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Asturias. Octubre 1934

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La Revolución asturiana de octubre de 1934, o la Comuna Asturiana, como también se la conoce más allá de nuestras fronteras, es sin duda uno de esos hitos inscritos en el adn de las luchas sociales. A pesar de ello, en nuestro país no merece una atención acorde a su verdadero significado, como demuestra la poca repercusión que están teniendo los 90 años de esta efemérides.

Contra esa interesada desmemoria, la editorial Hoja de Lata acaba de reeditar Asturias. Octubre 1934. En los compases iniciales de la Transición, un veinteañero Paco Ignacio Taibo II decidió viajar desde su México natal a la Asturias de la que sus mayores se habían tenido que exiliar y así estudiar aquel mito familiar de la revolución del 34. Gracias a su empeño juvenil, acabó recabando alrededor de 400 testimonios directos de quienes vivieron la sublevación en primera persona. Si Taibo II hubiera llegado a España tan solo cinco años después, como cuenta en el prólogo, ya no hubiera encontrado vivos a casi ninguno de aquellos testigos.

El resultado de esa exhaustiva y monumental prospección se fue publicando por entregas en un periódico regional, para luego ver alguna otra edición, hoy descatalogada, ya en nuestro siglo. Gracias al trabajo descomunal de Taibo II contamos con un vívido relato de la miseria cotidiana que tan despiadadamente se cebaba en los obreros y obreras asturianos, a los que la República había traicionado con unas cuantas medidas decorativas. Ya les sonará eso de que los gobiernos más progresistas de la historia echan al muladar de las promesas electorales todas las políticas de clase en cuanto las oligarquías les abren las puertas giratorias del poder.

Asturias fue el único territorio en el que la huelga general prevista en todo el país para el 5 de octubre tuvo el carácter insurreccional que se pretendía, y no fue casualidad. Únicamente en Asturias, socialistas, anarquistas y comunistas habían dado forma a una unión inédita, la Alianza Obrera, para lo que tuvieron que enfrentarse a todos sus órganos centrales. En Asturias entendieron mejor que en ningún otro lado que con contiendas discursivas no se iba a combatir al fascismo, al que Lerroux, siguiendo la estela de Alemania, Italia o Austria, había dado cabida en el gobierno con la inclusión de varios ministros de la CEDA de Gil Robles.

Taibo II dedica largas páginas, de una viveza extraordinaria, a los preparativos de la insurrección, con episodios apasionantes, desde la creación del diario Avance hasta la surrealista singladura del barco Turquesa, que debía llevar las armas a Asturias. Todo el relato, vertebrado por semejante cantidad de testimonios directos, está permeado por una sobrecogedora idea: el precio a pagar en esa lucha iba a ser, en tantos y tantos casos, la propia vida. Un individuo no vale nada por sí mismo cuando forma parte de un cuerpo mucho mayor y es el futuro de quienes vienen detrás, a los que el presente solo les ofrece penurias, lo que está en juego.

Esas dos semanas de insurrección en la España de nuestros abuelos suponen un acontecimiento histórico de magnitud incalculable en el mundo occidental, equivalente al de la Comuna de París de 1871. A pesar de ello, incluso en nuestros libros de texto se escamotea su verdadera importancia

Estremecen pasajes como el de los presos de la antigua Modelo de Oviedo, que instan a los insurrectos a bombardear la propia prisión con ellos dentro si de ese modo se puede ganar una de las batallas decisivas. No faltan este tipo de relatos que Taibo II recoge de todos los puntos de la geografía asturiana, desde las principales ciudades, con la resistencia encarnizada del barrio gijonés de El Llano, hasta las localidades más pequeñas de las cuencas mineras y los hechos que llevaron, por ejemplo, a que La Felguera se convirtiera en un mito del anarquismo internacional.

Por mucho que Taibo II arroje, como reconoce en sus intervenciones públicas, una mirada de parte, no hay aquí idealización. Se exponen sin paños calientes los (pocos) desmanes, las incoherencias, las mentiras propagandísticas, los errores estratégicos. Se pondera igualmente hasta dónde se puede considerar que la economía de guerra, con todos los mecanismos de expropiaciones, reparto horizontal e incluso de la sustitución del dinero por vales, así como la creación de comités revolucionarios y diversas formas de autoorganización, atendieron más a una situación de combate, de coyuntura, que a idearios anarquistas o a la institución de una suerte de soviets comunistas. Las páginas sobre la represión posterior resultan imposibles de leer sin un nudo en la garganta, avisados quedan.

Esas dos semanas de insurrección en la España de nuestros abuelos suponen un acontecimiento histórico de magnitud incalculable en el mundo occidental, equivalente al de la Comuna de París de 1871. A pesar de ello, incluso en nuestros libros de texto se escamotea su verdadera importancia. Esa desmemoria selectiva, solo en parte justificada por la posterior Guerra Civil, explica en alguna medida por qué ahora abundan los estériles lamentos de cierta izquierda a cuenta de una juventud que, a veces, no entiende de dónde venimos ni contra quiénes deberíamos ir.

Un buen momento para empezar a revertir esos lamentos hubiera sido recordar lo que en el noroeste peninsular sucedió hace 90 años. Algunos lo hacemos cada octubre.

La Revolución asturiana de octubre de 1934, o la Comuna Asturiana, como también se la conoce más allá de nuestras fronteras, es sin duda uno de esos hitos inscritos en el adn de las luchas sociales. A pesar de ello, en nuestro país no merece una atención acorde a su verdadero significado, como demuestra la poca repercusión que están teniendo los 90 años de esta efemérides.

Contra esa interesada desmemoria, la editorial Hoja de Lata acaba de reeditar Asturias. Octubre 1934. En los compases iniciales de la Transición, un veinteañero Paco Ignacio Taibo II decidió viajar desde su México natal a la Asturias de la que sus mayores se habían tenido que exiliar y así estudiar aquel mito familiar de la revolución del 34. Gracias a su empeño juvenil, acabó recabando alrededor de 400 testimonios directos de quienes vivieron la sublevación en primera persona. Si Taibo II hubiera llegado a España tan solo cinco años después, como cuenta en el prólogo, ya no hubiera encontrado vivos a casi ninguno de aquellos testigos.