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Abstención, el gran partido de los demócratas
Cuando se introdujo en el debate político la reflexión sobre si España era una democracia plena, mucha gente bienintencionada a la que aprecio y respeto se sintió muy ofendida en sus convicciones democráticas y también en su estética de andar por la vida y el mundo. No es la primera vez, ha corrido tinta sobre democracias inmaduras, defectivas, incompletas.
No sé si seguirán pensando lo mismo en este momento en el que instituciones básicas de cualquier democracia que se precie están caducadas y sus miembros caducos atrincherados contra la voluntad expresada en las urnas y depositada en los partidos como reconoce y estatuye el artículo 6 de la Constitución española. Nada más ni menos que el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, la Defensoría del Pueblo, y seguirá aumentando la lista, en la medida en que vayan caducando y siga la extrema torpeza acantonada en las proximidades de la extrema derecha.
Pero no son solo los hechos concretos, es la narración del devenir democrático. Un exministro de la UCD, del partido de la concordia de Suárez, fundador de Vox, ha afirmado en público y a la vera del líder del PP, que no hubo golpe de Estado en 1936 y que todo fue por culpa del Gobierno de la República. Desde luego que no superaría un examen de Historia pero mucho menos de Democracia, excepto si se presentara a Democracia orgánica.
El señor no sorprende; su formación y todas en las que ha estado son excrecencias del franquismo sin que hayan pasado aún el tamiz de la derecha europea antifascista. Pero, además, lo que decía él antes de Suárez, es que el teniente coronel Antonio Tejero no intentó otro golpe de Estado sino que el Gobierno de Adolfo Suárez no lo estaba haciendo bien. Y tan pancho. Lo peor, lo vemos todos los días, es que este tipo de demócratas orgánicos campean a sus anchas, y ejercen puestos de responsabilidad en las estructuras del Estado, por el hecho de haber aprobado unas oposiciones.
El asunto es más grave de lo que parece -no es solo una cuestión de viejitos nostálgicos- . Lo que está ocurriendo está dejando muy malparada a la Transición, algo que también molesta mucho a los que también se duelen por lo de democracia no plena.
El asunto es más grave de lo que parece -no es solo una cuestión de viejitos nostálgicos- . Lo que está ocurriendo últimamente está dejando muy malparada a la Transición, algo que también molesta mucho a los que también se duelen por lo de democracia no plena.
Aquel tiempo cada día parece más un espectáculo de sombras chinescas. Han pasado ya muchos años y todavía nos vemos en la necesidad de intentar aprobar una Ley de Memoria que, por la tardanza, más mereciera el de Ley de la Vergüenza. También nos hemos enterado de que la ya tradicional promesa socialista de acabar con el llamado Concordato con la Santa Sede -el Estado del Vaticano- será menos, como el patrimonio de la Iglesia mucho y creciendo.
Está bien que el Gobierno la lleve al Parlamento, por fin; si hemos vivido todas estas décadas sumidos en la simbología del franquismo, gobernados y juzgados por franquistas... qué podría salir mal. Décadas con represaliados económicos y sociales sin encontrar justicia, familias sin encontrar los cuerpos de sus mayores, monumentos, títulos nobiliarios ensalzando a los golpistas y acrecentando sus fortunas y posiciones sociales.
¿En qué democracia plena hay un título nobiliario, Ducado de Franco, honrando a un dictador, o un Señorío de Meirás dedicado a su viuda? No busque en el BOE de Franco: los concedió el entonces monarca preconstitucional Juan Carlos I.
Ante la ofensiva franquista reclamando la legalidad del golpe militar fascista y, al mismo tiempo, declarando ilegítimo al Gobierno democrático, ¿dónde está el Gobierno y su presidente Pedro Sánchez? ¿Aún no es tiempo de una declaración condenando aquel golpe y dando una satisfacción moral y de justicia a tantos militares, policías, jueces, maestros, alcaldes, diputados, concejales, sindicalistas, profesores y catedráticos… que dieron su vida y sus haciendas por la legalidad constitucional republicana?
Crece la sensación de estar viviendo en una demoblanda que vive y sobrevive como puede en medio de un golpecito, gotita a gotita pero sin desmayo.
Y mientras, crece la sensación de estar viviendo en una demoblanda que vive y sobrevive como puede en medio de un golpecito, gotita a gotita pero sin desmayo.
La credibilidad de la política decrece, que no se busquen otras explicaciones para el desafecto. La política, en la realidad, en el Parlamento o en la Red es una pelea de carnets, expectativas orgánicas o inorgánicas.
Minorías. La derecha lo será, siempre lo ha sido; la izquierda, cada día más cerca de serlo. La derecha ama a los suyos, a su interés; la izquierda los deja abandonados a su suerte, doliente de los mismos defectos de la derecha acomodada y compitiendo en su mismo ring. Lo de Francia en sus elecciones regionales y departamentales no ha sido un espejismo, hay andancia en Europa y podría reproducirse en cualquier lugar.
La gente está cansada, desanimada ante una derecha que no cede y una izquierda que blandea. Si no se remedia pronto, la abstención puede convertirse en el gran partido de los demócratas. Una hecatombe.
Cuando se introdujo en el debate político la reflexión sobre si España era una democracia plena, mucha gente bienintencionada a la que aprecio y respeto se sintió muy ofendida en sus convicciones democráticas y también en su estética de andar por la vida y el mundo. No es la primera vez, ha corrido tinta sobre democracias inmaduras, defectivas, incompletas.
No sé si seguirán pensando lo mismo en este momento en el que instituciones básicas de cualquier democracia que se precie están caducadas y sus miembros caducos atrincherados contra la voluntad expresada en las urnas y depositada en los partidos como reconoce y estatuye el artículo 6 de la Constitución española. Nada más ni menos que el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas, la Defensoría del Pueblo, y seguirá aumentando la lista, en la medida en que vayan caducando y siga la extrema torpeza acantonada en las proximidades de la extrema derecha.