Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Se busca voz interior
Tengo la desgracia de que mi voz interior es la de un señor nacido en el centro o el norte de España. Lo sé por las palabras que usa (en las antípodas del habla andaluza), porque se recrea en sus eses finales de forma irritante y porque su discurso adolece de todo yeísmo. Sus rasgos dialectales no se parecen en nada a los míos. Nunca he dicho nada por miedo a que me tilden de loca y que esta peculiaridad mía ponga de manifiesto lo que por otra parte tiene cierto matiz de verdad: que a veces escucho voces.
Reconozco que puede parecer insólito que la partida de nacimiento de tu voz interior contraste de esta forma con la tuya propia, sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente nos referimos a un yo dentro del yo, pero la voz de mi cabeza, aquella con la que establezco un continuo diálogo interior en ocasiones de estrés o de pánico, aquella con la he consultado las grandes decisiones vitales a las que tuve que enfrentarme, no es mujer. No, no es mujer. Tal descubrimiento, aunque las sospechas venían de antiguo, se ha rebelado de la forma más baladí, a raíz de una inocente pregunta de mi hija el Día de Andalucía que cuando no tiene clases y el aburrimiento la acecha, suele demandar respuestas que me alteran el pálpito durante varios días:
–Mamá, ¿tu voz interior pronuncia palabras o tú piensas sin hablar? ¿Tú escuchas a tu voz interior?
Permanezco unos segundos en silencio antes de decirle que pensar con una voz interior es algo universal, que el pensamiento y la palabra van irremediablemente unidos. Le contesto no sin cierto titubeo. Ella me replica decidida:
–Pues mi voz interior no usa las palabras. Las dos nos entendemos sin ellas.
Estoy a punto de levantarme para ir a buscar más información sobre el extraño fenómeno de la ‘anendofasia’ (an, por carencia, endo, por interno y fasia por habla) y continuar así la conversación con más argumentos, cuando escucho una tímida voz interior que me dice:
–¿No te parece extraño?
–El qué.
–Que tu hija piense sin palabras. Solo a un 2% de la población le ocurre eso. ¿No te parece reseñable ese dato? El primero que lo estudió fue Lev Vygotsky, un filósofo ruso. Tendrías que mirárselo, ¿no?
Fue hace dos años, al escribir mi última novela, cuando descubrí que mi voz interior supuraba una masculinidad inquietante –a menudo hiriente– que me incomodaba. ¿Es posible ser mujer con una voz interior masculina?
Caigo en la cuenta de que yo uso muy poco esa palabra en mis conversaciones: reseñable. Tampoco hay ni una sola pérdida de consonantes. Me fastidia la duda que siembra continuamente mi voz interior, la verdad, citando a grandes escritores, filósofos o deportistas (siempre hombres, por cierto) y legislando mis días sin más propósito que hacer reaparecer en escena a mi otro yo indigno, a ese ángel del hogar que mencionaba Woolf y que yo creía haber enviado al ostracismo.
Fue hace dos años, al escribir mi última novela, cuando descubrí que mi voz interior supuraba una masculinidad inquietante –a menudo hiriente– que me incomodaba. ¿Es posible ser mujer con una voz interior masculina? ¿Y ser andaluza con una voz interior de acento neutro?
–Escribe sobre cosas más amenas, mujer –me dijo entonces mi voz interior–. Más femeninas. Y no te ensañes con el Opus Dei, que se van a cabrear. Ni escribas sobre la pedofilia y la pederastia, que te estás complicando la vida de forma innecesaria. Y además, ¿en la voz de un hombre? ¿Estás loca?
Sobre la pedofilia y el suicidio no se habla. Ni sobre la actitud de la Iglesia ante el suicidio y la pedofilia. Creo que la literatura –le respondí entonces– debe servir para eso también, para poner palabras en los silencios construidos por el poder.
