Si no conoce Utrera y quiere hacer un recorrido por su historia de un vistazo sólo hay que echarle un ojo a su escudo, en el que se exhiben casi todas las que podrían considerarse sus esencias tradicionales. Es verdad que hay más de un guiño a un pasado que ya no es (como esa vid y ese trigo, desplazados por el algodón y el girasol), pero ahí lucen algunos de sus principales símbolos todavía hoy: el olivo con esa aceituna de mesa sobre la que gira una importante industria, el caballo que se cría en algunas de esas varias yeguadas de relumbrón, el toro como recordatorio de que tres de los cuatro grandes encastes de la ganadería brava nacieron aquí...
Sólo falta en este escudo una alusión al flamenco: no en vano ha sido siempre una tierra abonada a este arte y generosa en traer al mundo a dinastías enteras de esas que hay que escribir con mayúsculas. Y ya puestos, alguno dirá que echa de menos una referencia al mostachón, ese dulce que no deja de sorprender lo que gusta con lo sencillo que es, aunque puede que precisamente sea ese su secreto. Lo que no podía faltar en este paseo heráldico es una alusión a su castillo, que por cierto sigue siendo propiedad de Sevilla, aunque el Ayuntamiento hispalense ya ha iniciado los trámites para entregárselo a los utreranos como ha ido haciendo con casi todas las fortalezas que formaban el cinturón que protegía el Reino de Sevilla.
Utrera era un jalón más en esa banda morisca tan difusa como insegura, a una treintena de kilómetros de la capital pero siempre importante para ella. Y si durante mucho tiempo fue la puerta sur de entrada al área de influencia de Sevilla, hoy Utrera aspira a ser “la puerta económica del sur del área metropolitana” sevillana. Quien a ello aspira es José María Villalobos (PSOE), alcalde desde 2015 y que en las últimas elecciones municipales le daba a su partido una mayoría absoluta de la que no disfrutaba desde el mandato 1999-2003 con el histórico José Dorado Alé.
Porque lo de ir más allá del clásico de ser la capital del Bajo Guadalquivir para convertirse en la capital al sur del cordón metropolitano hay que trabajárselo, pero lo que sí es una evidencia incontestable es que el PSOE siempre ha tenido en Utrera un campo abonado. Así fue en las primeras elecciones municipales tras la dictadura, hace 40 años, cuando se alzó con su primera mayoría absoluta, y así ha sido en todas las citas electorales de todo tipo y condición menos en dos: en las municipales de 2003 y 2007 se impuso el Partido Andalucista con un cartel encabezado por Curro Jiménez, que en 2011 se mantuvo como alcalde con un pacto con el PP hasta que en 2015 las izquierdas volvieron a sumar más y José María Villalobos se convirtió en regidor. Hoy el pleno municipal es tricolor, sin rastro por cierto del azul del PP: 14 concejales para el PSOE, 10 para Juntos x Utrera (de sello andalucista) y uno para Ciudadanos.
40 años después “son mundos distintos”
Todo esto viene a significar que en estas cuatro décadas en Utrera ha habido muchos cambios, pero en la Alcaldía han sido más bien poquitos, porque sólo tres han portado el bastón de mando: José Dorado Alé (1979-2003), Curro Jiménez (2003-2015) y José María Villalobos desde 2015. Nacido en 1971, el actual alcalde vivió desde niño una transformación que va mucho más allá, como afirma el clásico, del blanco y negro al color. “Es que es más que un cambio abismal, son mundos distintos, hasta nos costaría reconocer aquel modo de vida”, una modernización que ejemplariza en que “hemos pasado de beber de los pozos a tener un agua que compite con las mejores de Europa”.
“Mi generación fue la primera que estudió en muchas familias, y no hablo de ir a la universidad, sino de estudiar”. Villalobos, que por cierto es ingeniero industrial, subraya que aquello era reflejo de que hace cuatro décadas “el nivel de población analfabeta era tremendo”. Con calles sin asfaltar y sin iluminar, Utrera era uno de esos tantos pueblos en los que “no había ningún tipo de servicios”, y valga un ejemplo: había que apañárselas con una casa de socorro que no llegaba ni al nivel de un consultorio “y hoy tenemos un hospital”. Y 14 colegios, cuatro institutos públicos (hay que sumarle el histórico complejo de los Salesianos) y dos centros de salud, aunque uno de los principales frentes de batalla del actual Gobierno municipal es conseguir uno nuevo.
