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El 4-D no es lo que era

4 de diciembre de 2023 20:52 h

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Pantalones de pana o de tergal, maxifaldas y trenkas, camisas a cuadros, gabardinas de saldo y jerseys de estampado propio de una película navideña. Así recuerdo aquellos días de diciembre de 1977, con el pelo a navaja o melenas yeyés, barbas modelo Institución Libre de Enseñanza; dentaduras melladas, el brillo en los ojos. El día 4, el gentío salió a las calles en modo blanco y verde. José Manuel García Caparrós fue asesinado en Málaga por un terrorista de Estado.

Estaban todos los partidos, conviene recordarlo, salvo Falange Española. Alianza Popular y UCD siguieron el trayecto de ese mismo tren autonómico hasta el Pacto de Antequera, pero luego, eso sí, se descolgaron del vagón de la autonomía plena cuando se convocó a contramano el referéndum del 28 de febrero de 1980.  No sólo estuvo allí la izquierda, eso es cierto y, por parte de la UCD, seis meses después de su victoria del 15 de junio, no fue Manuel Clavero Arévalo el único representante que se dejó ver por aquellas pancartas y arbonaidas ya apolilladas por el paso del tiempo. 

No fue una manifestación de izquierdas, pero fue una manifestación de izquierdas, incluyendo a los andalucistas que todavía llevaban en sus siglas la ese de socialistas. Junto a los gritos de estatuto de autonomía, también cupieron los de Pan, Trabajo y Libertad, la leyenda que figuraba en la pintada que no le dio tiempo a terminar a Francisco Javier Verdejo, el militante de la Joven Guardia Roja asesinado en Almería por un guardia civil un año y medio antes.

Fue de izquierdas, también, porque la memoria de aquella fecha se preservó especialmente, durante décadas, al este del Edén del PSOE. Tras el 28 de febrero, los socialistas andaluces rentabilizaron la fecha del referéndum por dos motivos: el oficial, fue el día en que se expresó la soberanía popular y no sólo a través de manifestaciones multitudinarias; el oficioso, la UCD terminó cediendo a favor de la autonomía plena para Andalucía, tras el acoso y derribo del PSOE y del PCE, mientras el andalucismo de Alejandro Rojas Marcos quedaba un tanto desdibujado, a pesar de que también intentara buscar una sorprendente pero ingeniosa alternativa para aquella encrucijada histórica.

Tras aquella derrota por puntos de la España de la restauración –Cataluña, País Vasco y Estado Central--, Alianza Popular pareció parapetarse tras los tirantes rojigualdas de don Manuel Fraga Iribarne y, entre sus presidentes andaluces, ni el rockero extremeño-cordobés Antonio Hernández Mancha, ni Gabino Puche sacaron demasiado pecho por Blas Infante. Javier Arenas, eso sí, por poco la lía cuando confesó que le gustaba Carlos Cano. A partir de su mandato, el PP inició una cierta revisión en la percepción del andalucismo como animal de compañía. En esa línea, Juan Manuel Moreno Bonilla ha dado un giro copernicano en el que cabe desde un cariñito a la familia de García Caparrós a la entronización de Clavero por encima de Rafael Escuredo en el panteón de los ilustres verdiblancos. También ha pasado por su photo-call a la vieja guardia del Partido Andalucista. Y ha designado al 4 de diciembre como el Día de la Bandera de Andalucía, que no es mala fórmula. Cabría preguntar, con esa cierta malafollá que no sólo caracteriza a los granadinos, si lo hace por convicción o porque así le quita una mijita de lustre exclusivo al 28 de febrero, donde no sólo salió medio derrotada la UCD sino AP, el anteproyecto de su actual partido.

Resulta notable, perdonen la osadía, que en algunas manifestaciones convocadas al socaire del Día de la Bandera andaluza abunden las españolas

Emparedado por el oficialismo del PSOE y el del PP, ¿qué nos queda finalmente de todo aquello sino un par de fechas que pueden caer en los exámenes de historia? Durante un tiempo, Carlos Cano se negaba a cantar Verde, blanca y verde, porque decía que la había compuesto para un pueblo que soñaba y Andalucía había dejado de hacerlo.

