La vida de los estudiantes universitarios de etnia gitana contiene una serie de circunstancias particulares que van desde las influencias culturales a la superación del estereotipo pasando por los modelos familiares o el miedo a la perdida de identidad (“apayamiento”) ligada a la educación. “Mucho del estereotipo asociado al gitano proviene de la cultura de la marginación”, dice María Teresa Padilla, una de los autores de la publicación 'Gitanos en la Universidad: Un estudio de caso de trayectorias de éxito en la Universidad de Sevilla' que, mediante la entrevista biográfico-narrativa, aborda las experiencias personales de seis jóvenes (tres mujeres y tres hombres) que, como simboliza una de ellas, “rompieron la cadena”.
Su trabajo, que no asumen como representativo de otros estudiantes y graduados gitanos, está enmarcado en un proyecto más amplio llamado HEIM (Higher Education Internationalisation and Mobility), cuyo foco se centra en la educación superior, los procesos de movilidad y la igualdad de oportunidades. El socio no académico para la investigación ha sido Roma Education Fund (REF) y ha sido decisiva la colaboración de la Federación de Asociaciones de Mujeres Gitanas, Fakali, según detalla también otro de los investigadores, José González-Monteagudo, en un encuentro con eldiario.es Andalucía en la Facultad de Ciencias de la Educación de Sevilla.
“Aproximadamente un 20% de los 750.000 gitanos que hay en España está en situación de exclusión o de marginalidad”, apunta González-Monteagudo. En la conversación no salen a la liz muchos datos, y hay un motivo. “No hay censos fiables, ni actualizados. Carecemos de datos básicos. Es un tema a mejorar el de las estadísticas específicas sobre población gitana”, denuncia Padilla.
Los autores explican que España se ha considerado tradicionalmente como un modelo muy positivo de inclusión de la población gitana porque todas las medidas están insertas en los planes sociales. Lo que ocurre en otros países, según han comprobado, es que las iniciativas de inclusión de la población gitana están más encaminadas a potenciar las acciones afirmativas, algo así como una discriminación positiva, es decir, favorecer de diversas formas a los gitanos para que accedan a ciertos servicios o programas, explican.
El precedente familiar
Durante una estancia en Budapest, en la sede central de la REF, Padilla confiesa que el planteamiento de algunas de estas iniciativas le chocó en cierta forma, por ejemplo la dirigida a estudiantes gitanos prometedores, a quienes se les dotaba de todos los recursos educativos necesarios para que formaran parte de una élite que promueva el cambio en sus comunidades. Los investigadores, en cualquier caso, decidieron darle un giro a su investigación, adoptando un nuevo enfoque desvinculando la idea de marginación con el colectivo gitano. “El objetivo pasó a ser explorar los itinerarios académicos de éxito dentro de la comunidad gitana”, añade Gutiérrez-Monteagudo.
A partir de ahí hicieron seis entrevistas en profundidad y analizaron los contextos sociofamiliares, educativos y de identidad. En ningún caso existía un contexto de exclusión o marginalidad, destacan ambos autores, resaltando en todos los casos la presencia de personas de ascendencia mixta (gitana y paya), “gitanos entreveraos como ellos dicen”. Llamó su atención que, también en todos los casos, había “un precedente familiar de ruptura con el estereotipo gitano, bien por un matrimonio mixto o bien porque alguno de los abuelos rompió la cadena, como decía una de las chicas” que protagonizaba el estudio. Alguno de sus ascendentes había provocado que “se rompieran esas condiciones de marginación”, apuntan los autores.
“Son procesos largos en el tiempo histórico generacional que no hay que observar en el momento aislado sino en la evolución de las generaciones, en una progresión en positivo en cuanto al interés en la educación, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, etc. Se apoyan en modelos positivos que han tenido en su árbol genealógico, porque persiste la idea de que la educación es fundamental para el progreso social”, apunta Padilla. “El valor de la educación”, remarca Gutiérrez-Monteagudo.
De cualquier forma, los autores coinciden en destacar que “aún quedan imágenes estereotipadas dentro de la propia comunidad gitana”. Y Gutiérrez-Monteagudo lo ejemplifica con una anécdota reciente: “Hace poco nos contaba una persona que trabaja en el Polígono Sur con niñas gitanas de ocho o diez que le preguntaban ¿tú que eres, gitana o maestra? Esas niñas todavía ven que, si eres maestra, es que has dejado de ser gitana. Hay mucho reto ahí, de un colectivo minoritario que no está en esa línea que hemos visto en las entrevistas. En el estudio aparece como peligro de apayarse o de apayamiento, es decir, que si estudias, te vuelves payo”.
En esos casos, explica Padilla, “hay presiones para que dejen los estudios en el caso de los chicos, que son unos vagos si no están ganándose la vida con 14 ó 15 años, y en el caso de las chiccas porque tienen que ser madres. Para este grupo, la construcción de su identidad étnica es muy complicada. Es curioso porque a veces utilizan el 'nosotros' para referirse a los gitanos y otras veces utilizan 'ellos', inmersos en un proceso de identificación, que entienden que por estudiar no dejan de ser gitanos. Saben que sus raíces no las pierden por estudiar, pero los mensajes y presiones que a veces reciben, no de su familia directa sino de su entorno familiar o social más amplio, va en esa línea de la pérdida de identidad, de pertenencia a su grupo étnico”.
La “salida del armario étnico”
“Se trata de la complejidad y contrucción de identidades en sociedades muy cambiantes donde hay ofertas muy diferentes, de valores, de ideas, de estilos de vida, de individualización, de tradiciones. Hay estrategias diferentes dentro de un colectivo que parece homogéneo pero que, como todos, tiene esa diversidad”, añade al respecto Gutiérrez-Monteagudo. Su planteamiento es “más activo a la hora de construir su identidad, porque no heredan un modelo que ellos siguen sino que heredan un modelo y están en contacto con otros que le están continuamente cuestionando el suyo”, indica.
Ambos autores también apreciaron durante las entrevistas que, cuando los jóvenes universitarios hablaban de su trayectoria educativa, como no son de contextos marginales, nunca hablaron de haber sufrido discriminación directa en su proceso de escolarización. Pero lo que sí denunciaban era que, cuando se aborda la historia, no se menciona la historia de su pueblo. Una invisiblización y una ignorancia que se ve en los libros de texto, que también alcanza hasta la Universidad, incide Gutiérrez-Monteagudo.
Otra cuestión que resaltan los autores del estudio es “la invisibilización étnica”. Varios nos han dicho 'a mí no me discriminaron pero porque nadie sabía que era gitano'. Aluden a la “salida del armario étnico” porque, si hay invisibilización, no hay integración real, ya que “la integración se produce en el proceso educativo y relacional en tanto en cuanto no ponen en juego su pertenencia étnica. Se desmonta el estereotipo pero sin incluir la etnia de origen”, apunta Padilla.
“Los gitanos universitarios que tienen éxito no se pueden incorporar como modelo para los que vienen detrás, porque cuando piensas en un gitano universitario con éxito no sabes que el que tiene al lado es gitano. Al final, el éxito académico de los gitanos permanece invisible, porque simplemente son estudiantes que han aprobado o se han sacado la carrera”, añade la coautora.
En resumen, los autores adoptan “una perspectiva potencialmente muy ilustrativa y generadora de información en profundidad, que amplía sin duda nuestro escaso conocimiento del éxito educativo gitano” y que “contribuye a erradicar una visión de la población gitana como homogénea y esencialmente distinta de la población mayoritaria”. “Ocultar los casos de éxito, o diluirlos haciendo invisible la etnia, no hace sino contribuir a un estereotipo de la cultura gitana altamente limitador para este grupo y, por supuesto, para la sociedad en su conjunto”.