Le recuerdo que las mezquindades más grandes que hemos presenciado en los últimos tiempos (mi voz y yo) provenían de personas de una organización que se come a sus propios miembros anulándolos, con Dios y su obra todo el día entre la lengua y los dientes. Para que entienda que yo también puedo citar a grandes mujeres, deslizo en la conversación las palabras escritas por Rosa Montero en relación a la educación religiosa: “(...) No es necesario creer en ninguna divinidad ni en ninguna religión para saber oír el canto oscuro de la vida profunda”. Y lo cierto es que el mal puede obrarse desde las manos de un ser mediocre. Esto lo escribió la filósofa Hannah Arendt (otra mujer, que sé cuánto le jode a mi voz interior) en un ensayo sobre la banalidad del mal.
Mi voz interior se carcajea. Directa, precisa, incisiva, clara. Irónica.
–Dabuten, dice.
–¿Dabuten?, repito. Yo no he usado esa expresión en mi vida.
Sobre la pedofilia y el suicidio no se habla. Ni sobre la actitud de la Iglesia ante el suicidio y la pedofilia. Creo que la literatura debe servir para eso también, para poner palabras en los silencios construidos por el poder
Cierto es que el acento o el habla no invalida a nadie –ni lo valida tampoco, claro– en su capacidad para discernir sobre cualquier asunto, pero ¿no tendría que ser nuestra voz interior un leal reflejo de la nuestra? Si nuestras voces internas son nuestros propios pensamientos audibles, ¿no deberían parecerse? ¿Y por qué la mía no habla andaluz? Quizás, me digo, sea que el desprecio que ha sufrido el habla andaluza nos hace a menudo suavizar nuestra forma de hablar y esa burla también la teman nuestras voces interiores. No sé.
Se lo comento a mi voz interior, pero a ella (que como os digo es él) no le gustan estas diatribas ni entonces ni ahora e insiste cambiando de tercio: “Tendrías que averiguar por qué la vocecilla de la cabeza de tu hija no habla”. Me pregunto, en este vórtice de traumas sociales que estamos viviendo (las guerras, los sectarismos y extremismos, las cloacas de la pederastia eclesiástica, violaciones, las catástrofes climáticas y la violencia creciente) cómo serán las voces interiores de los que perpetran semejantes atrocidades, cómo logran acomodar su voz interior sin mayores desvelos.
Me propongo lograr cierta disociación entre lo físico y lo mental, entre cuerpo y alma, para encontrar cierta paz. Cada vez que pretendo sentarme a escribir algo, mi voz interior se solivianta y no hay manera. Tan solo me queda, pues, poner un anuncio por palabras: Se busca voz interior. Femenina. En torno a la cincuentena. Cabal. Amante de la literatura. Y a ser posible, de habla andaluza.
Tengo la desgracia de que mi voz interior es la de un señor nacido en el centro o el norte de España. Lo sé por las palabras que usa (en las antípodas del habla andaluza), porque se recrea en sus eses finales de forma irritante y porque su discurso adolece de todo yeísmo. Sus rasgos dialectales no se parecen en nada a los míos. Nunca he dicho nada por miedo a que me tilden de loca y que esta peculiaridad mía ponga de manifiesto lo que por otra parte tiene cierto matiz de verdad: que a veces escucho voces.
Reconozco que puede parecer insólito que la partida de nacimiento de tu voz interior contraste de esta forma con la tuya propia, sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente nos referimos a un yo dentro del yo, pero la voz de mi cabeza, aquella con la que establezco un continuo diálogo interior en ocasiones de estrés o de pánico, aquella con la he consultado las grandes decisiones vitales a las que tuve que enfrentarme, no es mujer. No, no es mujer. Tal descubrimiento, aunque las sospechas venían de antiguo, se ha rebelado de la forma más baladí, a raíz de una inocente pregunta de mi hija el Día de Andalucía que cuando no tiene clases y el aburrimiento la acecha, suele demandar respuestas que me alteran el pálpito durante varios días: