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Atención, Houston

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Si admitimos a la ultraderecha como animal democrático de compañía, si a la ciudadanía no le repugna demasiado que sus prioridades sean abolir las leyes de memoria histórica y contra la violencia de género, si damos por bueno que pretendan romper la España de las autonomías y nadie le reproche que sean secesionistas de la contemporaneidad, o que constituyan la única opción que crezca en apoyo prometiendo restringir libertades y derechos.

Si aceptamos que la gente se haya acostumbrado a llevarle la contraria a Serrat y prefiera las pesadillas a la revolución. Si un niñato mata a su familia por una Tablet y un votante mata sus propios intereses por un plasma. Si el pasado no ha pasado y el futuro no parece tener futuro. Si los candidatos creen ganar votos por darle mítines a las vacas. Si las mujeres votan al machismo por el bien de la patria. Si la sequía también es culpa de Pedro Sánchez.

Si el precio de la luz ya solo es noticia en los almuerzos en familia de la clase media. Si quienes estaban en contra de la energía solar o de la energía eólica ahora quieren montarnos molinos y paneles hasta en las macetas de geranios. Si del “nucleares no”, hemos pasado a considerar naturales a las atómicas. Si asfixiamos a Doñana mientras pregonamos que la defendemos. Si nos sentamos a esperar a que cambie el clima, como si tan solo fuera el argumento de una película de Hollywood.

Si la derecha liberal parece extrema. Si la izquierda se queda en los discursos. Si la progresía es una matriuska de saldo en las tiendas de souvenirs

Si la derecha liberal parece extrema. Si la izquierda se queda en los discursos. Si la progresía es una matriuska de saldo en las tiendas de souvenirs. Si tendríamos que enviar una expedición a medir el ecuador de la política. Si el feminismo se empeña en hacerse trizas como si fuese el jarrón chino de una mujer objeto. Si la ecología sigue estando demasiado verde y el movimiento gay se pierde en un bosque de acrónimos. Si la utopía, desde hace mucho, ya no tiene quien le escriba.

Si la clase obrera sueña con Patricia Botín y a Europa nos la siguen raptando un hatajo de mercaderes. Si los bancos triunfan en los parquets, devorando empleos y convirtiendo a sus clientes en ingenieros de telecomunicaciones. Si la Iglesia sigue sin explicarle a su clero el sentido exacto del versículo “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Si a los uniformes solo parezca gustarle el pensamiento uniforme. Si sigue vigente la Ley Mordaza quizá porque nuestros agentes quieran normas dictatoriales para defender la democracia. 

Si la Moncloa no puede o no sabe vender sus productos –salario mínimo, reforma laboral, esas zarandajas que tanto inquietan a la macroeconomía--. Si los sindicatos solo piensan en los trabajadores y no en los parados; si a los autónomos los disfrazan de emprendedores y no de currantes sin empresario. Si el pueblo sabio cree que la prudencia ante la pandemia equivale a una dictadura. Si Joe Biden no nos convida a un zoom a pesar de mantener dos de sus bases en las nuestras. Si Afganistán se llamó Irak y Kosovo, y puede llamarse Ucrania cuando las bombas de Kiev puedan oírse en Triana. Si Gibraltar puede ser de cualquiera menos de los gibraltareños. Si quienes creen que España debe ser un imperio contra los inmigrantes y al mismo tiempo aceptan traicionar al Sáhara para saciar el insaciable hambre del Gran Marruecos.

Si la Moncloa no puede o no sabe vender sus productos –salario mínimo, reforma laboral, esas zarandajas que tanto inquietan a la macroeconomía--. Si el pueblo sabio cree que la prudencia ante la pandemia equivale a una dictadura

Si quienes aplaudíamos a los sanitarios nos afiliamos en masa a una clínica privada. Si quienes creen en la igualdad, apuntan a sus hijos a un colegio del Opus. Si nos inundan con anuncios de alarmas y de abogados cuando el índice de criminalidad baja mucho más que el IBEX. Si el miedo guarda la viña y el campo y continúa siendo carne de cacique. Si los medios bajan enteros y casi todas las editoriales se parecen. Si creemos que la convivencia de varios idiomas en un mismo país es un fastidio en lugar de un disfrute. Si no hablamos la lengua de la mayoría silenciosa ni entendemos los signos que exclaman socorro. 

Si el Gobierno solo comprende las palabras mayúsculas y ya no pisa la calle para escuchar lo que se chamulla en las tabernas. Si en los ministerios se habla de aritmética y en las calles se discute de geometría. Si seguimos pasando de puntillas ante el hecho de que el emérito se vaya de francachela con traficantes de armas. Si Felipe VI no se pierde un desfile pero nunca ha ido a la gala de los Goya. Si en el Día Nacional no desfilan los encofradores, las kellys, los interinos, con el mismo denuedo que las cabras y que los cabos gastadores. Si los políticos moderados fingen ser radicales y los políticos radicales se disfrazan de moderados. Si ya no sale en los almanaques el 15-M. Si no creemos a pies juntillas que la política es algo tan serio que no debemos dejar en las exclusivas manos de sus profesionales.

Si todo esto es así, como parece serlo, atención, Houston, tenemos un problema.    

Si admitimos a la ultraderecha como animal democrático de compañía, si a la ciudadanía no le repugna demasiado que sus prioridades sean abolir las leyes de memoria histórica y contra la violencia de género, si damos por bueno que pretendan romper la España de las autonomías y nadie le reproche que sean secesionistas de la contemporaneidad, o que constituyan la única opción que crezca en apoyo prometiendo restringir libertades y derechos.

Si aceptamos que la gente se haya acostumbrado a llevarle la contraria a Serrat y prefiera las pesadillas a la revolución. Si un niñato mata a su familia por una Tablet y un votante mata sus propios intereses por un plasma. Si el pasado no ha pasado y el futuro no parece tener futuro. Si los candidatos creen ganar votos por darle mítines a las vacas. Si las mujeres votan al machismo por el bien de la patria. Si la sequía también es culpa de Pedro Sánchez.