El puente de las Majadillas apoya un estribo en la provincia de Sevilla y el otro en la de Huelva. Su tablero no sólo une las dos orillas del río Tinto y los municipios El Campillo y El Madroño, también conecta el pasado con el presente y el futuro. Lo que fuera construido por los ingleses para que a diario lo cruzaran a pie los mineros hasta la década de los setenta, ahora es el gran proyecto para que El Madroño pueda despegar económicamente gracias al turismo. Es el futuro que se asienta sobre unos pilares de hierro corroídos por la acidez de las aguas rojas.
Su alcalde, Antonio López, tiene desde el pasado mes de marzo en sus manos el proyecto para su rehabilitación, redactado por la Diputación de Sevilla. Sólo se precisan 300.502 euros para hacerlo realidad. “El paisaje es espectacular, atrae muchas visitas pero es un riesgo porque está deteriorado y tenemos prohibido el acceso”, justifica el regidor, que sueña con su recuperación, “porque el río Tinto también es sevillano”, y también con la adecuación del albergue municipal para atraer un turismo rural que hoy por hoy se les escapa. Sería un “balón de oxígeno” para un pueblo cuya población vive de trabajar para el Infoca, la construcción o el campo.
Hacen falta alternativas como el albergue y ahora se redacta de un nuevo PGOU para disponer de algunas parcelas de suelo más, porque en este municipio no hay casas vacías. No hay nada para alquilar ni para vender y tiene demanda. El Madroño tiene 290 habitantes, 150 residen en el núcleo principal y el resto diseminado en las pedanías de Juan Antón, Juan Gallego, El Álamo y Villargordo, pero sufre de envejecimiento, no de despoblación. Esta se produjo mucho antes con el cierre de las minas en la década de los 70, cuando 25 familias se tuvieron que ir con la empresa minera a Huelva. “Los que se marcharon nunca dejaron ni abandonaron sus casas. Los fines de semana, los veranos, las vacaciones siempre venían y eso siempre ha mantenido vivo el pueblo. Ahora los que se han jubilado han vuelto de forma permanente, pero también hay una generación de jóvenes que nos hemos quedado aquí a vivir”, explica Sandra Acevedo, una joven vecina que también es la teniente de alcalde.
De El Madroño a Manhattan
Lo que cuenta Sandra lo corroboran en una reunión improvisada en la farmacia Sara Esteban, la farmacéutica, y Alicia Alonso, monitora cultural y deportiva. Sara es hija de Isidoro, uno de los trabajadores que de la mano de la fundición se fueron a la capital onubense. Pasó su infancia a caballo entre la ciudad y el pueblo, al final se ha quedado en este y lo ha hecho por las mismas razones que sus amigas: calidad de vida, tranquilidad y buenos servicios públicos con un médico de 8 a 15 horas, una educación privilegiada con la mejor ratio de profesorado y alumno, diez niños para dos docentes y una profesora de francés un día a la semana, e infraestructuras deportivas de primera. “¡Qué más se puede pedir! Aquí lo tenemos todo. Si ni echamos de menos el cine, tenemos Netflix. Ahora con internet no tenemos que ir a ningún sitio. Aquí vivimos de diez”, puntualiza Sara, que por las tardes da clases de refuerzo en la casa de la Cultura a los niños, cuya vitalidad se puede oír por el pueblo a la hora del recreo con el tintineo de los cencerros de unas cabras de fondo.
Su padre, Isidoro Esteban, un jubilado “retornado”, como él se autodefine, confirma que la evolución del pueblo desde las primeras elecciones municipales de 1979 ha sido en pequeñas cosas. Una carretera de montaña bien acondicionada y atención sanitaria y educativa siempre la han tenido, “en todo caso, antes había un hoyo a las afueras del pueblo donde se tiraba la basura y se quemaba, ahora hay contenedores para reciclar. Lo que hace falta al pueblo es trabajo”, puntualiza.
Para Isidoro la revolución han sido las nuevas tecnologías. “Hasta para estudiar una carrera o idiomas lo puedes hacer desde donde quieras. Lo puedes hacer todo, vivir aquí ya no significa estar aislado”, afirma este veterano corredor que gracias a la red se ha buscado sus viajes para ir en dos ocasiones a correr la maratón de Nueva York. “Lloré a los pies de la estatua de la Libertad, con Manhattan al fondo. ¡Quién me iba a decir a mí, un niño pobre de un pueblo minero como El Madroño, que iba a estar en Nueva York!”, rememora con emoción. Por internet ya se ha sacado los billetes para ir el mes que viene a la maratón de Bucarest (Rumanía).
Del agua roja del Tinto al azul de la piscina
La mejor inversión para el pueblo en las últimas décadas, dicho por su alcalde, su equipo de gobierno y los propios vecinos, ha sido la piscina municipal. “Con la llegada del verano muchos se marchaban a la playa y los que se quedaban aguantaban en casa o en el único bar del pueblo a que bajaran las temperaturas, pero eso ha cambiado radicalmente”, afirma Sandra. La piscina ha roto la estacionalidad. No sólo se quedan los almadroñeros sino que ha atraído a nuevos visitantes, aunque sea por un día. Sin prisas ni atascos, sin ruidos, con tranquilidad y con vistas a un hermoso pinar. “Ha merecido la pena ya sólo porque viene un niño autista de Camas porque aquí tiene la calma que necesita. Con eso ya nos ponemos gordos”, asegura el alcalde.
La importancia de la piscina es tal que, como explican Sandra y Alicia, se ha llegado a crear una Asociación de Amigos de la Piscina que recauda fondos para garantizar su mantenimiento, ya que el ayuntamiento no puede asumir en solitario el coste de cualquier reparación por sus estrecheces presupuestarias. Es la mejor colaboración público-privada que una administración pudiera desear. “Con la piscina nos involucramos todos, si hay que cortar el césped lo hacemos el primero que pueda”, asegura López, alcalde del PSOE, el único partido que ha tenido mayoría absoluta desde 1983, ya que las primeras elecciones municipales las ganó UCD.
Aunque la piscina ha sido la última instalación junto al gimnasio y la pista de pádel en ponerse en marcha, además de jardines infantiles y con aparatos de gimnasia para mayores en los cinco núcleos, la transformación de otros servicios en el pueblo también ha sido vital. Alicia Alonso recuerda cómo en su infancia sus padres tuvieron que hacer un esfuerzo para que tuviera un atlas o enciclopedia en casa para estudiar. “Ahora ya no hace falta, tenemos biblioteca con dos ordenadores con acceso a internet y también en el centro Guadalinfo tiene otros ocho más”, detalla.
Las compras online, por tanto, están a la orden del día en El Madroño, pero también hay una opción más rápida que cualquier gigante mundial de comercio electrónico. El bar Marcelo es mitad bar y mitad tienda. Si hace falta algo especial, en 24 horas, Marcelo Bernal te lo sirve. Tiene línea comercial directa con Nerva y Sevilla a través de sus hijos.
Marcelo ya hace años que debió jubilarse pero sigue al pie del cañón. Ahora corren mejores tiempos, pero recuerda la sombra que se cernió sobre el pueblo cuando la fundición obligó a un traslado forzoso de aquellas familias. Su pequeño negocio, donde hacía buena caja con cafés, cervezas y aguardiente se resintió. “Al pueblo le hace falta trabajo, alguna fábrica o algo para que vengan y se queden más jóvenes. Esto es muy chico y muy tranquilo y la gente joven da vidilla”, afirma. Mientras las tiendas de alimentación ecológicas crecen en las grandes ciudades, Marcelo sigue vendiendo las especias a granel y los productos de las matanzas domiciliarias que se siguen haciendo “como toda la vida”. No usa plástico tampoco, prefiere el papel de estraza.
Al salir de El Madroño en dirección a Sevilla, y antes de llegar a la pedanía de Juan Antón, hay una zona de árboles teñidos de naranja. No es por la llegada del otoño. Los pinos son de hoja perenne. Sus agujas verdes ahora tienen otro color y están suspendidas en ramas y troncos negros o esparcidas sobre un suelo gris. Es el resultado del último incendio que asoló la zona este verano. Los habitantes de El Madroño lo vivieron con terror, aún tienen en su memoria el fuego de 2004 del que tuvieron que ser evacuados durante varios días.
Pero el fuego, sin embargo, les da también la vida. Como la gran hoguera que se organiza el primer sábado del puente de la Inmaculada en una fiesta de La Candelaria que en El Madroño se adelanta al mes de diciembre, mientras en otros puntos de Andalucía hay que esperar hasta el 2 de febrero. La celebración estaba siendo eclipsada por el belén viviente, que este año cumplirá su 25 aniversario, e iba camino de caer en el olvido, pero el ayuntamiento la está recuperando, como también la fiesta de El Judas del Domingo de Resurrección. Para que se festeje como antaño, ya sólo falta que los vecinos se animen a jugar a tiznarse las caras con los restos de madera quemada.