Hablamos de un municipio en el que la agricultura va perdiendo peso (“el sector de la aceituna de mesa está muy tocado”) para que lo ganen los servicios y la industria, de hecho de sus 2.500 empresas más de 170 son industriales, algunas con bastante peso específico. Con una edad media de 40,5 años y con más jóvenes (los menores de 20 años son un 22,2%) que mayores (los que superan los 65 suponen el 15%), Utrera es de esos sitios en los que sigue habiendo más nacimientos (485 en 2017) que defunciones (397), lo que ha permitido alcanzar una población de 52.617 habitantes según el último censo, con fecha de 1 de enero de 2018. Eso supone un incremento que ronda el 40% frente a los poco más de 35.000 residentes que había en 1979, aunque no hay que perder de vista dos detalles: en 2018 se perdió población por primera vez en 17 años (poco, un 0,16%, pero ahí queda el dato) y también en 2018, concretamente el 2 de octubre, se independizaba la más conocida de sus cuatro pedanías, El Palmar de Troya, lo que le va a dar un bocado de más de 2.400 personas a Utrera.
En el adiós de El Palmar de Troya, que acoge en su término la sede de la inquietante iglesia palmariana, tenemos otro de los grandes cambios que ha vivido en estas cuatro décadas la localidad, que tiene uno de los términos municipales más extensos de la provincia con sus 651,74 kilómetros cuadrados si descontamos los 33 que se han quedado los palmareños. Con una distancia entre ambos núcleos de 14 kilómetros, el de la independencia “era un paso muy natural que se tenía que dar, estábamos condenados a entendernos y era algo muy asumido por las dos partes”, zanja Villalobos.
Más suelo productivo
Y con tanto cambio y la amputación de El Palmar, ¿cómo mira Utrera al mañana? Pues ya ha quedado dicho eso de ser la puerta económica del área metropolitana por el sur, para lo que el alcalde pone sobre la mesa el potencial de sus excelentes conexiones: con ferrocarril (incluido Cercanías), a un tiro de piedra de la capital por la autovía A-376 y al pie de la A-4, la A-92 y la SE-40. Esto, asegura, “es una oportunidad para el desarrollo de un tejido empresarial y logístico” que nutra a la conurbación sevillana, y para ello lo prioritario es poner en carga más suelo productivo.
Así que ahí están los mimbres para que Utrera “no sea una ciudad dormitorio”, antes al contrario, un enclave para trabajar y crear empresas. A ello ayuda, y de ello saca pecho el alcalde, una nada desdeñable red de transporte público interior (“tenemos el mejor de España para una población de este tamaño”), la “apuesta gorda” por el carril bici y la constatación de que cada vez llegan más turistas, lo que se ha traducido en que se han dado los primeros pasos para el que será el primer hotel de cuatro estrellas de la localidad. Esto, a su vez, significa que en el sector turístico “hay una oportunidad de negocio”, a lo que se suma una creciente oferta cultural que se va a reforzar con la reapertura, se espera que antes de Navidades, del multicines con nueve salas que cerró en 2011 y dejó a Utrera sin cine. Una operación, por cierto, que no ha escapado a la polémica porque es el propio Ayuntamiento el que ha comprado el complejo para ahora entregarlo en concesión.
¿Pueblo o ciudad?
Con todo esto, hemos pasado de una Utrera “en la que la mayoría de la población era pobre” a ocupar ahora el puesto 23 en la provincia con una renta bruta media de 21.332 euros en 2017, todavía lejos de los 33.650 euros de Tomares, que es la primera. “Aquí el poder del típico señorito andaluz era muy fuerte”, recuerda Villalobos, señoritos a los que con los años han obligado a bajarse del caballo para “convertirnos en ciudad de referencia”. Y ya que lo menciona, ¿Utrera es un pueblo o una ciudad? “No sé si somos un pueblo muy grande o una ciudad muy pequeñita, nos movemos en esa frontera”, admite el regidor, que resalta que “desde el punto de vista de la esencia seguimos manteniendo nuestra cosita, la gente de Utrera es muy de Utrera, estamos muy orgullosos”. Mucha tradición, sí, “pero tenemos aspiraciones de ciudad”. Y es que lo cortés no quita lo valiente.