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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Las antípodas de aquí al lado

11 de junio de 2022 22:49 h

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Mi abuela contaba un chiste muy de la posguerra de un tipo que había robado un cochino y lo llevaba a cuestas sorteando eras y olivares hasta que le dio el alto la Guardia Civil. “¿Qué lleva usted ahí?”, le increparon. El ladrón se revolvió simulando sorpresa, se sacudió el bulto del hombro como si se tratara de un insecto, y exclamó: ¡Fuera, bicho!“. En esta campaña ningún partido quiere saber nada de Vox. Las izquierdas, solo si es para alertar de lo que viene, y ni eso, que es darle pábulo; mientras que las derechas, que han gobernado con su apoyo en feliz compaña, abjuran a diario cual San Pedro antes del canto del gallo. La contorsión más rara es la del presidente Moreno (hasta anteayer ferviente defensor del constitucionalismo de los ultras), quien acaba de descubrir que no creen en las autonomías, tal si fuera el capitán Renault de Casablanca al detectar con falso escándalo que en el café de Rick se jugaba.  

Las campañas electorales son como competiciones entre grupos de teatro ambulantes en el que cada uno lleva un libreto fantasioso que poco tiene que ver con la verdad. Lo que importa es atraer al votante y procurar que caiga en trance hipnótico sin reparar en otra cosa que en el movimiento del reloj. Sobre la verdad se ha escrito de todo. Desde los clásicos griegos, es un asunto muy atractivo para los filósofos y la literatura. Antonio Machado se ocupó especialmente de ella y dejó, entre otras muchas, una sentencia para la posteridad: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”. Como está fuera de lugar (y de mi ánimo) bucear en vastos tratados de metafísica o de poesía clásica para ahondar en meditaciones, más que en la verdad, me voy a centrar en los hechos, que, por otra parte, es la base sobre la que se erige el periodismo.

Me lo enseñó hace décadas Sol Gallego-Díaz cuando fue mi jefa en El País de Andalucía (recientemente lo ha sido de todo el periódico). “Los hechos no deben depender de las emociones ni de los sentimientos ni de las simpatías políticas y no pueden ser negados ni distorsionados”, escribe en un artículo. Para no andar enredándonos con variables susceptibles de interpretaciones retorcidas y chocantes --seguro que algún relativista saldrá con lo de la ley Campoamor del cristal desde el que se mira--, busquemos tres hechos demostrables sin margen para ninguna alternativa. Es un hecho que Vox firmó un pacto de legislatura con PP y Ciudadanos en 2018 y que existe un documento en los que los logos de las formaciones cohabitan juntos y alineados.

Meses atrás los situaba sin titubeos en el bloque constitucionalista, el cabal, y días atrás les eligió nuevo destino en las antípodas

También lo es que en los casi cuatro años que ha durado el mandato se negociaron y aprobaron tres presupuestos, con énfasis en su machacona batalla cultural. Por último, resulta constatable que en Castilla y León el PP gobierna en coalición con los ultras, tras hacerlo en solitario 35 años; y que Vox posee una vicepresidencia y tres carteras cruciales para cualquier ejecutivo que se precie: nada menos que Industria y Empleo, Agricultura y Cultura. A estos acontecimientos es preciso añadir los propósitos palmarios de Vox, un partido que aspira a deshacer la mayor parte de la estructura de la Constitución y que abomina del Estado de las autonomías, al que considera una gigantesca cornucopia de dinero público (esto es: del contribuyente) para financiar su cruzada.

Moreno no ha llegado a declarar (ni siquiera lo ha dado a entender) que descarte gobernar en coalición con Vox. Eso es igualmente un hecho. Ha trepado por las ramas con rodeos habilidosos, sonriente siempre; el resto es fruto del afán de sus solícitos intérpretes. Estos días navega por territorio Vox, vara de funámbulo en mano, haciendo equilibrios con este nuevo desapego hacia los otrora aliados. Meses atrás los situaba sin titubeos en el bloque constitucionalista, el cabal, y días atrás les eligió nuevo destino en las antípodas. Las antípodas de aquí al lado. De los mencionados mimbres, que cada cual barrunte. “Obras son amores y no buenas razones”. Este refrán proviene de una comedia de Lope de Vega. Hoy me ha dado por citar a clásicos. Y a mi abuela, que también lo era.

Mi abuela contaba un chiste muy de la posguerra de un tipo que había robado un cochino y lo llevaba a cuestas sorteando eras y olivares hasta que le dio el alto la Guardia Civil. “¿Qué lleva usted ahí?”, le increparon. El ladrón se revolvió simulando sorpresa, se sacudió el bulto del hombro como si se tratara de un insecto, y exclamó: ¡Fuera, bicho!“. En esta campaña ningún partido quiere saber nada de Vox. Las izquierdas, solo si es para alertar de lo que viene, y ni eso, que es darle pábulo; mientras que las derechas, que han gobernado con su apoyo en feliz compaña, abjuran a diario cual San Pedro antes del canto del gallo. La contorsión más rara es la del presidente Moreno (hasta anteayer ferviente defensor del constitucionalismo de los ultras), quien acaba de descubrir que no creen en las autonomías, tal si fuera el capitán Renault de Casablanca al detectar con falso escándalo que en el café de Rick se jugaba.  

Las campañas electorales son como competiciones entre grupos de teatro ambulantes en el que cada uno lleva un libreto fantasioso que poco tiene que ver con la verdad. Lo que importa es atraer al votante y procurar que caiga en trance hipnótico sin reparar en otra cosa que en el movimiento del reloj. Sobre la verdad se ha escrito de todo. Desde los clásicos griegos, es un asunto muy atractivo para los filósofos y la literatura. Antonio Machado se ocupó especialmente de ella y dejó, entre otras muchas, una sentencia para la posteridad: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”. Como está fuera de lugar (y de mi ánimo) bucear en vastos tratados de metafísica o de poesía clásica para ahondar en meditaciones, más que en la verdad, me voy a centrar en los hechos, que, por otra parte, es la base sobre la que se erige el periodismo.