chiquillo estuviera a punto de abrirme la cabeza en la guardería, el mensaje de “¡Defiéndete, que no te pisen!” se quedó grabado a fuego. Así que a día de hoy, no hay discusión, reto o juego que no trate de ganar a toda costa.
La tragedia del triunfo
Pero el mundo real no funciona así. En el mundo real se gana y se pierde. Y, paradójicamente, aunque uno crea que Michael Jordan personifica el éxito, en realidad, materializa la tragedia del triunfo. Mi amigo Víctor Esquirol me recuerda una frase lapidaria de Stefan Zweig, mientras rememoramos los mejores momentos de la serie: “Nunca se ha visto en la Historia que un vencedor se vea saciado en la victoria por grande que ésta sea”.
Es decir, para ser realmente feliz hay que aceptar la derrota. Por dolorosa que sea, por mucho que hiera el amor propio. Durante esta pandemia, el miedo me ha entumecido las piernas, me ha emborronado los recuerdos y me ha robado muchas ilusiones. Optimista por naturaleza, me he llegado a plantear si la vida, con el mundo hecho trizas, merecía la pena. Por fortuna, la respuesta ha sido que sí, que siempre merece la pena seguir adelante.
Doblegar la curva
Aunque nosotros empecemos a ver la luz, el resto del planeta sigue tratando de doblegar la dichosa curva. Y creo que nos toca seguir luchando y aprendiendo a convivir con la derrota. A perder mucho, para ganar lo esencial. Es el momento de medirnos a nosotros mismos. De dominar la furia, de mantener la serenidad. Y es momento de hacerlo juntos, unidos, y dando respuestas a retos complejos. Mientras sigamos con vida, la partida sigue en juego. Sin duda, vamos ganando.
Perder es ganar. Y esa victoria dura, trabajada y sabia es la única que nos puede acercar ligeramente a la felicidad. Aunque el camino sea largo y áspero, lo haremos bailando. Concentrándonos en ese último momento del baile en el que miramos al aro… y lanzamos a canasta como dios.