De las distintas manifestaciones, de uno y de otro signo, convocadas en estos días acá, allá y acullá, cabe deducir que la división es notable y que, dado su exiguo número de participantes, se sueña poco o se pesadilla mucho.

Ahora, lucimos ternos de diseño, ropa fashion aunque sea de Wallapop, peinados de estilista y aún estamos pagando el préstamo que pedimos para ir al Rocío. Pero seguimos, eso sí, reclamando pan, trabajo y libertad, aunque en una nueva murga de los currelantes habría que cantar que se acaben las listas de desespera y que vuelvan pronto las inmigrantes de la fresa. Resulta notable, perdonen la osadía, que en algunas manifestaciones convocadas al socaire del Día de la Bandera andaluza abunden las españolas. Y no es que uno tenga nada en contra de la constitucional, salvo el arcaico deseo para que algún día una de las franjas rojas se destiña en lila. Pero si se trata de conmemorar lo que fuera aquello que fuese el 4 de diciembre, malicio que fue un órdago de Andalucía por sí, más que por Iberia –luego, España—y la Humanidad.

De las distintas manifestaciones, de uno y de otro signo, convocadas en estos días acá, allá y acullá, cabe deducir que la división es notable y que, dado su exiguo número de participantes, en Andalucía se sueña poco o se pesadilla mucho

No fue, desde luego, como algunos pretenden, un grito colectivo contra nadie, ni contra las legítimas aspiraciones de Cataluña, del País Vasco, de Galicia, de Madrid o de donde fuera, sino a favor de lo propio, de un sitio al sol de la historia para Andalucía. No era una movilización contra el Ja soc aquí de Tarradellas, ni contra la Obaba que estaría ya concibiendo Bernardo Atxaga, ni contra el Estamos Chegando Ó Mar, de Bibiano. Se trataba de sacudirnos el latifundismo y la desidia, la maleta de cartón y el transmiseriano de los emigrantes. La palabra mágica, entonces, era autonomía, aunque bien supiéramos ya entonces que nunca nadie ata los perros con longaniza. ¿Cuál es nuestro grito de ahora, qué queremos ser de mayores? El 4 de diciembre ya no es lo que era. Nosotros, tampoco. Reivindicamos la igualdad, pero debiéramos reivindicar también la diferencia. Volvemos a estar en un momento crucial para la definición futura del Estado español y debiéramos prestar más atención a cómo queremos encajar en dicho rompecabezas que a oponernos como una hinchada futbolística a lo que reclamen los otros territorios de este país que se viene rompiendo desde antes de que naciera.

En casi 50 años, ¿hemos conseguido equilibrar la balanza de la excepción fiscal del País Vasco y Navarra? ¿Cómo podremos conseguir que no nos arruinemos aún más si Cataluña consigue un propósito similar? ¿Cuáles son nuestros recursos, dónde están nuestros lobbies de poder y, sobre todo, dónde está ese pueblo resuelto a no dejarse domeñar que salió en estampía aquel 4 de diciembre? Andalucía lleva demasiado tiempo como Bella Durmiente para saber que el único beso que debiera esperar es el de su propia ciudadanía, a la que le ha hecho más daño el centralismo que las txapelas y las barretinas. 

Pantalones de pana o de tergal, maxifaldas y trenkas, camisas a cuadros, gabardinas de saldo y jerseys de estampado propio de una película navideña. Así recuerdo aquellos días de diciembre de 1977, con el pelo a navaja o melenas yeyés, barbas modelo Institución Libre de Enseñanza; dentaduras melladas, el brillo en los ojos. El día 4, el gentío salió a las calles en modo blanco y verde. José Manuel García Caparrós fue asesinado en Málaga por un terrorista de Estado.

Estaban todos los partidos, conviene recordarlo, salvo Falange Española. Alianza Popular y UCD siguieron el trayecto de ese mismo tren autonómico hasta el Pacto de Antequera, pero luego, eso sí, se descolgaron del vagón de la autonomía plena cuando se convocó a contramano el referéndum del 28 de febrero de 1980.  No sólo estuvo allí la izquierda, eso es cierto y, por parte de la UCD, seis meses después de su victoria del 15 de junio, no fue Manuel Clavero Arévalo el único representante que se dejó ver por aquellas pancartas y arbonaidas ya apolilladas por el paso del tiempo.